Udo Káiser tenía ocho años de edad y una clara voz de soprano, estaba lleno de energía cuando llegó al internado del afamado coro de niños que lleva el nombre de esta ciudad. Antes de que terminara su primer día, ya lo había golpeado un maestro.
Los meses que siguieron trajeron orejas retorcidas o bofetadas por alterar el silencio exigido en los salones de clase, los corredores y el comedor. Cantar la nota equivocada conseguía una golpiza con la batuta del director. A los dedos que les faltaban algunas notas en el piano, les caía encima la tapa del teclado.
Sin embargo, fue la noche en la que lo atraparon jugando con canicas en el dormitorio y que lo llamaron a la habitación del prefecto para recibir su castigo, lo que después provocó que cayera en años de depresión y perdiera la voz.
Ahí, un sacerdote a quien los niños llamaban “el pepinillo”, debido a su larga nariz, le ordenó que se bajara los botones de la piyama y se arrodillara. El padre, a quien Káiser declinó nombrar, pero dijo que ya había muerto, colocó la cabeza del niño entre sus piernas y tomó su vara.
Aun cuando los golpes le ardían en la carne desnuda, Káiser recuerda haber sentido otra sensación, de algo sobre la parte trasera de su cabeza. Mientras lo golpeaba, el sacerdote aprovechaba su posición para darse placer.
“En ese momento, empiezas a vivir en otro mundo”, dijo Káiser en una entrevista reciente. “No quieres creerlo”.
Este mes, Káiser, hoy con 58 años, será una de las seis víctimas del Regensburg Domspatzen – literalmente, “gorriones de la catedral” – que, finalmente, tienen la oportunidad de contar su historia a representantes de la Iglesia católica romana y del coro, al que administró monseñor Georg Ratzinger, el hermano del papa Benedicto XVI, de 1964 a 1994.
Káiser y los representantes de otras víctimas son parte de una comisión de 12 personas que se formó para abordar la historia de maltratos en el coro. Es parte de lo que los críticos llaman un intento demasiado tardío que hace la Iglesia para asumir un escándalo que, debido a la asociación con el hermano de quien fuera el papa, se convirtió en uno de los más problemáticos en los que ha estado enredado el Vaticano en la última década o más.
La comisión, que sostuvo su primera reunión la semana pasada, sigue a la publicación del informe en enero, en el que se exponen al menos 231 casos de maltrato físico en el coro de 1945 al 2014, que incluyen una docena de presuntos abusos sexuales. Se realizará una segunda reunión a finales del presente mes.
Desde que se presentó el informe, han acudido otras 60 víctimas de abuso físico, dijo Ulrich Weber, un abogado local asignado por la Iglesia y el coro para realizar una investigación independiente.
Antes del informe de Weber, solo se habían reconocido 72 casos de maltrato físico y dos de abuso sexual.
Al presentar su informe, el fruto de ocho meses de entrevistas e investigación en los archivos eclesiásticos, Weber dijo que tenía que “asumir” que Georg Ratzinger, ahora con 91 años, sabía del maltrato físico y el abuso sexual que ocurrieron durante su gestión.
El monseñor ya antes se disculpó por abofetear a los niños durante tres décadas que él manejó el coro, y notó que el castigo corporal era una forma aceptada de disciplinar. Ha dicho que no “tuvo conocimiento de que hubiera abusos sexuales en ese entonces”.
Después del informe de Weber, no obstante, Ratzinger calificó de “locura” al intento más reciente por investigar los alegatos.
En una entrevista espontánea después de haber descendido de un avión en Alemania, procedente de Roma, le dijo a la televisión estatal Bavarian Rundjunk: “Es simplemente una locura examinar cuántas bofetadas se repartieron hace más de 40 años en nuestra institución, como se hacía en otras”.
Pronto, la diócesis de Regensburg emitió una declaración en su nombre en la que se dice que es “correcto aclarar sin reservas todos los alegatos”, que han amenazado no solo la reputación de una institución cultural aquí, que rastrea sus raíces al año 975, sino, también, su mismísima existencia.
