“¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?”. Ireri Ugalde, nieta de Vicente Leñero, cruza el revoltijo de sillas; el cabello suelto, las manos sobre sus ojos. Su voz de niña es un susurro y sigue preguntado por qué murió el abuelo.
Son las 12:45. Hace media hora, las cenizas del escritor, fallecido el miércoles a los 81 años, fueron colocadas en medio de aplausos en el centro en el vestíbulo del Palacio de Bellas Artes por sus cuatro hijas.
Eugenia, Isabel, Estela y Mariana, cruzadas por el dolor, están hasta adelante. Se acerca Rogelio Cuéllar, el autor de la foto que cuelga sobre una tela negra: “Todos nos quedamos huérfanos. Se nos han caído todas las hojas”, les dice.
Luis de Tavira lo pone así: “Hoy es el autor, el dramaturgo, quien se ausenta de esta escena, de este sueño, de esta ficción”.
El discurso del director de la Compañía Nacional de Teatro llega después de una hora de pésames, cuando ya Enrique Singer, Víctor Ugalde, Luis de Tavira, Carmen Aristegui, Rafael Rodríguez Castañeda, Adolfo Castañón, Eduardo Lizalde o Ignacio Solares han tomado su lugar.
Con libertad, añade De Tavira, enfrentó la censura, el autoritarismo y las mordazas de la corrupción. “Nos hereda la victoria de una vida y de una obra admirables”.
Recuerda que en 1994, durante le levantamiento zapatista, Leñero convocó a crear el teatro Clandestino, uno de urgencia para testimoniar los padecimientos. “En la obra de Leñero nos descubrimos habitantes de un País donde nadie sabe nada, urgidos de verdad y conciencia histórica”.
Para entonces han entrado todos al Palacio. Los lectores de Leñero, unos 500, en su mayoría veinteañeros, estudiantes de periodismo (uno de ellos con “Talacha periodística” en la mano) que se formaron desde las 10 de la mañana afuera del recinto, aunque sólo los dejaron pasar por enfrente de la urna; se cruzaron al otro lado y comenzaron a esperar.
“Es modelo para todos nosotros”, dice Fernanda Guzmán, del tercer semestre de la Escuela de Periodismo Carlos Septién, durante la pausa. Andrea García, su compañera, le quita la palabra: “Porque es muy difícil mantener la fe en tus ideales, ser un periodista con ética, que busca la verdad como él”. Igual que otros cinco compañeros, traen flores blancas y azules que esperan poner junto a la urna y encabezan la fila que espera hacer guardia.
Toma el micrófono Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Conaculta, y cuando menciona a Emilio Chuayffet, muchos se preguntan a qué hora el secretario de Educación habrá llegado. Tovar enumera la obra de una vida: 10 novelas, 4 colecciones de cuentos, 18 guiones, 14 piezas de teatro, reportajes, memorias.
Recuerda esa respuesta de Leñero sobre los finales: “No me gusta que las historias se acaben: ni en el cine ni en la literatura ni en la vida. Siempre tiene que haber más posibilidades, más caminos, más repuestas. Creo en la vida eterna, en la partida a medio juego, porque finalmente nunca morimos del todo”.
Lo que sigue otra vez son los aplausos, mientras Aristegui también se declara su alumna: “Parte fundamental de la conciencia mexicana cruza por Vicente Leñero”, dice cuando un suspiro de decepción recorre el vestíbulo. Luego de una nueva guardia de honor con Chuayffet, la familia se ha llevado las cenizas.
Estela Leñero, en Sala Adamo Boari, se había entrevistado con los reporteros. Dice que su madre, Estela Franco, se quedó en la casa, que el homenaje ha sido una manera de compartir con todos lo que fue, lo que es y lo que será su padre, y que las cenizas se quedarán en su colonia de siempre, la San Pedro de los Pinos.
Entre un ruido de sillas levantadas, el actor Daniel Giménez Cacho recuerda la última anécdota de un hombre que vivió en busca de la verdad: “Lo vi en una fiesta de periodistas y me quiso contar algo muy confidencial, y me acuerdo que sus ojos brillaban de placer: ‘Te tengo una verdad aquí, que te va a servir’”.
Hereda a lectores sus libros
“Nací en Guadalajara pero cuando abrí los ojos ya estaba en San Pedro de los Pinos”, escribió en 2005 Vicente Leñero. Y en la San Pedro de los Pinos perdurarán sus sus cenizas.
La mayor de sus hijas, Estela, dijo que van a ponerlas en un nicho. La biblioteca permanecerá en su casa, pero no estará cerrada, sino abierta para todos quienes quieran visitarla.
Estela lidiaba con la tristeza mientras hablaba de los pendientes que dejó su padre: por lo menos dos artículos y una reedición del “El libro rojo”, un proyecto colectivo coordinado por Gerardo Villa del Ángel, además de una novedad: una especie de autobiografía que le pidió Felipe Garrido.
“Se titula Infancia y juventud: Vicente Leñero”, aclaró Garrido vía telefónica. “Es una compilación de algunos textos sobre su propia infancia y juventud, y sobre la infancia y juventud en general. Yo no sé si tenga uno que otro inédito, aunque todavía no tiene editor”.
El académico tomaba un vuelo de vuelta a la FIL de Guadalajara. Vino sólo al homenaje. “Claramente Leñero es un luchador de las causas por las que ahora pelean los jóvenes en México”.