BRASILIA, Brasil _ Eran idealistas, unidos en la lucha en contra de los dictadores militares de Brasil.    

Conforme floreció la democracia, lo mismo pasó con sus carreras. Uno de ellos, Paulo Ziulkoski, se hizo dirigente de una asociación de ciudades brasileñas. La otra, Dilma Rousseff, ascendió todavía más alto y se convirtió en la presidenta del país más grande de América Latina.

Sin embargo, su amistad pronto se rompió. Durante una reunión contenciosa con los alcaldes del país en el 2012, Rousseff rechazó las solicitudes de compartir los ingresos petroleros en aumento de Brasil. Cuando el salón estalló en abucheos, contó Ziulkoski, ella se le acercó hecha una furia, le hincó un dedo en la cara y lo humilló con una serie de insultos.

“Nunca imaginé que una presidenta pudiera pronunciar tales palabras”, dijo Ziulkoski, y notó que docenas de alcaldes han abandonado a Rousseff y a su partido. Para él, haberlo increpado de esa forma en público fue el tipo de ruptura que simbolizó “el comienzo del final de su gobierno”.

Mientras Rousseff combate una batalla desesperada para prevenir el proceso de destitución y salvar su presidencia, ha acusado a sus rivales en el Congreso de crear esa agitación al decir que están organizando un golpe de Estado para derrocarla.

Más de dos tercios de la cámara baja brasileña votaron para aprobar una medida para el procedimiento de destitución el mes pasado, por cargos de haber pedido ilegalmente préstamos a los bancos paraestatales para tapar los agujeros presupuestarios. (No está acusada de robar para su enriquecimiento personal.) Muchos expertos dicen que es probable que el siguiente paso, un juicio en el Senado que podría empezar en las próximas semanas, termine con su remoción.

“Voy a luchar con todas mis fuerzas hasta derrotar a los organizadores del golpe de Estado”, dijo Rousseff en una entrevista.

Sin embargo, muchos analistas políticos dicen que la caída en cámara lenta de Rousseff también se puede relacionar con su personalidad autocrática y su estilo de trabajar sola, que han alejado a veintenas de aliados políticos, quienes formaron parte de su personal y ministros del gabinete, muchos de los cuales han aguantando incidentes mordaces de humillación pública.

“Ha alejado a tantos políticos y dilapidado la buena voluntad de tanta gente, debido, en parte, a sus terribles habilidades políticas, pero también por su arrogancia”, comentó Edson Sardinha, el editor de Congresso em Foco, una revista que se centra en la corrupción gubernamental. “En su hora de necesidad, muy pocas personas están dispuestas a correr a defenderla”.

La agitación va más allá del estilo de liderazgo de Rousseff. Brasil está padeciendo su peor crisis económica en décadas, en la que millones de personas están saliendo de la clase media para caer en la pobreza. Algo que inflama su enojo es que las elites políticas de todo tipo se han hinchado con planes de sobornos por miles de millones de dólares que envuelven a la compañía petrolera nacional.

Rousseff, a quien ha golpeado políticamente el escándalo, dijo que es la víctima de un golpe de Estado brutal y de suposiciones sexistas de cómo debería dirigir una mujer. También dijo que es un conveniente chivo expiatorio de algo que ella no puede controlar: la caída mundial de los precios de las materias primas que ha provocado que la economía caiga en picada.

Sin embargo, su promesa de sacar a millones de brasileños a las calles ha producido poco apoyo popular. Veintenas de los que fueron sus aliados se han puesto del lado de sus oponentes _ incluidos cinco que fueron ministros en su gobierno _, el vicepresidente y seis magistrados de la Corte Suprema a quienes ella nombró o su defensor más poderoso, el expresidente Luiz Inacio Lula da Silva.

En más de cinco años en el cargo, Rousseff se ha negado, en gran parte, a reunirse con miembros del Congreso, tanto oponentes como aliados, lo cual ha erosionado el apoyo mayoritario del que alguna vez gozó en la cámara baja. Los agraviados incluyen a Eduardo Suplicy, un exsenador y personaje querido en el Partido de los Trabajadores de Rousseff, quien dijo que ella había rechazado múltiples solicitudes para reunirse.

“En política, o hablas o te mueres”, señaló Alfredo Nascimento, un exministro del transporte. En abril, votó por el proceso de destitución.

“No puedo apoyar a una presidenta que es incapaz de gobernar”, dijo.

En Brasilia, la capital, casi todos pueden relatar historias sobre la intolerancia al disenso y la irascibilidad de Rousseff. Las anécdotas incluyen cuando hizo pedazos la computadora de la oficina en un ataque de rabia, su negativa a reunirse con dirigentes indígenas o con activistas por los derechos de los gais, y el regaño a asesores por las más pequeñas infracciones.

Los medios de información brasileños tienen poca solidaridad hacia ella porque la han percibido, de tiempo atrás, como fría y condescendiente; un marcado contraste con el enfoque carismático y zalamero de Da Silva.

Algunos están de acuerdo en que se está juzgando a Rousseff con un doble estándar que ha manchado injustamente a mujeres poderosas de todo el mundo. ¿Si fuera hombre, se lo consideraría tan obstinado y poco cooperador? ¿O, simplemente, dirían que es un líder fuerte y decidido?

“La presidenta está aguantando todos los estereotipos y prejuicios de la sociedad brasileña, altamente patriarcal y oligárquica”, dijo Rosana Schwartz, una historiadora y socióloga en la Universidad Presbiteriana Mackenzie en Sao Paulo. “Hasta he oído a gente decir: ‘Nunca más volveremos a votar por una mujer’”.

