Si alguien dejó un legado sobre la importancia de la familia y de ayudar al prójimo fue Ana Josefa Reynoso Vela, quien murió la mañana del pasado miércoles 9 de septiembre a los 90 años.
Mamá, esposa, hermana pero además pilar de la empresa de hormas El Modelo, la querida Anita se marchó convencida de que sus hijos seguirán multiplicando la ayuda al prójimo sin conocerlo.
Ana Josefa Reynoso nació en León el 26 de julio de 1925, producto del amor de Vicente Reynoso y Carmen Vela; creció en el que después sería su barrio favorito: San Juan de Dios.
“Su papá murió cuando su hermana más pequeña tenía tres años, entonces todas las hijas se tienen que poner a trabajar para sacar adelante la familia, aunque mi mamá se casó muy chica”, contó Víctor Orozco Reynoso, el hijo menor.
Anita se casó con Pascual Orozco Guerra, con quien procreó cuatro hijos: Pascual, René (+), Óscar y Víctor.
“Siempre estaba al pendiente de todo, que trajeras ropa y zapatos limpios, que te bañaras; ella acostumbraba tejer mientras yo hacía la tarea, ahí me acompañaba escuchando música”, recordó Víctor.
En la calle Altamirano No. 211 del barrio de San Juan de Dios comenzó en los años 40 un sueño familiar hecho en hormas; don Pascual mantenía a su familia de ese pequeño local que con el paso del tiempo se convirtió en una gran fábrica.
Doña Anita siempre fue cariñosa, amable y recta, pero además de una fortaleza y disciplina inquebrantables.
“Mi mamá siempre estuvo al pendiente de mi papá; él era charro, lo practicaba como deporte, y ella le decía: Pascualito, un charro no puede estar panzón”, añadió Víctor.
Ana Josefa pasó de ser ama de casa al pilar de la familia y también de la fábrica que construyó su esposo.
En 1974 murió su hijo René a causa de un accidente y un año después su marido enfermó y también falleció.
“Se refugió completamente en Dios, eso fue lo que la hizo vivir porque al año se nos muere mi papá; es algo milagroso porque la familia siempre ha tenido la capacidad de soportar esas penas del corazón”.
La frase de la señora era “Ya pasará” y así era ante la vida, con ganas siempre de apoyar al más necesitado.
Martha Córdova, su asistente personal durante más de 30 años, recordó que en la fábrica siempre se preocupaba por los “muchachos” como llamaba a sus empleados.
“Cada diciembre se iba a Villa Hidalgo a comprar ropa nueva para después repartirla entre ellos”, narró.
Pero si con sus trabajadores y desconocidos era tan bondadosa y altruista, con los suyos desbordaba entrega y amor.
“Tenía un corazón muy grande, no soportaba ver a un trabajador triste o con problemas, o que le faltara para comer. Siempre estuvo muy al pendiente de la gente, que estuvieran bien y que ganaran bien”, añadió.
Siempre respetaba los “martes de hermanas”, pues se los dedicaba a ellas y cada año realizaban juntas un viaje.
Según familiares y amigos, los adjetivos para describir a Anita son interminables.
“Me siento muy honrado y orgulloso de que haya sido mi madre, pero también fue mi mejor amiga”, finalizó Víctor.
Todos sus seres queridos la despidieron con gran amor sabiendo que Anita ya descansa en Dios junto con su esposo y su hijo.

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