El reciente viaje del Papa a Brasil, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), fue un éxito porque sembró la esperanza de cambio, opina Evangelina Himitian, su biógrafa.
“Fue una gran sorpresa. Y no me refiero sólo a su popularidad, que a esta altura es innegable.
“Supo encender en el corazón de todo Brasil y de cientos de países la esperanza de que un tiempo distinto, un tiempo de cambio, ha comenzado”, dijo a Reforma.
La escritora y periodista argentina es autora de “Francisco, el Papa de la gente”.
El libro, elaborado con más de 40 entrevistas y material de archivo que Himitian tenía de sus regulares conversaciones con Jorge Mario Bergoglio cuando era Arzobispo de Buenos Aires, articula toda la vida del primer Pontífice latinoamericano.
Himitian, quien es evangélica, conoció a Bergoglio hace una década, cuando colaboraba en la difusión de encuentros ecuménicos en Buenos Aires. Desde entonces nunca perdió el contacto con él.
¿Crees que el Papa alcanzó o superó las expectativas que había con su primer viaje internacional?
Creo que las superó. Me llamaron la atención las palabras del vicepresidente de Brasil, Michel Temer, al despedir a Francisco.
“Vino a hablarle a los jóvenes pero acabó encendiendo la llama de la fe cristiana en el corazón de Brasil”, le dijo emocionado.
¿La postura de Francisco sobre los gays, que comentó al volver al Vaticano, marca el comienzo de un cambio dentro de la Iglesia?
No lo creo. Creo que ha mostrado la otra cara de la misma postura.
Este no va a ser un Papa que apruebe el matrimonio homosexual, ya que está convencido de que ese no es el plan de Dios. Pero Francisco tuvo la habilidad de mostrar la otra fase de esta opinión.
Fue muy importante dejar en claro que considerar que la unión entre personas del mismo sexo no es la voluntad de Dios no equivale a decir que el Papa o cualquier persona tenga derecho a juzgar la elección del otro.
La diferencia pasa por el respeto, por el amor al otro. Sin amor, el mensaje del Evangelio se apaga.
¿Cómo se entiende esto después de que, como Arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio hizo una fuerte campaña contra la Ley de Matrimonio Igualitario?
Fueron palabras muy duras y que cayeron muy mal socialmente.
Pero también es cierto que estas palabras fueron usadas políticamente por el Gobierno kirchnerista que lo consideraba su “enemigo político”. Ahora, es evidente, las cosas han cambiado.
La propia postura de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner parece haberse transformado respecto al Papa, a quien ahora incluso utiliza en campaña para las legislativas de octubre.
Del lado del Gobierno argentino vemos una suerte de esquizofrenia, como si Bergoglio no fuera el Papa Francisco, como si fueran dos personas distintas.
¿Qué crees que vieron en él los cardenales que participaron del cónclave para elegirlo?
Por un lado estaban buscando un hombre que fuera pastor, que fuera capaz de atraer la gente a la Iglesia.
Lo otro que buscaban era un hombre de gobierno.
Durante los últimos años del papado de Juan Pablo II y con Benedicto XVI, que es un teólogo, las funciones de gobierno del Vaticano fueron muy delegadas, y eso hizo crecer todo este sistema corrupto en la curia romana.
Un capítulo importante del libro es el que le dedicas al rol de Bergoglio durante la dictadura argentina. ¿Te fue difícil hallar personas para hablar del tema?
No, comenzó a aparecer un montón de gente que contó que básicamente Bergoglio les había salvado la vida.
Como Papa, Bergoglio ha encantado a todo el mundo con su estilo sencillo, su cercanía con la gente. ¿Son sólo gestos demagógicos?
Aunque él siempre fue así, yo creo que en esos gestos hay mucho de estrategia.
La popularidad de la que él goza ahora es su mejor protección frente a la gente que está incomodando con sus pedidos de humildad a los obispos.
Por otro lado, ya ha tenido medidas concretas de gobierno con el tema del Banco del Vaticano y las comisiones de investigación que demuestran que está dispuesto efectivamente a cambiar varias cosas dentro de la Santa Sede.
La curia ultraconservadora se inquieta
“Me pareció una persona cercana y humilde, me hizo sentir cómodo enseguida. Pero también es muy exigente. Pretende que hagamos esfuerzos y cambios radicales en nuestra vida”, dice Marcelo Galeano, argentino de 23 años, uno de los 12 jóvenes que se sentó a almorzar hace unos días con el Papa Francisco durante la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro.
