Esta vez, los vientos marinos conducen por una travesía de 12 días por mar y tierra, desde Tokio hasta Beijing, con cinco escalas en distintos puertos de Japón, Corea del Sur y China.
El Silver Shadow, uno de los seis buques de la naviera italiana de lujo Silversea, hará las veces de “hogar” flotante (si queremos entender por hogar un sitio lleno de lujos, terrazas que dejan ver el mar abierto, experiencias gourmet y un ejército de gente cálida dispuesta a consentirnos, claro).

La llegada y el lamento de lo que no pudo ser
Después de hacer una fila entre gente ordenada y silenciosa, abordo el Narita Express, que llega en 53 minutos desde el Aeropuerto Internacional de Narita hasta la concurrida Tokio Station.
Desde aquí, según el mapa, hay que caminar siete cuadras a la izquierda para hallar el hotel Shangri-La, donde pasaré la única noche que estaré en la ciudad antes de abordar el Silver Shadow, el crucero de la naviera italiana Silversea que me llevará por diversos rincones asiáticos.
La estación central, con su estilo alemán que se conserva casi intacto desde su construcción en 1914, es el sitio donde convergen las líneas de Metro y trenes urbano y bala (Shinkansen) y donde se enreda un sistema de laberintos subterráneos llenos de galerías, restaurantes y boutiques de marcas de lujo. En esta ciudad no es raro observar que alguien salga del metro con una bolsa nueva de Louis Vuitton.
Un paso afuera del tren y la hora pico en la estación central de una ciudad de 13 millones de personas ofrece todo un espectáculo: la coreografía perfecta de miles de peatones que, sin siquiera rozarse, van y vienen a paso veloz, mientras jalan maletas con ruedas o se detienen en filas ordenadas.
Todo se desarrolla en un escenario pulcrísimo, inclusive en los baños de la estación más concurrida del mundo.
Descubro que no es necesario hacer preguntas para saber dónde estoy, todo está perfectamente señalizado en coloridas pantallas planas que van marcando el camino para salir en dirección al distrito de Marunouchi.
Llego al hotel justo a tiempo para ver el horizonte urbano al caer la tarde. Me esfuerzo para vencer el sueño, mientras camino por un entretejido de calles que no tienen nombre, excepto aquellas avenidas grandes que indican el distrito y la zona.
Cada vistazo a los edificios, tiendas de diseño, boutiques, restaurantes, casas de té y tabernas lanza una irresistible invitación a olvidarme del crucero y pasar los 12 días en esta ciudad.
Camino lamentando mi mala toma de decisiones al planear el itinerario sin un día extra para disfrutar del puerto de salida.

Leven anclas: partir con cielo nublado
El sistema de Metro de Tokio, sencillo y bien planeado, permite que esas cuatro horas antes de que se leven anclas sean suficientes para vivir una experiencia en el corazón tradicional de esta urbe ultramoderna.
El distrito antiguo de Asakusa, que creció alrededor del Templo Senso-ji -construido en el siglo 17- regala postales de santuarios antiguos, estrechas calles de piedra, mercados callejeros y locales diminutos atendidos por las mismas familias durante generaciones.
El paseo que conduce desde la salida del metro al templo es un curioso recorrido de 250 metros donde se hallan pequeños locales que venden comida, recuerditos, juguetes, abanicos, sombrillas, lámparas de papel y quimonos, entre otros artículos.
De regreso al Shangri-La, la concierge, mucho más consciente de mis tiempos que yo, tiene listo mi equipaje y un taxi en la puerta que me llevará hasta el puerto de la ciudad.
Agradezco su eficiencia con un billete que guardo inmediatamente al ver su gesto de reprobación.
Olvidaba que aquí la gente es amable y servicial por cultura y convicción, no por dinero.
Entro al barco ya sintiendo nostalgia por la tierra firme de esta ciudad nipona.
A la entrada del buque, una mujer filipina sonriente recoge el pasaporte y lo intercambia por una copa de champaña. Las burbujas de la bebida y lo sorprendente de mi suite, la 601, hacen que pronto supere la tristeza de haber recorrido Tokio tan sólo por unas cuántas horas.
Exploro la suite con la misma emoción con la que, a lo largo de 12 días, descubriré cada puerto.
Tras el recorrido por la sala, el comedor, la barra del bar, las dos terrazas, los dos baños y la habitación, encuentro en el escritorio, a un lado de las frutas y las orquídeas, hojas de papel y sobres que presumen el nombre de la naviera junto al mío. Fantaseo con escribir cartas a la antigua usanza durante toda mi travesía.
Justo al recordar que viajaba con un par de maletas, las encuentro en una esquina del vestidor (que es tan grande que cabría otra cama dentro). La ropa ya está colgada y doblada.
La magia corre a cargo de Ray Araneta, mi mayordomo personal, quien también ha dejado en el baño una bandeja de artículos de tocador de Bvlgari y Ferragamo.
Afuera, el capitán anuncia que estamos a punto de partir. Desde la terraza de la habitación saco la última fotografía del horizonte de Tokio, bajo un cielo casi negro.
Cuando comienza a llover, el agua del mar también se agita bajo el buque. Estamos zarpando.

