Para convertirse en el primer hombre británico que gana Wimbledon desde 1936 (6-4, 7-5 y 6-4 ante Novak Djokovic), Andy Murray combate un buen puñado de demonios, regatea a unos cuantos fantasmas y le enseña al número uno lo que es vivir en el infierno.
Djokovic empieza con tres bolas de break en contra, que supera. Los dos contrarios tardan 20 minutos en llegar al 2-1, media hora en alcanzar al 3-2 y una hora en negociar el primer set.
Hay intercambios de 25 golpes, el sol castiga con 33 grados y la grada aprieta como una orquesta de lobos hambrientos.
Djokovic está cocido ya por las cuatro horas y 43 minutos que consumió para tumbar a Juan Martín del Potro en semifinales, en comparación a las dos horas y 50 minutos que empleó su contrario, acaba frito.
Además, se nota disparado en los errores no forzados (40, por 21 de su contrario). Precipitado en las decisiones. Derrotado entre los rugidos de la grada (“Let’s go Andy!”), que impulsó con fanfarrias de guerra la llegada de un nuevo rey británico.
Al cuarto punto de partido y tras superar tres bolas de break en un último juego agónico, Murray hizo buena la cábala: 77 años después del último título británico masculino (1936, Fred Perry), y sabiendo que el último llegó en 1977 (Virginia Wade, en el cuadro femenino), el escocés celebró el suyo el 7 del 7.
En este Londres, teórico reino de los sacadores, el esfuerzo se impuso abrumadoramente al servicio y fueron cayendo los breaks (once en total), que dinamitaron cualquier ventaja, obligaron al cuerpo a cuerpo y pusieron a la Final el precio de lo prohibido.
La tensión maniató a los dos. Murray, de altibajos como pocos, protestó de un tenis que no parecía encajarle bien, se quejó del abanico de un espectador, y caminó a veces entre resoplidos, como un muerto viviente, agotado, roto, parecía. Djokovic, tantas veces graduado como competidor implacable, un caníbal, no aprovechó.
El serbio se enredó en la trampa, gritó, chilló, miró al cielo mientras soltaba demonios por la boca, y en una ocasión dirigió su ira contra el Juez de silla. Finalmente, tomó una decisión.
“Andy! Andy!”, tronaba el gentío, ensordecedor, y Djokovic decidió que el mejor antídoto para que el público no jugara el partido era impedirle entrar en los peloteos.
Él, que es el rey del ritmo, el patrón de la cadencia y el juego de fondo, enlazó varios minutos de juego relampagueante. Intentó algún saque volea. Tiró muchas dejadas, intentando que Murray abandonara su zona segura. Quiso acabar con el debate de tiro en tiro.
Desenfocado (“No fui lo suficientemente paciente”, reconoció luego), Novak empezó a contar ocasiones perdidas; 4-1 en la segunda manga; 4-2 y saque en la tercera, tras remontar un 0-2.
Murray, quien vive cómodamente anclado en la línea de fondo, donde defiende todo lo defendible, buscó pelotazos profundos y centrados; bolas difícilmente atacables que obligaron a su contrario a arriesgar muchísimo para abrirse la pista por los laterales.
Negada una de las claves de su juego, Djokovic rebuscó en sus otras señales vitales.
Una es la defensa, y bien que defendió, pero se resbaló y besó la hierba más veces que en el resto del torneo junto.
Otra es la derecha, y bien que la utilizó, pero en varios momentos fundamentales la tiró a la red y el pasillo, esposado por la grandeza del momento.
La mayor virtud, finalmente, es el esfuerzo extra, pero en eso dependió mucho de Murray, que encontró sus mejores saques cuando de verdad importaba.
“Murray! Murray! Murray!”, gritó la grada. “Murray!, Murray!, Murray!”, rugió el gentío, cuando, finalmente, el escocés se alzó con su segundo grande y cerró una sequía histórica para su País en Wimbledon.
Ocurrió en tres horas y nueve minutos: una tarde de sol para enterrar 77 años de fantasmas.
‘Siempre perseveré’
Andy Murray no levantó los brazos. Cuando se proclamó campeón, se giró y aulló mirando a un sitio muy concreto de la pista: la grada de los periodistas.
“Y sí”, se rió luego el británico; “estaba mirando a unos cuantos chicos de la prensa. Supongo que lo hizo una parte subconsciente de mí. He tenido relaciones difíciles, aunque han mejorado mucho”.
No fue un Murray vengativo, al contrario, fue un Murray sincero, dispuesto a compartir con ese gesto y sus palabras posteriores lo pesada que se le había hecho la carga de las expectativas.
Hace poco más de un año, en el Roland Garros de 2012, los diarios británicos titulaban con letras desproporcionadas “Drama Queen (Reina del drama)”, criticando sus constantes aspavientos, ese aire de dolor permanente que gasta en sus partidos.
“Y siempre”, recordó ayer; “trabajé lo más duro que pude…”. “Perseveré. Cada año mejoré. Creo que esa es la historia de mi carrera”.
Cerrado el capítulo de su mirada desafiante, Murray corrió por la pista entre gritos atronadores del público y luego se abrazó a Ivan Lendl, su técnico y quien como jugador nunca pudo ganar Wimbledon. / El País
9 Saques As para Andy Murray, la mayoría en momentos claves.
72% De puntos ganados en el primer servicio para el británico.
1936 El año del último título británico en rama varonil de Wimbledon.
›› Ganar aquí es el pináculo del tenis. Me fajé en ese último game, los puntos más duros de mi vida. No sé cómo pude ganar esos últimos puntos, pero me siento increíble, realmente feliz.‹‹
Andy Murray,
Tenista británico