Hoy día es indiscutible la relación estrecha que existe entre nuestra psique, emociones, conductas y la salud física.
Situaciones como el dolor crónico, la falta de trabajo, una ruptura sentimental, hacer cola en el banco o el mismo tráfico generan pensamientos negativos, incluso catastróficos. La mente puede ser nuestra principal aliada, pero también nuestra mayor rival.
Las personas suelen culpar y maldecir al entorno, porque lo identifican como el causante de su malestar. Pero ¿lo de fuera le genera sufrimiento, o son sus interpretaciones sobre lo que ocurre a su alrededor lo que condiciona sus emociones?
Nuestros pensamientos influyen en nuestros comportamientos y nuestras emociones. Hay personas que odian relacionarse consigo mismas porque lo que “su mente les dice” les causa una angustia tremenda.
Ahí van dos buenas noticias. La primera: usted es el responsable de lo que siente. No es el entorno el que le genera ansiedad, sino la interpretación que usted hace del entorno.
La segunda buena noticia es que puede modificar su estilo cognitivo en el momento en el que decida entrenar otra forma de pensar.
Siga estos consejos para poner el pensamiento a raya.
–Olvide la idea de convertirse en una persona superoptimista. El mundo no es color rosa, pero tampoco un lugar negro y hostil. Se trata de buscar la utilidad de lo que piensa. Los pensamientos y las emociones son útiles cuando nos permiten resolver lo que nos preocupa e inútiles cuando no podemos hacer nada por aliviarnos.
Confíe y delegue. El exceso de control genera ansiedad. Cuando delegue aquello de lo que no se puede responsabilizar, imagine un interruptor en la mente y póngalo en desconectado cada vez que aparezca de nuevo la preocupación.
–Escriba. No se trata de desconfiar de la memoria, pero para facilitarle el cambio de pensamiento necesita escribir aquello que desea pensar.
Escribir es una conducta organizada y facilita el aprendizaje. ¿Recuerda cómo aprendió a hacerlo sin faltas de ortografía? A base de repetición. No aprendió a escribir simplemente pensando en que tenía que hacerlo. Necesitó un proceso. El mismo que requiere ahora para modificar su estilo cognitivo.
–Deje de rumiar. Dar muchas vueltas a sus preocupaciones es el problema, no la solución. Busca argumentos que le dejen tranquilo, esperando encontrar esa idea brillante con la que calmar sus emociones. Pero nuestro cerebro no se apacigua dándole vueltas a ideas no controlables, mejor piense en soluciones.
–No todo tiene un razonamiento lógico. La vida es matemáticas, ciencia, pero también intuición y sensaciones. Aprenda a vivir con un grado de incertidumbre y a tomar decisiones con un poquito de riesgo. Considere el error como parte del juego. Genera tranquilidad la idea de que puede equivocarse y que, en el caso de fallar, buscará soluciones para volver a intentarlo.
Generarse presión con ser perfecto incrementará su nivel de miedo y ansiedad, y con ello, los errores. Y eso es lo que desea evitar.
–Quite valor a lo que no lo tiene. Si cada preocupación se convierte en una batalla personal, estará combatiendo día y noche. Usted y su escala de valores son los que deben decidir si es importante o no. No busque soluciones por las noches. Tendemos a ver todo de forma mucho más catastrófica. Las noches son para dormir, no para resolver dilemas.
–Anticipar lo que puede ocurrir de forma negativa no le protege. “Seguro que el profesor pone un examen dificilísimo”, “No me inspira ninguna confianza este partido, el rival lo va a dar todo”.
Muchos de sus miedos versan sobre un futuro que no va a suceder. Al final, no todo termina saliendo bien, pero sí es cierto que no es tan trágico como había pronosticado.
El miedo anticipatorio solo aumenta su nivel de ansiedad. Cuando esto ocurra, sustituya su miedo al futuro por un simple “bien, pudiera ser, lo que tenga que ser será”.
–No tenga conversaciones absurdas con sus pensamientos. No se enrede en ellos. Sus pensamientos negativos son rabietas que buscan su atención, y como se siente angustiado, se la presta. Contémplelos como si no fueran con usted. Lo que habla en su favor son sus actos, no lo que piensa. Déjelos estar en su mente, como quien acepta una peca en el brazo. Si no los escucha, dejarán de darle la lata. Cuando aparezcan, diga: “Gracias, mente”, y lleve su foco de atención a otro lugar.