Primera parada: El volcán vigilante
Después de un día entero en alta mar, habiendo recorrido un total de 517.82 millas náuticas desde Tokio hasta Kagoshima, en Japón, estoy rendida ante los encantos del buque.
El día a bordo se fue mucho más rápido de lo esperado: viendo el cielo desde el jacuzzi al aire libre, devorando libros de viajes en la sala panorámica, tomando un masaje en el spa y disfrutando de la vista en el balcón, esa que hoy se ha transformado totalmente.
Lo que ayer era sólo mar y cielo hoy es reemplazado por la impresionante fumarola de un volcán activo.
El Sakurajima es el legendario volcán en eterna erupción que se ha convertido en el símbolo de Kagoshima, esta ciudad nipona localizada al sur de la isla de Kyushu.
La atracción de este volcán es tan fuerte que me obliga a mirarlo de cerca.
Para hacerlo, hay que tomar un ferry que, por unos 150 yenes (alrededor de 20 pesos), surca las aguas de la bahía de Kagoshima y en 15 minutos me acerca a este volcán que se levanta a mil 117 metros sobre el nivel del mar.
Antes de la erupción de 1914, la península de Sakurajima era una isla, pero la lava rellenó el estrecho de 500 metros de longitud que la separaba de Osumi.
La guía de turistas Sumika Shinohara, cuenta que el año pasado el volcán hizo alrededor de 750 pequeñas erupciones de vapor y humo, y que todo el tiempo lanza cenizas sobre los 600 mil habitantes que aquí viven.
La eterna lluvia de cenizas resuelve mi duda sobre la gente que camina con sombrillas y cubrebocas a pesar de que no llueve ni pega tanto el sol.
Se pueden pasar horas enteras mirando de frente a este, uno de los volcanes más activos de Japón y del mundo, cuya nube de humo que sale del cráter es un espectáculo impresionante.
El continuo peligro que supone el volcán no espanta a ninguno de los 1.8 millones de visitantes al año que buscan ver al Sakurajima de cerca, se bañan en sus aguas termales y se entierran en arena volcánica para depurar y relajar el cuerpo.

Segunda parada: Nagasaki, de aires europeos
El Silver Shadow zarpó ayer al atardecer mientras una estudiantina local tocaba en el puerto a manera de despedida y como recordatorio de que los japoneses saben cómo hacer sentir bien a los extranjeros.
El sutil vaivén del buque recorriendo 57 millas náuticas para llegar a Nagasaki, me sumergió en un sueño profundo que sólo logró interrumpir un llamado a mi puerta.
Son las siete de la mañana, la hora en la que pedí el desayuno a la suite. Ray, mi mayordomo (y ahora mejor amigo), entra. En un parpadear monta un desayuno gourmet en la mesa de la veranda.
Del volcán de Sakurajima, sólo quedan las cenizas que aún cubren los barandales del balcón.
La postal de hoy presenta una colorida ciudad de arquitectura oriental y occidental, exquisitamente envuelta por una cordillera alfombrada de verde vivo.
Nagasaki, situada en la costa oeste de Kyushu, fue uno de los tres únicos puertos de acceso a Japón que permaneció abierto durante el sakoku (periodo de 300 años en que el país estuvo cerrado a las relaciones exteriores).
La ciudad es conocida mundialmente por haber sido blanco de la bomba atómica lanzada en agosto de 1945. Pero además de ser un ejemplo de voluntad, esperanza y fortaleza, su esencia tradicional y colorida invita a recorrerla desde otro punto de vista.
La estética citadina me recuerda a algún pueblo europeo, con edificios coloniales, iglesias católicas y casas de madera al estilo holandés, influencia de los asentamientos misioneros, llegados de Europa en el siglo 16.
Sin embargo, uno de los mejores legados de los evangelizadores es el ahora famoso castella, un suave panqué de miel conocido como el regalo que dejaron los portugueses en Nagasaki.