El joven irradia entusiasmo, aunque detrás se percibe un hilillo de preocupación. El primer Pontífice latinoamericano no se anda por las ramas a la hora de exigir un cambio de postura en su rebaño. Quiere una Iglesia más austera, más justa, ejemplar. Y si su comportamiento cercano y su invitación a abrirse a los pobres y a luchar por la justicia tocó a muchachos como Galeano, reunidos en la ciudad carioca, algunas de sus declaraciones en el viaje a Brasil resonaron 7 mil kilómetros más al este, en los palacios de la Santa Sede. Y los cimientos de la curia se removieron, inquietos.
Su predicamento de una vida sobria -“los obispos han de ser hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior como libertad ante el Señor, sea la pobreza exterior como simplicidad y austeridad de vida. Hombres que no tengan psicología de príncipes”-, sus declaraciones sobre los gays -“¿Quién soy yo para juzgarlo?”-, o su defensa de la laicidad del Estado son palabras nuevas en la forma y en la sustancia. Y su mensaje desde Río o desde el avión que le transportaba a Brasil junto a su séquito y a 70 periodistas llegó directo al centro de la cristiandad. Mientras Jorge Mario Bergoglio (Buenos Aires, 1936) consagraba su popularidad sobre un escenario y cautivaba a fieles de cualquier edad, origen y extracción, en el Vaticano algunos resoplaban de preocupación.
“Los conservadores de la curia huelen que su tiempo ha acabado”, evalúa Paolo Rodari, vaticanista de La Repubblica. Los analistas coinciden en que al final de este verano sin veraneo para el Papa -que renunció al habitual descanso en Castel Gandolfo- llega el momento de la batalla a una Iglesia burocratizada, barroca en su organización, poco transparente e ineficaz. Una batalla que es el principal legado entregado al nuevo sucesor de San Pedro por el cónclave que lo eligió.
“En el camino habrá obstáculos”, pronostica Sandro Magister, que publicó en el semanario L’Espresso el supuesto pasado de escándalos sexuales de monseñor Battista Ricca, recién nombrado por el Papa para controlar el banco del Vaticano. Y que resultó ser una manzana envenenada para el Pontífice.
Suspendida en la canícula romana, la cúpula de San Pedro parece esperar ese momento de la verdad. Medirle el pulso resulta complicado. “Nadie dice ni mu, nadie te habla de forma explícita, todo el mundo está inmóvil y a la espera”, dice Rodari. Como es habitual en esa orilla del Tíber, los hilos se mueven entre bastidores. “Nadie sabe lo que ocurrirá mañana”, sella Magister.
En la Casa Santa Marta, la residencia donde decidió vivir el Papa renunciando a los amplios salones del Palacio Apostólico, hay dos ascensores. Uno está reservado para él, el otro funciona para el resto de huéspedes. Francisco se sube constantemente al segundo.
“Allí empleados y monseñores le comentan los problemas en el desempeño de sus actividades, le pasan informaciones, avanzan puntos críticos. Él recoge papelitos, apuntes o memoriza”, cuenta Giovanna Chirri, experta en la Santa Sede de la agencia italiana Ansa. Un jesuita perfecto, dicen: escucha a todo el mundo, pero finalmente decide solo. Y rápido.
Con la llegada de Francisco, sus manifestaciones y, sobre todo, su bisturí, son dos, de momento, los sectores que más tiemblan: la curia, que será sometida a una cirugía de adelgazamiento, y el llamado banco vaticano (el Instituto para las Obras de Religión, IOR), símbolo de trapicheos financieros.
Este organismo, que el Pontífice mandó investigar al poco de llegar a Roma, podría, incluso, desaparecer. “No sé cómo terminará el IOR. Algunos dicen que quizá es mejor que sea un banco, otros que debería ser un fondo de ayuda; otros dicen que hay que cerrarlo”, comentó Francisco hace unos días.
“Yo no sé, me fío del trabajo de las personas que están analizándolo. En cualquier caso, las características del IOR deben ser transparencia y honestidad”.
Algún que otro puesto de trabajo peligra también en aquel infinito tropel de funcionarios, secretarios y jefes de dicasterio que es el Gobierno central del reino de Dios en la tierra. “Primero deberá elegir un nuevo secretario de Estado; entre los titulares de los ministerios habrá sustituciones. También jubilaciones que no se cubrirán”, cree Rodari.