Ni el fútbol ni el tenis ni el ciclismo… Sin duda, el verdadero deporte nacional es el matrimonio.
No hay disciplina que se practique tanto como la carrera por parejas hacia el altar.
Y es que, a pesar de que las cifras (de divorcios) del Instituto Nacional de Estadística (INE) en España, invitan a descartar esa vía para ser felices, lo cierto es que parece que no nos basta con tener pareja o vivir en pecado, preferimos legalizar la situación y pasar a engrosar la potencial lista de nuevas separaciones. 
No es una visión pesimista, sino ciertamente realista, porque si bien el porcentaje de matrimonios aumentó un 2.3% en 2015, respecto al año anterior, el de las parejas que decidieron divorciarse creció un nada despreciable 5,6% en 2014… 
¿La cubeta de agua fría definitiva? El anuncio de separación de Brad Pitt y Angelina Jolie.
Deben existir poderosas razones que hacen que generación tras generación nos lleven hacia el altar. Pero, ¿cuáles son esos motivos? 
Para la psicóloga Eva Hidalgo, “las personas que deciden casarse ven en la celebración del matrimonio un ritual con el que formalizar su vínculo de pareja.
“Demostramos a los demás, y a nosotros mismos, nuestro compromiso y amor hacia la otra persona trasladando el mensaje de que es importante”.
Compartir el futuro, con sus cosas buenas y las que no lo son tanto y, sobre todo, “saber que puedes contar con tu pareja para afrontar los problemas”, es para Silvia Pérez Manjavacas, psicóloga en la agencia matrimonial Alter Ego (Madrid), otro de los principales motivos que la mayoría de la gente arguye para dar el sí quiero. Aunque la experta matiza: “En ocasiones no es necesario que llegue a darse la situación adversa en la que nuestra esposa o nuestro marido nos muestre su apoyo, sino que es suficiente con saber que llegado el caso lo haría”.

Milagros, los justos

Parece que, en general, los aspirantes a convertirse en matrimonio depositan en el día D un mundo de esperanzas, siendo la mayoría de ellas utópicas. En este sentido, la psicóloga Silvia Pérez añade dos anhelos más que suelen perseguir las parejas antes de casarse: uno es que la vida será más fácil después de la boda, y el otro que el entendimiento será mucho más claro y fluido. 
Sin embargo, la experta califica ambos como “objetivos poco realistas”, por lo que aconseja redefinirlos ya desde los primeros días de la vida de casados. De hecho, en el caso de no hacerlo, según Pérez, “estas metas inalcanzables suelen convertirse en uno de los principales motivos que conducen al divorcio”. 
A modo de ejemplo describe el caso de aquellas parejas que después de varios años de noviazgo deciden casarse y, en contra de todo pronóstico, se divorcian al poco tiempo. ¿Por qué? “La explicación reside en que las parejas se crean unas expectativas iniciales que identifican el matrimonio con un salvoconducto hacia un porvenir perfecto y, poco a poco, la realidad y el paso del tiempo destruyen esas esperanzas”, aclara Pérez.

Parches y tiritas

Mientras unos ven en el matrimonio un eficaz repelente capaz de ahuyentar toda clase de males, otros creen que casarse es la solución perfecta ante una crisis que amenaza la continuidad de su relación. “Cuando la pareja se siente estancada, tiene conflictos o no logra alcanzar un estado óptimo de bienestar, opta por el matrimonio con la expectativa utópica de que ese gran paso va a afianzar su amor casi por arte de magia, disolver los malentendidos y volatilizar todos sus problemas”, sostiene Hidalgo, quien se apresura a advertir que, “una vez pasada la boda y la euforia de dicho evento, la pareja vuelve a su rutina de desencuentros o apatía, ya que ha intentado curar una gripe pegándose una tirita en la frente”.
A pesar de que la mayoría de los novios cree que la vida conyugal les traerá la felicidad eterna, Fernando Monge, profesor de Antropología Social y Cultural, no ve “una relación directa entre el matrimonio y la felicidad”.
En la misma línea, y desde el punto de vista de la psicología, Hidalgo cree que eso de que fueron felices y comieron perdices es el resultado de sumar ingredientes tales como la aceptación y estima de uno mismo y del otro, la comprensión y apoyo mutuo, la creación de proyectos en común, el humor, la capacidad de resiliencia para afrontar cualquier crisis, el respeto, la atracción sexual y/o el cariño, tener inquietudes compartidas, etcétera”. 
Y concluye enfatizando que esta lista “no tiene nada que ver con haber firmado o no un documento que certifique esa unión”.
Prueba de que el matrimonio adolece de esta falta de garantías es el elevado número de demandas de divorcio que pasan por las manos de abogados como Lorena Benito. Gracias a la práctica de su profesión, confirma que, “aunque existe un extenso abanico de argumentos por los cuales comienza un proceso de ruptura, las razones más reiteradas son las desavenencias dentro del seno familiar, el desenamoramiento y, obviamente, la aparición de terceras personas”.

Presión de la sociedad

¿Pasa la treintena y todavía no se ha casado? ¿Se siente empujado por su entorno para contraer matrimonio lo antes posible? 
La aprobación de los demás es una de las razones más poderosas y convincentes a la hora de decantarse por el matrimonio o permanecer en la soltería. 
Y es que, “aunque ser soltero no llegue a ser un drama como ocurre en sociedades como la china, no significa que no llame la atención o se tilde la situación de anómala”, afirma Fernando Monge, profesor de Antropología Social y Cultural.
Se deduce por tanto que la presión social ha sido, es, y probablemente será uno de los factores responsables de muchos de los matrimonios registrados en el mundo.  

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