El Papa Francisco llegó por fin a la periferia. Después de repetir una y otra vez desde hace cuatro meses que la Iglesia debe abandonar el centro -los cómodos palacios del ensimismamiento- y buscar los arrabales del mundo, allá donde falta el pan y la justicia, Jorge Mario Bergoglio llegó a una favela de Río de Janeiro, se mezcló con su gente y lanzó un mensaje muy nítido: “Ningún esfuerzo de pacificación será duradero para una sociedad que ignora, margina y abandona en la periferia a una parte de sí misma. La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no tiene más que su pobreza”.
Después de recorrer Varginha, una barriada de unas 2 mil personas en el corazón de la favela de Manguinhos, el Papa dirigió un mensaje a los jóvenes, verdaderos protagonistas de las últimas protestas en Brasil, para pedirles que no se abandonen al desánimo: “Ustedes tienen una especial sensibilidad ante la injusticia, pero a menudo se sienten defraudados por los casos de corrupción, por las personas que, en lugar de buscar el bien común, persiguen su propio interés. A ustedes y a todos les repito: nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague. La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar. No se habitúen al mal, sino a vencerlo”.
Desde que emprendió el viaje a la Jornada Mundial de la Juventud, las principales intervenciones de Bergoglio han estado caracterizadas por un marcado contenido social.
Una y otra vez, Bergoglio presenta a la Iglesia como acompañante de los buenos propósitos, nunca como único y excluyente camino.
“La Iglesia no es ajena a sus fatigas, sino que los acompaña con afecto”.
El Papa de la sonrisa y el utilitario no presenta jamás a Jesús como el Todopoderoso que todo lo ve, dispuesto a condenar al infierno a quien se pase de la raya, sino como un Cristo que dudó y sufrió en la cruz, dispuesto siempre a echar una mano.
En su discurso en la favela, Jorge Mario Bergoglio dijo: “Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario. Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo”.
Al llegar a la favela de Varginha, el Papa Francisco tardó dos frases en meterse a la gente en el bolsillo. Dijo que, ya desde el principio, al programar el viaje a Brasil, su deseo era visitar los barrios: “Habría querido llamar a cada puerta, decir buenos días, pedir un vaso de agua fresca, tomar un cafezinho, ¡no un poco de cachaza [aguardiente de caña]!, hablar como amigo de casa, escuchar el corazón de cada uno, de los padres, los hijos, los abuelos. ¡Pero Brasil es tan grande! Así que elegí venir aquí…”.
De las 500 favelas de Río, sólo unas 20 han sido pacificadas. Son la excepción. La realidad es más dura. El 6% de los brasileños -unos 11 millones de personas- sigue viviendo en favelas donde los servicios más básicos son artículos de lujo. La visita cordial del Papa Francisco los sacó de la invisibilidad por unas horas.
Pide por accidentado
El Papa Francisco sorprendió el jueves cuando pidió un minuto de silencio por un joven de la Guayana que falleció en un accidente carretero cuando iba a Río de Janeiro a la Jornada Mundial de la Juventud.
En su reunión en Copacabana, el Papa pronunció buena parte de su discurso en español.
Aunque en otros eventos Su Santidad había hablado en portugués basado en sus discursos, cuando lo ha hecho en español, su idioma natal, se disculpa con los brasileños.
‘La Iglesia tiene que salir a la calle’
La cita era en la Catedral Metropolitana de Río de Janeiro. El Papa Francisco había quedado con 5 mil jóvenes argentinos -el 10% de los que cruzaron la frontera para participar en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ)- para pasar juntos unos minutos.
Podría haberles dicho qué tal, cómo están ustedes, pásenla bien y recen por mí. Un encuentro ortodoxo entre un Papa de 76 años y unos muchachos cristianos encantados de tenerlo tan cerca. Pero Jorge Mario Bergoglio no es un Pontífice al uso, y la armó.
En un momento del encuentro, pidió a los jóvenes: “Quiero que salgan a la calle a armar lío, quiero lío en las diócesis, quiero que se salgan fuera, quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que la Iglesia abandone la mundanidad, la comodidad y el clericalismo, que dejemos de estar encerrados en nosotros mismos”.
El consejo se las trae. Porque clericalismo no es otra cosa que la excesiva intervención del clero en la vida de la Iglesia, dejando sin voz ni voto a los demás miembros. Al Papa, y se le nota, le cargan sus colegas afectados, pagados de sí mismos, príncipes de una Iglesia altiva y alejada.
De hecho, los únicos callos que ha pisado hasta ahora han sido los de la Curia de Roma, a la que está bajando a la fuerza de los coches oficiales y de las cuentas secretas en el Banco del Vaticano. Ante sus jóvenes compatriotas se mostró revoltoso y feliz.
Les dijo: “Pienso que esta civilización mundial se pasó de rosca. Es tal el culto que ha hecho al dios dinero que estamos presenciando una filosofía y una exclusión de los dos polos de la vida que son las promesas de los pueblos: los ancianos y los jóvenes”.
Jorge Mario Bergoglio, hablando sin papeles, animó a los jóvenes a hacerse valer, pero también a prestar atención a los mayores: “Ustedes, por favor, dejen hablar a los viejos, escúchenlos. Y a los viejos les digo, no se dejen excluir. Abran la boca. No claudiquen de ser la reserva de nuestro pueblo, transmitan la justicia, la historia, los valores, la memoria. Hay una especie de eutanasia escondida, una eutanasia cultural contra los viejos, no se les deja hablar y actuar”.
En un momento del encuentro, y ante el hecho de que -por motivos de seguridad- los jóvenes participantes estaban detrás de una valla, Francisco les dijo: “Les agradezco esta cercanía. Me da pena que estén enjaulados. Yo por momentos siento también lo feo que es estar enjaulado… Recen por mí, lo necesito”.