Lo que parecía imposible es posible. Aaron Sorkin se ha quedado sin palabras. El hombre cuyos guiones suelen tener aproximadamente el doble de páginas de lo normal de la verbigracia que les pone, el que ha generado entre los actores camisetas como la de “He sobrevivido a un guión de Sorkin” por la cantidad de texto que se tienen que aprender y la celeridad con la que deben decirlo, el autor que puso en práctica el sorkinismo de hablar y andar a la vez de sus personajes, no puede articular palabra. 

La culpa la tiene el Globo de Oro que acaba de conseguir. Es el segundo de su carrera. Tiene además un Oscar con La red social y cuatro premios Emmy con El ala oeste de la Casa Blanca. Pero el galardón que le acaba de conceder la Asociación de la Prensa Extranjera por el guión de Steve Jobs no se lo esperaba para nada. 

“Todo el mundo sabe tanto de Steve Jobs, es alguien que levanta tantas pasiones, que cuando acepté el proyecto sólo pude ver ante mí un campo minado, la perfecta receta para el fracaso”, comentó el guionista hace tiempo a la prensa. Minado o no, Sorkin aceptó el reto. Es lo habitual en la carrera de alguien que soñó con ser actor, pero encontró en una máquina de escribir su salida artística como dramaturgo y en Hollywood su casa.

Alguien capaz de transformar el ingrato y anónimo trabajo de un guionista en el centro de la obra y que recibe la admiración -o las críticas- de su público como si fuera una estrella de rock. Sin embargo hoy, mientras camina a buen paso y con el Globo en las manos por los pasillos y las cocinas del hotel Beverly Hilton, se ha quedado sin palabras.

Las únicas que tiene se las ofrece a su hija, Roxy, a quien acaba de dedicar el galardón. “¿Imaginas quién es el Sorkin del mes?”, le bromea ahora por teléfono más consciente de su victoria.

Edad dorada de los guionistas

 

Aaron lleva siendo el Sorkin del mes desde 1988 cuando escribió Algunos hombres buenos. Fue la obra que le puso en el mapa y, como quien dice, su primer trabajo, un libreto teatral ligeramente basado en un caso real y que Hollywood adquirió incluso antes de su estreno off-Broadway. 

Desde entonces la fama le acompaña en los tres medios, cine, teatro y televisión, e incluso fuera de ellos, en ese mundo real donde su vida no siempre ha sido un campo de rosas. Quizá por eso y en medio de todo este éxito, Sorkin, el autor, tiene un único deseo mientras frota el Globo de Oro cual si fuera la lámpara de Aladino.

“Siempre pienso lo mismo, que preferiría ser juzgado por lo que escribo porque esa es la mejor versión de mí mismo. Poderme encerrar en una habitación escribiendo y cambiando las páginas acabadas por una bandeja de comida por debajo de la puerta en lugar de todo esto”, describe con humor.

Sus palabras se aproximan a su forma de trabajar. La forma en la que ha parido casi todos los episodios de esa serie que le dio la fama, El ala oeste de la Casa Blanca, o la que más recientemente le consiguió algunas de sus peores críticas por su excesivo idealismo, The Newsroom.

O esos otros guiones para cine como El presidente y Miss Wade, Malicia, La guerra de Charlie Wilson, La red social o Moneyball: Rompiendo las reglas. El método Sorkin es encerrarse en su oficina -“o en casa cuando no hay nadie”-, encender la televisión (“siempre en la CNN sin sonido, como si fuera parte del papel pintado”) y escribir. 

“Bueno, me paso mucho más tiempo pensando que escribiendo, paseándome, subiéndome por las paredes. Soy muy bueno para no escribir”, explica con más realismo que sarcasmo alguien que es conocido por sus tardanzas a la hora de entregar su obra.

“Y son bastantes más los días que escribo mal que los que me luzco”, apunta sin falsa modestia uno de los ídolos de Hollywood, tan adorado como vilipendiado por un talante y una labia que es fácil leer como arrogante. Pero, como él mismo explica, cuando finalmente se pone a escribir, explota. Es la misma energía que se nota en sus diálogos, imparables; en su vocabulario, preciso y casi imposible de decir. Nadie habla así, lo sabe, y sin embargo, cuando se escucha su melodía, es perfecta.

