Cuando una histeria nacionalista se apoderó de los Balcanes hace un cuarto de siglo, Aslan Ballaj, un kosoviano de origen albano, hizo algo impensable: se fue a Serbia para abrir una panadería en una época en la que la gente como él era vista a menudo como un enemigo.
Desde entonces, Ballaj ha convivido con sus vecinos serbios incluso cuando sus países se fueron a la guerra a fines de la década de 1990, logrando de algún modo escaparle a la violencia en los peores días del baño de sangre. Pero cuando pensaba que los días del miedo y el revanchismo habían quedado atrás, extremistas atacaron su panadería en octubre, rociándola con balas y tirando una granada que rompió ventanas, paredes, mesas y sillas.
“Pensé que estábamos en el siglo XXI”, declaró este hombre de 50 años y padre de cuatro hijos. “Nunca me imaginé que esto podría pasar, especialmente ahora”.
Una veintena de comercios de grupos minoritarios fueron atacados junto con el de Ballaj, en una serie de acciones coordinadas desatadas por una disputa en torno al fútbol, han hecho que surja el fantasma de la era de Slobodan Milosevic, el caudillo que fomentó conflictos étnicos y armados contra sus vecinos de los Balcanes.
La intolerancia va en aumento. En la radio y la televisión abunda la propaganda antioccidental. Se suspenden los programas de periodistas liberales. Los nacionalistas hablan de cambiar las fronteras con los Balcanes. Reaparecen las acciones al estilo de la mafia, típicas de la época de Milosevic. Y a medida que aumentan las tensiones entre Rusia y Occidente por Ucrania, Serbia se alinea con su mentor de siempre Moscú, al tiempo que trata de ser admitida en la Unión Europea.
“Alguien quiere recordarnos los 90”, dijo la defensora del pueblo Anika Muskinja-Hajnrih. “Esto es alarmante”.
En Serbia, cuya estabilidad es crucial para la paz en una región balcánica todavía volátil, han estado creciendo las tensiones étnicas y sociales, las cuales se manifestaron a plenitud en un enfrentamiento entre aficionados de Serbia y Albania durante un partido por las eliminatorias del Campeonato Europeo de fútbol. La pelea, en la que participaron incluso jugadores, se produjo cuando una bandera albana sobrevoló el estadio y desencadenó tensiones sobre todo en el norte de Serbia, de donde es Ballaj y donde conviven varios grupos étnicos.
La retórica cada vez más fuerte de los nacionalistas, tolerada, si no alentada, por el gobierno, ha hecho que muchos se pregunten si se están imponiendo de nuevo algunas de las políticas de Milosevic, no obstante el hecho de que el gobierno derechista del primer ministro Aleksandar Vucic dice estar alineado con la Unión Europea.
Algunos sectores aseguran que los conservadores y los prorrusos han silenciado a los liberales, comprometiendo la democracia que tanto costó conseguir. Vucic, quien se granjeó el apoyo de Occidente comprometiéndose a impulsar reformas políticas y económicas afines a la Unión Europea, ha sido acusado de combatir a la oposición y reprimir a la prensa.
“Nunca pasaron estas cosas, jamás”, afirmó Olja Beckovic, prominente periodista. “Mire la televisión. Ya no se puede criticar a nadie”.
El popular programa de Beckovic, de alto contenido político, fue sacado del aire hace poco por B92, un canal privado que alguna vez dio voz al movimiento democrático que produjo la caída de Milosevic en el año 2000. La periodista dijo que Vucic había intervenido personalmente para influenciar los invitados y otros aspectos de su programa. Agregó que otros medios también recibieron distintos tipos de presiones políticas o económicas.
Vucic niega las acusaciones y dice que no tuvo nada que ver con la suspensión del programa. B92, por su parte, señaló que el programa de Beckovic simplemente no encajaba en la programación actual del canal.
El primer ministro fue un nacionalista serbio radical durante el conflicto con la antigua Yugoslavia en el que murieron más de 100.000 personas y millones fueron desplazadas. A fines de los 90 fue ministro de información de Milosevic, en una época en la que los medios de oposición fueron perseguidos y cerrados. Asegura que moderó sus puntos de vista y ahora está alineado con la Unión Europea.
A diferencia de Milosevic, quien convirtió a Serbia en un estado paria, el gobierno de Vucic ha tratado de normalizar las relaciones de Serbia con sus vecinos, incluidos Kosovo, la antigua provincia de mayoría albana que declaró su independencia en el 2008 y que Serbia se niega a reconocer. La UE dice que las dos naciones deben mejorar sus relaciones para ser admitidas en ese bloque.
Pero en una actitud desafiante hacia Occidente al mejor estilo de Milosevic, el gobierno de Vucic forjó al mismo tiempo fuertes lazos con Moscú y recibió como un héroe al presidente ruso Vladimir Putin cuando visitó Serbia en octubre.
Vojislav Seselj, un correligionario de Vucic sospechoso de haber cometido crímenes de guerra y quien postula una alianza con Rusia, fue vitoreado el mes pasado por 10.000 personas en un acto en Belgrado. Pocos días después, un procurador que está juzgando a numerosos sospechosos de crímenes de guerra dijo haber recibido amenazas de muerte y denunció que impera un “clima de linchamiento”.
Vucic, quien es muy popular por tratar de devolverle su orgullo nacional a los serbios tras perder la guerra de los Balcanes, niega que se esté volviendo a los años 90. “Todos cambian”, sostuvo. “Yo lo hice y me enorgullezco de ello”.

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