En las últimas semanas, al menos 135 alcaldes que estaban alineados con el Partido de los Trabajadores han cambiado su afiliación partidista _ alrededor de un quinto de los alcaldes del país que resultaron elegidos por estar en ese partido. Entre ellos está Joao Paulo Ribeiro, de 31 años, el alcalde de una pequeña ciudad quien dijo que ya se había cansado de los ataques de los habitantes y hasta de los amigos que cuestionaban su asociación con el partido de Rousseff.

“Tengo que escuchar a la gente”, dijo Ribeiro, quien cambió de partido el mes pasado con la esperanza de mejorar sus posibilidades de que lo reelijan en octubre.

Tampoco es que se perciba a los personajes políticos que hacen fila para destituir a Rousseff como salvadores. Muchos de ellos están combatiendo acusaciones graves de corrupción, y estuvieron en posiciones de gran poder cuando encalló la otrora envidiable economía del país.

El desempleo en aumento y la agitación general por la economía de Brasil solo se sumaron a las tensiones entre Rousseff y el Congreso. Si la economía hubiera estado en ascenso _ como sucedió en el 2005 cuando su predecesor, Da Silva, estuvo enredado en un escándalo de compra de votos _, podría haber salido ilesa.

El fin de la bonanza de Brasil complicó el clientelismo utilizado para hacerse camino en la legislatura, en la que más de dos docenas de partidos luchan por el fondeo gubernamental.

“Tenemos un sistema político basado en extraerle dinero a la economía y transferirlo a los partidos políticos para financiar las elecciones”, explicó Rubens Ricupero, quien fungió como ministro de finanzas a mediados de los 1990.

Muchos economistas brasileños y formuladores de políticas sostienen que la crisis económica es, en gran medida, obra de la propia Rousseff. Incrementó la huella del gobierno en la economía gastando grandes cantidades en sectores y corporaciones favorecidos para formar campeones nacionales.

Eso no solo produjo un conjunto de grandes proyectos que no se han concluido y una deuda mala, que ahora está limitando a los bancos paraestatales, sino que también abrió la puerta a la corrupción a gran escala. 

“Brasil insistió en aplicar una política industrial carente de lógica”, dijo Arminio Fraga, un exgobernador del Banco Central de Brasil. “Cuando el gobierno les ofrece a las compañías todo tipo de ventajas, mediante la protección, los subsidios y los contratos, crea un espacio enorme para este tipo de cosas”.

Amistades y conocidos dicen que, en parte, la perspectiva del mundo y la personalidad de Rousseff se moldearon con los tres años que el ejército la tuvo encarcelada, un trauma que incluyó la tortura, como golpizas y choques con macanas eléctricas.

Como presidenta, Rousseff se ha negado a buscar venganza en contra de sus torturadores y la elogiaron ampliamente por respaldar a la Comisión Nacional de la verdad que expuso los abusos de esa época, pero no asignó castigos a los acusados. En el 2014, lloró en televisión después de recibir el informe final de la Comisión.

Economista y burócrata de carrera, Rousseff, de 68 años, no había estado en ningún cargo de elección popular hasta que Da Silva, a quien la Constitución le prohibía postularse para un tercer mandato consecutivo, la escogió para contender por la presidencia por el Partido de los Trabajadores. Da Silva ha dicho que lo impresión su comprensión de los datos complejos y su estilo gerencial sensato.

Idelber Avelar, uno de los primeros militantes del Partido de los Trabajadores, dijo que Da Silva también veía a Rousseff como una soldado sumisa, que continuaría con sus políticas y mantendría a la economía andando hasta que él pudiera volver a contender.

“Es claro que pensó que Dilma era alguien a quien podía controlar fácilmente, una tecnócrata que operaría la maquinaria, lo que es bastante irónico dado que ha demostrado ser una pésima administradora”, dijo Avelar, quien ahora imparte clases en la Universidad de Tulane, en Nueva Orleáns. “La raíz de todos sus problemas es una profunda aversión a la política”.

Por lo menos 86 ministros del gabinete han ido y venido desde que ella asumió el cargo, y solo tres quedan de su primer mandato. Muchos se vieron obligados a renunciar cuando los acusaron de corrupción.

Casi dos tercios de los 594 legisladores en el Congreso enfrentan cargos graves, como sobornos, fraude electoral, secuestro y homicidios, entre quienes está Eduardo Cunha, el presidente de la cámara baja que encabeza la campaña del proceso de destitución. Lo han acusado de guardar 40 millones de dólares en sobornos.

A Rousseff no se la ha acusado de sobornar, aunque mucha gente cuestiona su inocencia dada su función como directora general de la compañía petrolera nacional en un momento en el que se estaba tramando el épico plan de sobornos.

En una entrevista, Rousseff restó importancia a las sugerencias de que su desdén para que se aprobara la legislación sobre la política para el comercio al menudeo y el de los caballos había contribuido a sus problemas. Defendió su decisión de ignorar a los legisladores del Congreso.

“Había cierto tipo de negociaciones chantajistas en la que no quería participar”, dijo.

Por algún tiempo, los brasileños vieron su férrea determinación como algo positivo. Durante su primer año en el cargo, la popularidad de Rousseff estuvo en 77 por ciento, entre las más altas de la historia reciente. Hoy día, esa cifra es de un solo dígito.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *