La soledad es la que cala, o la que hace que familiares se paren en la tumba de un ser querido, que le recen, que platiquen con él, aunque sea un bloque de cemento lo que divide… están entre ellos otra vez.
Y así es cada año, los floristas venden los arreglos de todos tamaños, las familias inundan los cementerios, el Gobierno Municipal monta un operativo para que las visitas a los que se adelantaron ocurran sin ningún altercado.
Pero ése, lo vive el corazón.
María del Carmen Aguirre Jiménez visita a su esposo no solo el “Día de Muertos” , cada 15 días se sienta al lado de un árbol y voltea hacia arriba, Juan Antonio Ramírez Jaramillo está escrito.
Así lo hizo ayer, sentada a un lado del árbol, ve hacia arriba y reza.
Aunque fue hace tres años que su esposo murió, la ausencia es lo que menos se supera.
“Yo vengo cada 15 días a misa de 11 o si alcanzó el rosario. Duré 45 años casada, desde niña lo conocí, estaba en la escuela, entraba uno chiquito, entraba de nueve años, salimos, trabajé un año y me casé”, recuerda María del Carmen , quien viste de negro… el luto no se ha ido.
Las tumbas van enumeradas, 332, 333, 334 y así sucesivamente, pero para María no es una tumba, es su marido a quien visita.
“Es el de a mero arriba, tenía diabetes, es muy triste que se quede uno solo, aunque tiene uno sus hijos, pero siempre es tu compañero. La soledad es la que se siente”, cuenta y no evita el nudo en la garganta. Llegan entonces sus hijos y comienzan a limpiar la tumba, a ponerle nuevas flores. A visitar a su papá.
“Dos coronas a mi madre, al panteón voy a dejar” suena en repetidas ocasiones en el Panteón Municipal San Nicolás, incontables bandas de troqueros llenan los pasillos que ya no son blancos ni grises, son color cempasúchil.
Son del color que cada familia le quiere dar. Brisa Belén González murió de cuatro años, según reza su tumba que está llena de barbies, muñecos, casitas, castillos y flores.
Y es que hay quien se toma la muerte con más humor, y aprovecha la fecha para reír frente a la tumba, recordar y comer ahí o hasta echar “baile”.
Ahí están también los “escaleras”, así les dicen, son jóvenes en equipos de dos, uno se sube a la escalera y limpia la tumba como pida el cliente, el otro recoge lo que tira.
Después vienen las indicaciones de los familiares para dejar al “que se adelantó” como nuevo en su morada.
El panteón está de fiesta, unos lloran, otros beben, se ríen y bailan, la gente entra y sale, el agua riega, las flores arreglan y visten esa soledad. “Por ahí andan todos , recibiendo a sus invitados”, se burla Cristina Juárez de los enterrados.
No hay abrazos y tampoco escuchan su voz, cada asistente revive a su muerto como quiere, otros lo prefieren en silencio. Y se van curados de soledad.
“La soledad es la que se siente”
Los panteones se llenaron de alegría y nostalgia con la visita de sus deudos.