Stieg Larsson es la gran paradoja en la historia reciente de la literatura. Su biografía, tan comentada desde antes del lanzamiento de su éxito de ventas y posteriores adaptaciones al cine y la televisión, Millennium, vino a recordar la fragilidad de la vida. El escritor sueco no alcanzó a ver el reconocimiento internacional a sus libros, falleció meses antes de la salida del primer tomo de su trilogía.
Si a esto se le suma que su pareja por más de 30 años, la arquitecta Eva Gabrielsson, al no haber contraído nupcias con el periodista, no tiene derechos sobre la obra, contrario al padre y al hermano de Larsson, con quienes éste nunca tuvo una buena relación, la historia presenta mayor dramatismo.
Un éxito sin precedentes, un largo litigio por las ganancias de la obra literaria, que rozan los 65 millones de dólares; una cuarta entrega en el limbo y una continuación a punto de salir a librerías, pero escrita por otro autor, acompañan la historia de Larsson a una década de su muerte.
Si tuviera un nombre, la biografía del sueco sería Los escritores a los que no amaba el destino.
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El pasado 15 de agosto, Larsson habría cumplido 60 años de no haberse infartado el 9 de noviembre del 2004 tras subir siete pisos para llegar a su oficina en la revista Expo, en Estocolmo. El hombre acababa de cumplir el medio siglo cuando cayó inconsciente en su lugar de trabajo y murió horas más tarde en un hospital.
-¡Tengo cincuenta años, joder! -exclamó cuando los paramédicos preguntaron sus datos.
Bajo el sello Norstedts, los dos primeros tomos aparecieron en Suecia en el 2005 y, el tercero, en el 2007. Fue a partir del 2008 que en el orbe hispano se pudo conocer la historia del reportero Mikael Bomsviskt y de la hacker Lisbeth Salander. La trilogía se ha traducido a decenas de lenguas y ha vendido millones de ejemplares. Su autor, al momento de su muerte, mantenía con los editores intercambios sobre las últimas correcciones.
En la trama del primer tomo, Los hombres que no amaban a las mujeres, años después de la desaparición de su sobrina Harriet en medio de un día caótico en la isla sueca propiedad del empresario Henrik Vanger, éste le pide al periodista Mikael que viva un año en sus dominios para que halle lo que ni él ni la policía habían descubierto.
Mikael, en ese momento de capa caída por un juicio en el que fue condenado por difamación contra un financiero reconocido, acepta la propuesta movido por la promesa de Henrik de ayudarle a desenmascarar a dicho hombre de negocios al término de su investigación. El periodista se despide de la redacción de la revista que había cofundado, Millennium, y de su colega, amiga y amante ocasional Erika Berger.
Mientras que el ético Mikael carece de problemas físicos o existenciales, comunes en los detectives de autores célebres (Maj Sjöwall y Per Wahlöö, Henning Mankell), quien lleva esta etiqueta para hacer terrenales a los personajes es la antihéroe Lisbeth Salander, la coprotagonista, una hacker inadaptada llena de tatuajes y piercings, de pasado terrible, quien ya ocupa un lugar en la galería de los personajes clásicos de la novela negra.
La pareja aparecería de nuevo en La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire, todas publicadas en español por Destino.
La campaña mediática calificó la trilogía de Larsson como “obra maestra”, algo que habría hecho ruborizar al escritor, aun cuando él confiaba en la factura de su historia. Dos meses antes de morir, en la única entrevista que dio sobre Millennium, publicada en español por el diario chileno La Tercera, Larsson dijo que aunque había escrito las novelas por diversión, los cimientos de la trama habían quedado tan bien hechos que era capaz de escribir “cientos de libros para la serie”.
-Sé que son buenos-, dijo al periodista Lasse Winkler. -Esto es mi fondo de jubilación.
El resto es historia.
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Criado por los abuelos, Larsson volvió con sus padres hacia los 9 años y dejó su casa a los 18 para unirse con Eva Gabrielsson, el amor de su vida.
Por esto, sorprendido por la muerte del autor de mayor éxito editorial de los últimos años, el mundo quedó sobrecogido ante la nueva paradoja: a su compañera no le tocaba nada de las regalías, porque habían acordado no casarse a fin de protegerla. El sueco escribió investigaciones sobre grupos nazis y sus conexiones con la extrema derecha de su país (sus artículos están publicados por Destino en La voz y la furia). El amparo se volvió condena.
La oferta más reciente que hicieron el padre y el hermano de Larsson a la mujer fue en el 2009: una compensación millonaria y la tercera parte de los derechos. No aceptó. Eva ha sido señalada como coautora e incluso como verdadera autora de Millennium, lo que ella ha negado y ha insistido en que sólo ayudó en la corrección de los tomos.
Dueña de la computadora personal del sueco, Eva, quien publicó un libro de memorias, siempre se ha negado a revelar la trama del cuarto tomo que Larsson preparaba, titulado aparentemente La venganza de Dios. Sin embargo, la editorial y la familia ya se adelantaron y hacia el 2015 aparecerá una cuarta entrega, completamente original, realizada por el escritor y periodista sueco David Lagercrantz.
-Encuentro de muy mal gusto tratar de hacer más dinero -declaró Gabrielsson sobre esa continuación.
Esta apuesta editorial, similar a la que se utiliza para personajes como James Bond, llegará una década después de la aparición de la trilogía que, a la fecha, ha vendido alrededor de 80 millones de ejemplares en el mundo.
La que quizá algún día llegue, o quizá no, es la historia de Stieg y Eva. Vendería millones.
El padre y el hermano de Larsson crearon en 2008 una empresa para administrar los fondos, Maggliden AB; desde ahí apoyan también a la revista fundada por Larsson y a diversas organizaciones de beneficencia.
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Afortunadamente, existe la entrevista con Lasse Winkler para aproximarse al pensamiento del autor: “He leído novelas policiales toda mi vida”, dijo. “Una cosa que siempre me ha molestado en el género policial es que se suele tratar de una o dos personas, no hay mucho acerca de la sociedad”.
“Quise alejarme de ese patrón: un protagonista, un personaje secundario y personajes de fondo. En la vida real, la gente está integrada en una sociedad. Eso es lo que ocurre en mis libros. Los personajes menores no sólo aparecen y lanzan frases, ellos interactúan y tienen un efecto en el curso de las cosas. No es un universo aislado”.
Hacia el 2009, Mario Vargas Llosa se pasó semanas leyendo los tres volúmenes y escribió: “Fantástica”.
Agregó en su columna Piedra de Toque, en Reforma: “La novela no está bien escrita (o acaso en la traducción el abuso de jerga madrileña en boca de los personajes suecos suena algo falsa) y su estructura es con frecuencia defectuosa, pero no importa nada, porque el vigor persuasivo de su argumento es tan poderoso y sus personajes tan nítidos, inesperados y hechiceros que el lector pasa por alto las deficiencias técnicas, engolosinado, dichoso, asustado y excitado con los percances, las intrigas, las audacias, las maldades y grandezas que a cada paso dan cuenta de una vida intensa, chisporroteante de aventuras y sorpresas, en la que, pese a la presencia sobrecogedora y ubicua del mal, el bien terminará siempre por triunfar”.
Vargas Llosa concluyó así su reseña: “¡Bienvenida a la inmortalidad de la ficción, Lisbeth Salander!”. Por el mismo tenor anduvo la mayoría de las críticas, aunque algunas, como la de la española Alicia Giménez Bartlett, apuntaron que a las novelas de Larsson se les notaba demasiado la carpintería.
De seguir vivo, ¿Larsson hubiera realizado más personajes, si no inmortales, sí tan atractivos? Probablemente. Habría que confiar en lo que le hubiera significado volverse un parteaguas, combinado con su oficio de reportero.
Sin embargo, Larsson es el más reciente integrante del selecto club de los Van Gogh de la literatura, en el que figuran autores como Kafka, Kennedy Toole y hasta el mismo Roberto Bolaño.
Así, a 10 años de su partida e independientemente de su éxito extraordinario, es imposible no repetirlo: qué historia más triste la de Larsson.

