Cuando se aproxima la medianoche en el Viejo Delhi y una espesa niebla helada se asienta sobre la ciudad, Faruj Khan, encargado de las mantas, se sienta en su esquina observando el mercado hasta que sus servicios saltan a la vida.
Llegan arrastrando los pies uno a uno, hombres desesperados por dormir. Los tiradores de bici-rickshaws, sacando uno de sus edredones de 20 rupias o 30 centavos de dólar de una pila, doblan sus cuerpos en extraños ángulos sobre los asientos de 1.20 metros de sus vehículos. Los jornaleros enroscan sus cuerpos sobre la gélida acera, a veces espalda con espalda contra otros hombres, en busca de calor.
Quienes no pueden darse el lujo de pagarle a Khan hacen fogatas, de plástico si es necesario, y se agachan sobre ellas, esperando a que la noche termine.
¿Hay alguna ciudad que tenga una economía del sueño más estratificada que Delhi en el invierno? El cineasta Shaunak Sen, quien pasó dos años investigando a los vendedores de sueño en la ciudad para un documental, “Ciudades del sueño”, descubrió un extenso mercado gris que ha cobrado forma alrededor de la vasta necesidad de refugio no cubierta a lo largo de la ciudad. En algunos lugares, eso engendra lo que él llama una “mafia del sueño”, que controla quién duerme dónde, por cuánto tiempo y la calidad del sueño”.
La historia del sueño privatizado sigue un patrón similar en esta ciudad: Tras décadas de crecimiento sin control, la incapacidad del gobierno de la ciudad para suministrar servicios como cuidado de salud, agua, transportación y seguridad ha dado origen a prósperas industrias privadas, eficientes en la medida necesaria para cubrir las necesidades de aquellos que puedan pagar.
Sin embargo el refugio, dados los extremos de Delhi de calor y frío, es una cuestión de sobrevivencia. El informe de policía que recopila más de 3,000 cuerpos inidentificables de las calles cada año, típicamente hombres cuya salud se deterioró tras años viviendo a la intemperie. El invierno presenta opciones particularmente brutales para jornaleros indigentes, quienes no tienen un sitio para proteger mantas de los ladrones de horas diurnas. Algunos intentan ocultarlas en las cimas de árboles.
El acertijo moral de hacer un negocio de esto está al centro del filme de Sen, que fue estrenada en un festival fílmico de Mumbai en noviembre. Uno de sus temas, Ranjit, asume una actitud protectora hacia sus “durmientes” usuales, como los llama, permitiéndoles que concilien el sueño viendo filmes de Bollywood por 10 rupias la noche. “Otro, un duro empresario llamado Jamaal, aumenta su precio a 50 rupias – respecto de 30 – cuando baja marcadamente la temperatura.
En una escena, cuando un hombre suplica: “Señor, soy un hombre pobre, moriré”, Jamaal deja salir una risita y contesta: “Usted no tiene permitido morir. Incluso eso le costará 1,250 rupias”.
“Mire, el sueño es el amo más exigente que hay; nadie puede detenerlo cuando ha elegido llegar”, dice Jamaal en el filme. “Nosotros fuimos los primeros en reconocer el gran poderío económico del sueño”.
Al igual que muchos de los negocios de esta ciudad, los vendedores de sueño están tanto sumamente bien organizados como oficialmente son inexistentes. En el barrio de Khan, cuatro vendedores de colchas se han dividido las aceras y espacios públicos en cuadrantes, y cuando cae la noche, sus clientes se organizan solos en colonias de formas grumosas. Algunos han regresado al mismo punto cada noche durante años.
el cabello apelmazado, tropezó con Khan y suplicó.
“Hermano, por favor”, rogó, y Khan emitió una maldición por lo bajo, después tomó una colcha y se la arrojó.
“Si no le doy la manta, se congelará”, dijo.
Previamente en esta semana, esto ya había ocurrido, apenas a una cuadra de distancia del punto de Khan. El barrendero que va en las mañanas había intentado levantar de la acera a un hombre dormido, pero tiró de la cobija y notó que los pies del hombre estaban rígidos.
Este hombre, de aproximadamente 35 años, había estado dando tumbos por la borrachera la noche anterior. Nadie sabía quién era; un agente de policía les pidió a algunos otros hombres que se revisaran los bolsillos, con la esperanza de encontrar identificación, pero estaban vacíos. Él cubrió el cuerpo con una sábana, y lo tendió sobre la acera hasta que llegaron trabajadores de la morgue, al anochecer.
Un puñado de muertes de “moradores del pavimento” impulsó a la Suprema Corte de India a fallar en 2010 que las grandes ciudades del país deben proporcionar refugio para 0.1 por ciento de la población. Este verano, Delhi acrecentó su sistema de refugios para darles cabida a más de 18,000 personas, pero las tasas de vacantes son altas y el número de personas sin hogar es vasto; probablemente más de 100,000, destacó Ashwin Parulkar, quien investiga la indigencia en el Centro Delhi de Investigación Estratégica.
Los comerciantes del sueño, dijo Parulkar, prosperan donde el gobierno ha fallado.
“Ellos los están explotando”, dijo. “Hay un montón de políticas públicas para que estas personas que supuestamente deben evitar este tipo de explotación”.
Khan, quien ha estado aquí durante ocho años, dice que extiende el reconocimiento por clientes habituales a un límite de 100, u ocasionalmente 200, rupias. (Varios hombres tiritando, quienes habían pasado la noche duramente alrededor de los restos de una fogata en la cercanía, expresaron desdén por no creerlo al oír esto.) Él considera que las fronteras entre vendedores son tan sagradas que no las cruzará. Efectúa pagos con regularidad a la policía y barrenderos de calles para que no perturben a sus durmientes, y mantiene estrechas relaciones con los carteristas locales para que él pueda decirles a quién no robar.
“Es difícil”, dijo, “pero ¿qué pasaría si yo no estuviera aquí? Morirían más personas”.
Después agregó: “Tengo la sensación de que estoy haciendo caridad”.
Entre sus clientes están los alcoholizados y los locamente esperanzados. Mohammad Sajid, con una pierna afectada por la polio, estaba compartiendo una colcha con un amigo, también afectado por la polio, al cual había conocido lavando platos en un puesto de comida. Los dos hombres habían perdido sus empleos dos semanas antes, y cada día bajaba su reserva de dinero: 2 rupias por uso de baños públicos, 5 rupias por bañarse, 5 rupias por media taza de té, 10 rupias por media colcha.
Su amigo estaba pensando en regresar a este poblado, cuando menos hasta que el frío pasara, pero Sajid meneó la cabeza.
“Regresaré”, dijo. “Pero, en primer lugar, quiero hacer algo de mí mismo”.
Khan lo sabe mejor. Regresa en cinco años, dijo, y la mitad de estos tipos seguirá aquí.
“Aquí todos tienen una historia triste”, dijo. “¿Por qué vendría una historia feliz a dormir aquí?”
Se sirvió whisky en una taza de plástico.
“Ellos se levantarán por la mañana, usarán el retrete y estarán listos para trabajar”, dijo Khan. “El sistema nunca termina”.