Su motivación es siempre la misma. “Siempre me pregunto qué es lo que haría Shakespeare”, dice sin modestia alguna. Y así nacen sus King Lear o sus Richard III, personajes que le sirvieron de inspiración para contar la historia de Steve Jobs. O sus Quijotes, la semilla que le dio otro grande de la literatura como Cervantes cuando se sentó a escribir The Newsroom. O la biografía del fundador de Apple. 

“En cualquier loco, en cualquier visionario, hay algo de quijotesco. Aunque el caso de Jobs no es tan romántico. El sueño del Quijote nunca fue vender un ordenador a todos los mortales”, añade con un Mac en su mesa. Hay más influencias: Esquilo, el dramaturgo Paddy Chayefsky y el guionista William Goldman, el único al que todavía le da a leer lo que escribe.

“Uno de los pluses de ser escritor es que mejoras con los años. Como los directores de orquesta. Te vas depurando. Te tomas tu tiempo y sabes que puedes hacerlo mejor. Somos muchos los que estamos dando nuestros mejores guiones, por eso vivimos en la edad dorada de los guionistas. Es un buen momento para escribir”, asegura categórico y con satisfacción.

Desconfianza a medios

 

No siempre fue este su sueño. Su idea era ser actor. De ahí que este nacido en Nueva York hace 54 años se apuntara al departamento de arte dramático de su colegio. Desde que tenía cuatro años iba con sus padres al teatro y estaba fascinado por obras que no podía entender como ¿Quién teme a Virginia Woolf? Pensó que le fascinaban los actores hasta que se dio cuenta que eran las palabras, música para sus oídos incluso cuando eran incomprensibles. 

“Ante todo me considero un dramaturgo por naturaleza. Es donde me encuentro más cómodo -intenta etiquetarse-. Y cuando escribo para cine o para televisión pretendo que estoy escribiendo una obra”.

¿Nunca se le pasó por la cabeza escribir una novela? Su rostro de pánico vale más que mil palabras, aunque en este caso su labia está en forma. 

“No tengo ningún deseo de quitarles a los novelistas el pan de la boca, pero los guionistas somos los nuevos escritores, los verdaderos autores. Me alegro de que sigan existiendo literatos, pero estoy muy contento con la voz cada vez más clara de los guionistas”, sentencia. 

Esta no es la primera vez en la que sus palabras, siempre tan rotundas, le meten en problemas. Pero Sorkin no defiende su trabajo por egocentrismo, sino por solidaridad. Si hay algo que le gusta de ser guionista es la posibilidad que le ofrece de trabajar en colaboración.

“Estoy ahí para hacer realidad la visión del director”, afirma sumiso y contradictorio, porque sus guiones, una vez escritos, son sagrados. “Es cierto que me gusta escribir solo porque siempre, siempre, siempre, interpreto lo que escribo. Pero también quiero estar seguro de que lo que escribo se puede decir. Las películas en las que trabajo siempre son mejores de lo que escribo. Y lo que escribo es bueno, pero me encanta lo que ocurre cuando trabajas en equipo y no en solitario. Por eso escribo guiones y no libros”, recapitula.

Otras cosas que Sorkin no escribe: en Twitter, Facebook o en cualquier otra expresión de las redes sociales. “Ciento cuarenta caracteres no me darían ni para empezar”, dice con humor. 

Se conoce y sabe sus pautas. Le gusta desarrollar historias que transcurran en espacios reducidos -un tribunal, los pasillos de una redacción-, a ser posible donde se vean las tripas de la bestia (entre bambalinas, en los vestuarios de un equipo de beisbol) y donde “literalmente”, como subraya, exista una lucha contra el tiempo. Todo eso no cabe en 140 palabras. 

Pero la verdadera razón es su desconfianza hacia un medio en el que además se vio ridiculizado durante el Sony leak. Su relación con la tecnología es de preocupación. 