La cantidad de niños que solicitan ingreso a las escuelas y los lugares correspondientes en el coro, ha disminuido desde que los alegatos adquirieron prominencia por primera vez en el 2010, aunque se han instituido programas en las escuelas para evitar el maltrato.
Gran parte de los problemas del coro, dicen los críticos, surgen del fracaso de la Iglesia en su intento por resolver completamente el escándalo, hasta ahora, lo cual ven como algo indicativo de la posición profundamente conservadora de la diócesis, lo que se refleja en sus vínculos con Benedicto y su hermano.
Aunque los dirigentes de la Iglesia y del coro sabían de los alegatos de maltrato y abuso, y hasta los criticaban, durante décadas no se castigó a nadie, ni se tomaron medidas para asegurarse de que nunca más sucedieran tales abusos, dijo Weber en su informe preliminar.
El obispo Rudolf Voderholzer reconoció en un sermón, que marcó los tres años desde que lo hicieran jefe de la diócesis en enero, que la Iglesia no había podido manejar apropiadamente una “herencia difícil en la forma del maltrato físico y el abuso sexual de niños escolares” en el coro, cometidos por sacerdotes.
Debido a que la mayoría de los casos son de hace más de 30 años, ya no se pueden llevar al sistema de justicia alemán. Sin embargo, el informe menciona tres víctimas que reportaron haber sido víctimas de abuso sexual por parte de tres perpetradores, entre finales de los 1990 y principios de los 2000, los cuales se están investigando.
Uno había escrito a las autoridades eclesiásticas en el 2006 dando detalles de lo que Weber llamó “un caso concreto de abuso sexual”. La víctima recibió respuesta hasta el 2010, cuando a Alemania la sacudieron revelaciones en todo el país del abuso sexual cometido en contra de niños al cuidado de sacerdotes.
“Desafortunadamente, esfuerzos repetidos para corregir esto en el pasado han tenido demasiado poco efecto”, dijo el obispo. “Las heridas son profundas y siguen abriéndose”.
Fritz Wallner, un laico activo en Regensburg, dijo que la Iglesia necesita empezar de cero, si ha de sobrevivir el coro.
Al equiparar la situación con el escándalo cuando se atrapó a la Volkswagen haciendo trampa sobre las emisiones, Wallner está llamando al obispo a hacer una purga de cualquiera que esté vinculado con su predecesor, Gerhard Ludwig Mueller, quien supervisaba el manejo de los alegatos.
A pesar de la falta de vigor para resolver el escándalo, Benedicto colocó a Mueller a cargo de la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano en el 2012, y lo hizo cardenal en el 2014.
“Si se tratara de una compañía, se consideraría una consecuencia política y un paso necesario para prevenir cualquier daño mayor al coro”, dijo Wallner. “Vimos esto hace cinco años, ahora el Domspatzen está bajo los reflectores en forma negativa, una vez más”.
Weber dijo que muy pronto se dio cuenta de que cualquiera cosa que descubriera con su investigación, la única esperanza de avanzar dependería de un acuerdo y la participación de todas las partes afectadas.
Después de ver cómo manejaron los alegatos de abusos otras instituciones y considerando cuán profundamente desconfiaban las víctimas de la Iglesia y del coro, se dio cuenta de que los dirigentes de ambas partes tenían que sentarse juntos y llegar a una solución. Se pretende que la reunión este mes sea el comienzo.
“Me quedó claro que esto tenía que convertirse en la principal prioridad y que los dirigentes tenían que tratarla como tal, si alguna vez habríamos de poder llegar a una resolución”, explicó Weber.
Káiser recibe bien la posibilidad de decirles a los dirigentes de la Iglesia lo que le pasó después de tantos años de que lo ignorarán. Recibió una carta en diciembre del 2011 en la que le informan que no se le podía reconocer como víctima de abuso sexual porque nadie podía corroborar su relato.
“Siempre se me dijo que no fui víctima de abuso sexual, que lo que me hicieron fue mi culpa, porque rompí las reglas, porque fui impertinente”, dijo Káiser. “Nunca han reconocido cómo nos satanizaron y nos destruyeron la vida”.