Tercera parada: mujeres y abuelos
El camastro de la amplia terraza de mi habitación me tienta con la idea de no abandonar jamás el barco, pero un silbido recuerda que los verdaderos protagonistas de este viaje son los puertos asiáticos, por más que las comodidades del Silver Shadow prometan el paraíso.
Sin siquiera haber hecho una sola maleta, amanezco en otro país, así que tengo que sellar mi pasaporte y cambiar los yenes japoneses por wons, la moneda que se usa en Corea del Sur.
Jeju es la isla de mayor extensión del país: mil 845 kilómetros cuadrados abrazan naturaleza exótica, que va de volcanes extintos y latentes, hasta cascadas, cuevas, grutas, túneles esculpidos por lava y acantilados abruptos donde chocan las olas del mar.
La isla posee alrededor de 360 volcanes y se compone, principalmente, de basalto y lava, por lo que en 1978 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO bajo el nombre de “Isla volcánica y chimeneas de lava de Jeju”.
“Jeju tiene cuatro elementos propios: la lluvia de cada tercer día, los vientos fuertes o tifones, las piedras volcánicas y las mujeres”, comenta la guía de turistas Young Mi (quien prefiere que los occidentales le llamemos Kim), regalando una visión completa sobre la esencia del lugar.
Los escenarios naturales son tan famosos como las haenyeo o “mujeres del mar”, una comunidad de valientes mujeres buzo que se ganan la vida sumergiéndose de 10 a 15 metros en las profundidades del mar, con la única ayuda de sus asombrosos pulmones.
Otro de los íconos de la isla son los harubang o abuelos de piedra, esos monolitos de roca volcánica, de hasta tres metros de alto, que son conocidos como dioses de la protección y la fertilidad.

Cuarta parada: las entrañas del dragón
Después de un día en alta mar, en el que el barco recorrió 261 millas náuticas desde el puerto de Jeju, llegamos al puerto de Shanghai, en China.
Cuando abro las cortinas, entiendo los beneficios de que un barco pequeño, como los de Silversea, anclen cerca de las ciudades, o justo en medio, como es el caso de hoy.
El esplendor de Shanghai rodea por completo al buque con una sucesión de rascacielos que me hace sentir la urgencia de descubrir las entrañas del “dragón”, como a veces se refieren a esta ciudad oriental.
Salgo tan pronto las puertas del barco se abren para pasar migración y mostrar la visa china.
Sonrío al pensar en que en la última semana mi pasaporte se ha llenado de sellos de diferentes países asiáticos, aunque siga durmiendo en la misma cama.
El encanto de Shanghai reside en que en medio de esta ciudad, que brilla con la luz del sol reflejándose en las fachadas de los rascacielos, también se encuentran la tradicional ciudad vieja y algunos rincones de estética colonial.
La forma infalible de “montar” al dragón económico de China es enamorarse de sus tres rostros.
La faceta de modernismo y la fuerza económica se presenta en el Bund, un paseo a la orilla del río de Huang Pu que ofrece la típica postal en la que destaca la torre de televisión Perla de Oriente, de 457 metros de altura.
Cuando logro salir del embrujo de sacar miles de fotos del mismo lugar, estoy preparada para conocer otro de los rostros de “dragón”, el que corresponde a su personalidad de herencia europea.
Se encuentra al sur de esta misma zona del Bund, en una pequeña franja que presume su esencia occidental con antiguas villas y callejones estrechos y empedrados de estilo francés, donde se encuentran cafés, bistrós, boutiques de moda y tiendas de decoración de interiores.
Para vivir su lado milenario, me dirijo hacia el casco viejo, en Fangbang Zhong Lu.
En esta zona se encuentran sitios icónicos como el templo del Dios de la Ciudad, el jardín tradicional chino Yu Yuan, los bazares de artesanías locales y peculiares mercados de animales vivos. Sin duda, todos obligados a visitar.