El último día de Larsson

El 9 de noviembre de 2004, Stieg Larsson participaría en un seminario para conmemorar el aniversario de “La noche de los cristales rotos”, aquel pogromo de 1938 cuando los nazis alemanes destruyeron los comercios y sinagogas de los judíos y detuvieron a cerca de 20 mil personas.
Cuando Larsson llegó a las oficinas de Expo, la revista que había fundado junto al periodista Kurdo Baksi, lo esperaba un amigo en la entrada, Jim, quien recuerda que el escritor no tenía buen aspecto.
El ascensor no funcionaba y tuvieron que subir siete pisos por las escaleras. A Larsson le costaba trabajo respirar y se puso pálido. Llamaron a una ambulancia, pero, antes de que llegara, el hombre se desplomó.
Lo trasladaron al hospital para una revisión. Baksi prefirió continuar con el seminario y tomar el lugar de Larsson en el programa; mencionó un “imprevisto” para disculparlo ante el público, unas 100 personas, entre ellas supervivientes del Holocausto y nazis conocidos.
Al concluir la conferencia, Baksi encendió el celular y se topó con un sorpresivo mensaje: Stieg había muerto.
Ya no esperó a ver en librerías su novela, que días antes, en una entrevista, había anunciado para junio.
“Así ponía fin a un viaje de cincuenta años. Un viaje que empezó en Skelleftehamn, pasó por Bjursele y Sandbacka en su infancia, continuó por Umea en su juventud e incluyó unos desvíos a Eritrea, Marruecos, Argelia, Gibraltar y Granada. Un viaje que terminó una fría noche de noviembre en el hospital Sankt Göran de Estocolmo”, recuerda Baksi en su libro Mi amigo Stieg Larsson.

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