Microsoft colabora estrechamente con los servicios de inteligencia estadounidenses para permitir el acceso a las comunicaciones privadas de sus usuarios.
La multinacional ha ayudado al espionaje de Washington incluso a sortear su propio sistema de codificación de las cuentas y ha permitido el acceso al audio y al video de conversaciones en Skype, el servicio de videoconferencias que la multinacional adquirió en octubre de 2011.
Estas son las últimas revelaciones del diario The Guardian en relación con los programas de espionaje masivo en internet de los gobiernos estadounidense y británico, desvelados por el ex empleado de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) estadounidense, Edward Snowden.
Los nuevos archivos a los que ha tenido acceso el diario británico ilustran el nivel de cooperación existente entre Silicon Valley, la zona californiana que concentra las sedes de empresas tecnológicas estadounidenses como Google, Apple o Facebook, y las agencias de espionaje durante los últimos tres años.
Microsoft facilitó a la NSA acceso a las conversaciones de sus clientes en el servicio de correo Outlook.
Además, la compañía ha trabajado con el FBI este año para facilitar a la agencia, a través del programa Prisma, la entrada a su archivo de datos en internet SkyDrive, el cual tiene más de 250 millones de usuarios en todo el mundo.
El servicio de videoconferencias Skype colaboró también con el espionaje estadounidense el año pasado, al permitir al programa Prisma archivar videos y audios de conversaciones privadas.
El material almacenado por Prisma es regularmente compartido con el FBI y la CIA.
Las últimas revelaciones sobre el modus operandi de la NSA ponen de manifiesto las tensiones existentes entre las grandes empresas tecnológicas y la Administración de Barack Obama.
En un comunicado, Microsoft afirma que cuando “actualiza o moderniza” sus productos no está exenta de la necesidad de cumplir con las “presentes o futuras exigencias legales”.

Primer desertor de la CIA

Phillip Agee era un cauteloso incurable. Respetuoso y sereno, abría la puerta principal de su oficina en un edificio del cruce de las calles E y 9 en el barrio El Vedado, de La Habana y, con una sonrisa de desconfianza, recibía a sus visitantes y les invitaba a entrar, mientras les miraba sigiloso y les estudiaba.
Al final, les lanzaba una sorpresiva sugerencia -“síganme, salgan por la puerta de atrás”-, les guiaba fuera de su oficina y les abría la ruta de salida, estrecha pero expedita.
“Buenos días”, les soltaba y, con rapidez, cerraba la puerta. Nadie le discutía su ritual de prudencia y control en una plaza -Cuba- peculiar para un hombre que, de 1957 a finales de 1968, fue espía de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en Ecuador, Uruguay y México: sin internet ni WikiLeaks, golpeó al aparato de espionaje de su país al renunciar en 1968 a la agencia y revelar secretos del nexo de Washington con las dictaduras militares latinoamericanas y caribeñas.
Agee sabía demasiado: fue el primer tránsfuga de la CIA y predecesor del estadounidense Edward Snowden, ex técnico de inteligencia que está en una pugna diplomática y política por desnudar intimidades del espionaje de Estados Unidos.
Nacido el 19 de julio de 1935 en Tacoma, Florida, y fallecido el 7 de enero de 2008 en Cuba, Philip Burnett Franklin Agee ingresó a la CIA en 1957, impulsado por profundas creencias católicas para luchar por la paz mundial.
Aficionado a la pesca, los deportes y a la vida en el trópico, a principios de 1957 llegó a Cuba y sintió pasión por la isla: poco después fue reclutado por la CIA.
Destacado primero en Washington y luego en América Latina -Quito de 1960 a 1963, Montevideo de 1964 a 1966 y Ciudad de México de 1966 a 1968- y en una época convulsa por la pugna ideológica Washington/Moscú atizada con el triunfo de la revolución cubana en 1959, vivió la penetración del espionaje estadounidense para combatir al comunismo.
Encubierto como “agregado olímpico”, su misión en México, según contó en dos entrevistas a principios de 2002 en su despacho habanero con este periodista, fue penetrar la organización de los Juegos Olímpicos que se realizaron en 1968.
El 2 de octubre de 1968, en vísperas de los Juegos, México fue sacudido por la “Masacre de Tlatelolco”, con centenares de muertos y heridos por una indiscriminada represión policial y militar.
Tras esos hechos, renunció a la CIA, permaneció en México y se mudó a Francia en 1971. Sus enemigos dijeron que dimitió por problemas de alcoholismo, acoso sexual y desórdenes financieros.
En la década de 1970 denunció atrocidades de Washington en el Tercer Mundo, en especial en América Latina y el Caribe, con apoyo a las dictaduras militares derechistas, y publicó los libros “Diario de la CIA” -el primero, en 1975-, “La CIA en Europa Occidental”, “La CIA en África”, “La CIA en El Salvador” y “Acoso y fuga”.
En “Diario de la CIA”, reveló 429 nombres de empleados, agentes, colaboradores y organizaciones de América Latina y el Caribe al servicio de la CIA.
En una reseña que publicó el 2 de mayo de 1996 en su página en internet sobre el primer libro, la agencia le calificó como “primer desertor real” y afirmó que pudo ser juzgado por ofrecer ayuda a enemigos en tiempo de guerra. La reseña, aclaró, tampoco examinó la “posibilidad o grado de intervención soviética” sobre Agee.
A finales de 1975, el estadounidense Richard Welch, jefe de la CIA en Atenas, Grecia, fue asesinado por la Organización Revolucionaria 17 de Noviembre, agrupación terrorista griega. Como director de la CIA en 1976 y 1977, George Bush padre culpó a Agee por la muerte de Welch, por exponer la identidad de agentes encubiertos.
Perseguido por más de 25 años, Estados Unidos le desactivó su pasaporte en la década de 1970, como a Snowden. En ese decenio y en el de 1980 usó pasaportes que le dieron gobiernos socialistas de Nicaragua y de la isla caribeña de Grenada y en el de 1990 obtuvo uno de Alemania.
Convertido en empresario turístico, con su compañía Cubalinda buscó eludir el embargo que Washington impuso a La Habana en 1962 y fomentar el turismo de estadounidenses a la isla, prohibido por las sanciones de la Casa Blanca, y radicó a partir de 2000 en la capital cubana con la aprobación de Fidel Castro.
Víctima de una úlcera perforada, murió en un hospital de Cuba, donde en 1959 se instaló el primer régimen comunista en América, a sólo 90 millas de territorio de Estados Unidos, y una de las mecas de lo que aprendió a combatir en la CIA: el comunismo internacional.

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