Quinta parada: Ciudad de Palacios
Después de dos días de hacer tierra en Shanghai, los pasajeros del Silversea nos despedimos de la vibrante ciudad china con una parrillada en el área de la alberca, teniendo de fondo las impresionantes luces del panorama urbano.
El barco navega alrededor de 541 millas náuticas desde el puerto de Shanghai hasta Incheon.
Después de 24 horas en alta mar, estamos de vuelta en Corea del Sur, donde esta vez podré explorar la capital, localizada a una hora del puerto de Incheon, donde el barco atracó.
Uno de los atractivos principales de la ciudad es visitar el palacio Gyeongbokgung, construido hace 600 años por mandato del monarca que fundó la dinastía Joseon.
Otro obligado es el Changdeokgung, el único palacio que preserva el estilo arquitectónico original y el favorito de los puristas de la arquitectura oriental.
Además de ver los palacios, me doy tiempo para visitar el barrio de Tajanglo, donde hay 130 teatros que ofrecen obras casi diario, y el encantador barrio de Isadong, el laberinto de callejones en los que se despliegan galerías de arte, restaurantes, casas de té y cafés.
Regreso al Silver Shadow para disfrutar el último día en alta mar, antes de que el crucero llegue a su fin, en la capital de China, Beijing.

Guía práctica
Tokyo
DÓNDE DORMIR
El hotel Shangri-La de Tokio ofrece vistas sorprendentes, restaurantes de moda y un despliegue de arte local digno de una galería de alto nivel.
El costo de hospedaje por noche por persona comienza en 47 mil 660 yenes (poco más de 6 mil 800 pesos).
www.shangri-la.com
DÓNDE COMER
Nadaman. Sirve platillos japoneses de la autoría del chef Takahiko Yoshida. Está en el distrito de Marunouchi.
MONEDA
Yen japonés: un peso equivale a 7 yenes, aproximadamente.
QUÉ HACER
Ir a Kabuki-za, uno de los principales teatros kabuki de Tokio.
Pasear por Shibuya y su cruce peatonal, donde está la estatua del perro Hachiko, que esperaba todos los días frente a la estación a que a su amo regresara.
Ir de compras a Akihabara, barrio electrónico y del “anime”.
Conocer el Templo Senso-ji, que recibe alrededor de 20 millones de personas al año.
www.gotokyo.org/en 

Silver Shadow
Tripulación: 302
Invitados: 382
Eslora: 186 metros
Manga: 24,9 metros
Velocidad: 18,5 nudos
Tonelaje: 28.258
DÓNDE COMER The Restaurant. Menú creado sólo para Silversea por Relais & Châteaux.
La Terrazza. Desayunos buffet y para la cena, cocina italiana a la carta.
Le Champagne. El único Restaurante de Relais & Châteaux en alta mar se halla en los Silversea.
COSTOS APROXIMADOS
Una ruta como ésta viajando por Japón, Corea del Sur y China ofrece una tarifa por persona que parte de los 8 mil dólares (casi 105 mil pesos, incluye todo sin contar pasajes aéreos, paseos en tierra, el spa, el casino y el restaurante Le Champagne).
www.silversea.com 

Kagoshima
QUÉ COMER
Kurobuta, un platillo a base de puerco negro, o los platillos elaborados con mariscos.
El jambo mochi es un tradicional pastel de arroz de forma ovalada cubierto por una espesa salsa de soya y azúcar glaseado (representa la espada corta de un samurai).
QUÉ HACER
Pasear en Senganen (Iso Gardens), un tradicional jardín japonés, trazado en 1658.
Hacer un viaje al pasado en Reimeikan, el Museo de Historia de la Prefectura de Kagoshima.
Admirar el Museo de las Bellas Artes de Kagoshima. Posee una gran colección de pintores oriundos y bellas obras de artesanía local.
Retratar la estatua de Saigo Takamori (1828-1877), llamado “El último samurái”.
Visitar el Acuario de Kagoshima, uno de los más importantes del país.
www.japan-guide.com 

