El viento del cambio recorre Centroamérica. Una Primavera del descontento ha emergido en Guatemala y Honduras y puede extenderse a El Salvador.
Todo empezó en Guatemala. Fue el pasado 25 de abril, cuando dos universitarias convocaron por las redes sociales a una protesta frente al antiguo palacio de Gobierno. Exigían limpieza frente a la corrupción. La llamada prendió como la pólvora, miles de personas la secundaron. El sorprendente éxito de la llamada animó a nuevas manifestaciones. Cada vez más fuertes. Ahora, se efectúan todos los sábados.
Las protestas han logrado, de momento, la renuncia de la vicepresidenta, Roxana Baldetti, y tienen arrinconado al presidente, Otto Pérez Molina. Un personaje sometido a una fuerte erosión y de enorme impopularidad.
“En Honduras, la Primavera la vamos a vivir en el momento en que logremos hacer renunciar al Presidente”, dice Ariel Varela, uno de los impulsores de las protestas en el País centroamericano.
El movimiento surgió como respuesta a los escándalos de corrupción, sobre todo de uno que tocó la fibra sensible de una población harta de penurias.
El caso, que afecta al Partido Nacional (PN), la fuerza gobernante desde 2010, tiene su origen en un desfalco de 350 millones de dólares al Instituto de Seguridad Social.
Mediante una red de empresas fantasma, el PN alimentó sus arcas y financió sus campañas de 2013. El presidente, Juan Orlando Hernández, admitió haber recibido dinero para su campaña, aunque advirtió que en su Administración “nadie ha comprado impunidad, que los corruptos deben rendir cuentas ante la ley” y prometió “cero tolerancia a los abusos”.

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