Como cada año indígenas del estado de Guerrero inmigran de mayo a junio a comunidades de León y otros municipio, donde bajo los rayos del sol recolectan chile, tomate y otros frutos; trabajo en el que contribuyen en su mayoría niños menores de 15 años.
Y mientras padres e hijos cortan chiles, chiquillos de entre cuatro y tres años quedan con la responsabilidad de cuidar de los más pequeños, bebés de meses que lloran por el calor, el hambre o simplemente por el fastidio de estar por horas cubriéndose del sol debajo de un camión.
Algunos niños hasta parecieran abandonados entre los sembradíos y otros tantos en los caminos, pues en busca de una sombra o mejor confort se apartan hasta kilómetros de las piscas y la atención paterna.
Y mientras unos lloran o juegan entre la tierra, otros se preocupan por ayudar a cumplir la meta de recolección, la que depende de cada persona, pero la que se paga por igual: 30 ó 20 pesos por llenar una arpilla de chiles serranos.
José, Antonio o Rosa puede ser el nombre de cualquier pequeño que corta chiles entre los cultivos, pregunta que quedará sin responder ya que pocos son los que pronuncian español, ellos, simplemente no entienden nada.
En una de las piscas cercana a la comunidad Barretos, uno de los contratistas, quien dijo tener a su cargo unas 65 personas, reconoció lo barato que era la paga por arpilla.
“Es muy barato, casi todos vienen del rumbo de Guerrero, hay muchas partes (en donde trabajan en León) yo traigo como unos 65”, dijo un contratista.
“Estos son poquitos, ahorita andan bien hartísimos, éste nada más es un puñito (…), ellos están (instalados) en Santa Ana rentan una o dos casas hay otros en Rancho Nuevo, en todos los ranchos hay, en Barretos, en La Sandía”, agregó otro de los contratistas.
Pero el camino no termina en Guanajuato, pues terminada la temporada de recolección acá, “hay gente que salta de Guerrero y ya no regresa, se queda a trabajar, brinca a otro lado de aquí a Jalisco y así depende de dónde se necesiten”.
Don Carmelo llegó a Guanajuato desde hace un mes, él junto con una cuadrilla de más de 50 personas, vino a trabajar con la ayuda de sus dos hijas de nueve y diez años; los tres se mueven entre comunidades y sembradíos para ganar dinero.
“Junto chile y tomate desde las seis de la mañana y termino como a las cuatro o cinco. Hay que llenar el camión para irnos, la meta es un camión por día”.
Tal como don Carmelo, otros guerrerenses se ayudan de las manos de sus hijos para juntar entre cinco y siete arpillas en todo el día, lo que les hace juntar en promedio unos 200 pesos. Monto que disminuye al restarle la renta de casa y el alimento.
“Vienen muchos pero no sabría cuántos, llegan y rentan casa. Hay muchos lugares (dónde trabajar), ahorita donde quiera andan cortando chile y lo que sea”, platicó Gabriela, una jornalera de León.
Reconoce precariedad Derechos Humanos
Luego de que el pasado sábado se realizara un recorrido por las comunidades que asientan a los indígenas inmigrantes, la Procuraduría de los Derechos Humanos del Estado de Guanajuato (PDHEG) solicitó a autoridades estatales medidas de protección a los jornaleros agrícolas de Guerrero.
Durante su recorrido con diferentes familias, la PDHEG obtuvo un diagnóstico: “en las comunidades de Barretos, La Arcina, Vallejo, San José de los Sapos, Los Ramírez, Santa Ana del Conde y Rancho Nuevo, al menos mil 200 personas, (60% menores de edad) se encuentran para la cosecha de pepino, cebolla y chile”.
La PDHEG contactó a la Secretaría de Salud del Estado, para informar la situación, y la Jurisdicción Sanitaria número siete envió brigadas médicas para identificar riegos.
Algunos rentan casas con baños portátiles y se les da agua del pozo de riego, pero en Barretos, Rancho Nuevo la Luz, San Agustín del Mirasol, Los Ramírez y Santana del Conde, no cuentan con agua potable.