Nagasaki
QUÉ COMER
Además de los castella, famosos panqués hechos con azúcar, harina, huevo y jarabe de almidón, hay que probar el champon, una sopa de fideos con mariscos, judías, col, germinado de soya, carne de cerdo y kamaboko (variedad de surimi).
QUÉ HACER
Visitar la iglesia católica de Oura, de 1865, legado de la presencia misionera en la ciudad.
Pasear por el Jardín Glover que abraza varias construcciones estilo occidental que datan del período Meiji.
Caminar alrededor de Oranda- Zaka (la costa de los holandeses), donde se ven casas construidas por los residentes holandeses allí establecidos.
Acudir al templo de Confucio y al santuario sintoísta de Suwa, situado en la cima de una colina que ofrece una bella panorámica de Nagasaki y su puerto.
Reflexionar acerca de la tragedia ocurrida el 9 de agosto de 1945 visitando el Museo de la Bomba Atómica.
www.japan-guide.com 

Jeju
QUÉ COMER
Los platillos principales se basan en pescados, vegetales y algas marinas y, como condimento, se usa la pasta de soja.
Con los pescados se preparan sopas y yuk (conocidas como gachas, que llevan arroz y otros cereales) y las carnes de cerdo y de pollo se usan para el pyeonyuk (carne hervida).
Los productos especiales más famosos son las mandarinas, besugos y abulones. Estos últimos se pueden disfrutar crudos en sashimi y las gachas de abulones son un gran manjar.
QUÉ HACER
Ir a las Cataratas de Cheonjeyeon, en bosques frondosos.
Admirar los acantilados esculpidos por la lava de un volcán, en Jusan Jeolli.
Mirar a las mujeres buzo o haenyeo sumergirse para buscar mariscos.
Saborear naranjas, mandarinas, toronjas y piñas.
Ir de compras al centro artesanal Jeju Folk Arts.
MONEDA
La moneda nacional es el won, el tipo de cambio es de 1 dólar por 1.082 wons.
spanish.visitkorea.or.kr 

Shangai
QUÉ COMER
Mariscos, pescados, empanadas al vapor, tallarines, pasteles de cangrejo y vino de arroz.
QUÉ HACER
Cruzar el río Huangpu a bordo de un barco transbordador o subir a la torre Jin Mao para ver el distrito financiero de Pudong.
Tomar un café en Fuxing Zhong Lu, el barrio de antiguas casonas coloniales y callejones empedrados.
Recorrer el Jardín Yu Yuan y curiosear en el famoso bazar que se encuentra a la entrada de este sitio, en la zona de Fangbang Zhong Lu.
Ir de compras a las calles peatonales de Nanjing Dong Lu y Jiujiang Lu.
TRÁMITES MIGRATORIOS
Los mexicanos requieren visa de turista. Unos 1,450 pesos por una de entradas múltiples.
MONEDA
Un yuan equivale a dos pesos mexicanos, aproximadamente.
mx.china-embassy.org/esp 

Seúl
QUÉ COMER
El bibimbap (plato de arroz con vegetales y carne), el galbijjim (especie de ragú de costillas de res) y el pollo al ginseng, todo acompañado por el kimchi, un aperitivo a base de col picante que aparece en las tres comidas.
QUÉ HACER
Visitar el Biwon (el Jardín Secreto), un edén construido para el uso de la familia real. Cuenta con pabellones, árboles de hasta 300 años, 26 mil especies de plantas y estanques.
Tomar la foto del recuerdo en el Palacio Presidencial Cheongwadae, conocido también como la Casa Azul.
Pasear por el parque de Samcheong- dong, cuyo barrio homónimo ofrece lindos restaurantes y cafeterías.
Beber un té de ginseng que se vende a granel en el mercado de Namdaemun.
Pasar la tarde en Hongik, el barrio que se ha convertido en hervidero de la moda, diseño y cultura.
www.visitseoul.net

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