“Veo a mi propia hija más preocupada por la imagen que da en la Red, un lugar donde la popularidad se puede medir en me gustas, que por su vida real”, dice. También le inquieta el anonimato de una conversación que por esa razón suele tornarse en “mezquina y verdulera”.

Le gusta escribir sobre personajes que considera más listos que él. Como Jobs; como Molly Bloom, la reina del póquer de la que ha escrito un guión de 201 páginas que será su debut como director, o Lucille Ball, la reina de la televisión cuya historia  quiere llevar a la pantalla. 

Y sobre todo a Sorkin le gusta escribir sobre antihéroes, personajes que nunca quiere juzgar. “Prefiero escribir de ellos en ese momento en el que se presentan ante Dios para ver si entran en el cielo”, resume, presentándose a la puerta de la sala de prensa de los Globos de Oro para ser juzgado.

¿Quién es?

A pesar de ser un escritor cuya impresionante lista de créditos presume de The West Wing, el programa considerado por muchos espectadores y críticos como la mejor serie norteamericana de principios del milenio, Aaron Sorkin sería el primero en admitir el paralizante miedo que lo acoge cada vez que comienza un nuevo guión. 

Aunque al principio las cosas pueden ser lentas para el ganador del Emmy, una vez que se pone en marcha y el diálogo comienza a fluir, literalmente no hay nada que lo detenga. 

Nativo de Nueva York, se graduó de la Universidad de Siracusa con un grado en Teatro, la apuesta inicial de Sorkin para créditos en la pantalla gradualmente menguó conforme su reputación como dramaturgo creció gracias al éxito de su obra Hidden in the Picture. 

Cuando su obra de Broadway de 1989 A Few Good Men se convirtió en una película en 1992 que resultó un gran éxito, Hollywood estuvo atento. A continuación Sorkin escribió el guión para el thriller de 1993 Malice; la película fue recibida con tibieza por críticos y audiencias, y luego fue opacada por el guión de 1995 para la comedia política romántica The American President. 

Esto fue seguido por su trabajo como escritor y productor ejecutivo para la universalmente aclamada, pero inexplicablemente corta, serie Sports Night, y pronto Sorkin fue uno de los escritores más talentosos trabajando en televisión. 

Sin embargo, a pesar de lo popular que Sports Night fue con críticos y audiencias, fue su siguiente serie la que le dio  el mayor éxito a la fecha. 

Moldeada a partir de diálogo dejado fuera de su hinchado guión de 385 páginas para The American President (la mayoría de los guiones promedian sólo 120 páginas), sus primeros guiones para la serie política de televisión The West Wing eran inteligentes, de ritmo rápido, y, de acuerdo con información privilegiada en Washington, asombrosamente certeros. 

Sorkin fue arrestado en abril de 2001 cuando autoridades del Aeropuerto de Burbank descubrieron hongos alucinógenos, marihuana y crack en su equipaje; después se le ordenó asistir a un programa de rehabilitación de drogas. 

Para cuando anunció su salida de The West Wing en mayo de 2003, había recibido tres Emmys por sus esfuerzos y muchos pensaron que el programa había alcanzado su cima creativa. Conforme se despidió del programa de la NBC, se rumoró que Sorkin preparaba una serie basada en las bromas tras bastidores de una serie de comedia de sketches del estilo de Saturday Night Live.

Ese programa, Studio 60 on the Sunset Strip, duró sólo una temporada, pero fueron tres guiones de alta calidad producidos después de ese programa los que solidificaron su estado como uno de los mejores guionistas de su generación. 

El filme político histórico Charlie Wilson’s War obtuvo fuertes reseñas, pero el guión de 2010 de Sorkin para The Social Network resultó ser uno de los filmes más condecorados del año y capturó los premios de guionistas de la Academia, BAFTA, los Globos de Oro, los Críticos de Los Ángeles y Nueva York, y los Writers Guild of America. Un año después estaba de regreso en la carrera de los Oscars con su trabajo de la adaptación para la película no ficticia de beisbol Moneyball. 

 

 

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