León, Guanajuato.- La Orquesta Filarmónica de Sonora se presentó en el Teatro del Bicentenario para el deleite de los melómanos, que disfrutaron de la delicadeza y calidad de la interpretación.
Dirigida por Christian Góhmer, el ensamble sorprendió al público con un concierto extraordinario, integrado por obras de la primera mitad del siglo XX que no gozan de gran fama pero sí de mucho atractivo e interés.
Para su única presentación en León, la agrupación del noroeste establecida como filarmónica en 2003 presentó un programa de piezas de compositores post-impresionistas que se han ido ganando un lugar en el gusto de los amantes de la música clásica: Gustav Holst, Aaron Copland y Carl Nielsen.
La velada comenzó con “Lyric Movement” (Movimiento lírico) del compositor inglés Gustav Holst (1874-1934), conocido por su suite orquestal “Los Planetas”. Aunque la primera obra es más delicada y personal, ambas composiciones contienen pasajes de profundo misticismo, tema que siempre interesó al profesor de Londres.
Sin embargo, “Lyric Movement” es más bien una especie de despedida musical de Holst, pues la compuso en los últimos 18 meses de su vida.
Se trata de un concierto para viola y orquesta de cámara, dedicado al violista inglés Lionel Tertis, quien la estrenó con Sir Adrian Boult y la Orquesta Sinfónica de la BBC el 18 de marzo de 1934, casi dos meses antes de la muerte del compositor.
Lydia Bunn, de origen también inglés y violista principal de la Filarmónica de Sonora, se dio a la tarea de interpretar este adagio compuesto en Re menor.
Su lectura gustó por el lirismo y el refinamiento del fraseo, evitando exageraciones del romanticismo. De principio a fin exhibió una afinación segura, atenta a los matices, desde pianissimo hasta fortissimo, logrando evocar el carácter melancólico del tema principal con todas sus variantes. Solo faltó una mayor fluidez en los arpegios de la segunda parte y firmeza en la cadenza.
Bunn contó con el acompañamiento de un homogéneo ensamble de maderas y cuerdas, así como con la dirección del joven Góhmer, pendiente del equilibrio y de las dinámicas a fin de conseguir una ejecución de sincera inspiración.
Jazz americano
El ambiente meditativo continuó con el “Concierto para clarinete y orquesta” del compositor estadounidense Aaron Copland (1900-1990), figura destacada de la música del siglo XX de su país.
Aunque su repertorio abarca todos los géneros, su discurso recoge la riqueza rítmica y melódica de la música americana mediante una escritura formalista.
Un ejemplo de este lenguaje es su “Concierto para clarinete y orquesta”, que empezó a escribir en 1947 durante un viaje a Río de Janeiro, como encargo del famoso clarinetista Benny Goodman.
El oaxaqueño Luis Miguel Balseca Ayuso, clarinetista principal de la Filarmónica de Sonora, se ganó los aplausos calurosos del público por su acercamiento emotivo al concierto de estilo jazzístico.
En el primer movimiento “Slowly and expressively” (Lenta y expresivamente), recreó un ambiente lírico y reposado con un increíble legato y un sonido suave. Mientras que en “Rather fast” (Más rápido) y en las cadenzas, superó con facilidad las dificultades rítmicas y técnicas, como el Si bemol agudo o el “smear” o glissando del final.
No obstante, se extrañó una mayor unidad, porque las cuerdas se quedaban a veces un poco atrás del solista o tocaban con poca contundencia, sobre todo en la coda contrapuntística.
Aún así, la audiencia quedó satisfecha y tras desbordarse en aplausos, pudo disfrutar de un encore: “Oblivion” del argentino Astor Piazzolla, para continuar con el espíritu latinoamericano.
Aires nórdicos
En la segunda parte los sonidos escandinavos llenaron el teatro con la “Sinfonía No. 1 en Sol menor Op.7” de Carl Nielsen (1865-1931), el más grande embajador musical que ha dado Dinamarca.
Las seis sinfonías de Nielsen son sus obras más admiradas en el mundo, debido a que reflejan mejor su estilo y evolución, desde el romanticismo de la primera, hasta el modernismo de las dos últimas.
Estrenada el 14 de marzo de 1894, la “Sinfonía No. 1” se distingue por su forma de tradición clásica y su organizada estructura. Pero es su tratamiento tonal, conocido como “tonalidad progresiva”, lo que la hace original.
En este caso, Nielsen toma el Sol menor como meta y la presenta hasta el final después de iniciar en Sol mayor.
Christian Góhmer ofreció una versión heroica de esta sinfonía, obteniendo de la orquesta un sonido potente, pese al número reducido de músicos. Destacó las cualidades expresivas de los movimientos obra, sin perder su carácter apolíneo general.
De este modo, el “Allegro” se escuchó con “orgullo”’ como indica la partitura, enfatizando el stacatto del tema principal y los clímax del desarrollo y de la coda.
El “Andante” fue tal vez el movimiento mejor logrado por una interpretación sutil gracias a un manejo excepcional de los matices, consiguiendo momentos de abundante lirismo.
Como un “scherzo”, el “Allegro comodo” deleitó por sus ritmos y solemnidad de los corales. Y, por último, el “Finale” hizo vibrar de emoción con la energía y pasión que los músicos entregaron en cada compás.
La recompensa no se hizo esperar y el público de pie colmó de aplausos a la Filarmónica de Sonora, que como agradecimiento regaló otra obra fuera de programa: “Blumine” (Florecillas) del compositor austríaco Gustav Mahler, de nuevo con Luis Miguel Balseca como solista.
Así, los oyentes salieron contentos del Teatro del Bicentenario por la calidad tanto de las obras de Holst, Copland y Nielsen, como de la orquesta norteña.