Sin declarar absoluto lo que ahora escribo anoto que la juventud y la vejez de nuestra sociedad refunfuñan casi que por sistema. El detalle es normal pues, los primeros, buscan acomodar su mundo para moverse mejor en el futuro de su vida activa y, los segundos, encontrándose más allá del bien y el mal, despotrican con el noble propósito de reencausar el rumbo de los usos y las costumbres nacionales e internacionales. Y no se puede seguir sin mencionar que en la parte media de las citadas edades, la madurez, se tiende a no hacer demasiado ruido, por respeto a la muy necesaria característica demandada por la sociedad del tiempo, de sólo trabajar comprometidamente, sin tener demasiadas palabras por decir. Para este último sector, ya en 1969, Herbert Marcuse, publicaba un ensayo sobre la liberación, que más o menos decía así: en la sociedad capitalista, ahora de la abundancia, existen dos fuentes principales de dinámica que se impregnan en toda dimensión de la existencia pública y privada: el aumento de la producción de mercancías y la explotación productiva. La actual sociedad, decía Marcuse, es obscena en cuanto produce y expone indecentemente una sofocante abundancia de bienes mientras priva a sus víctimas en el extranjero de las necesidades de la vida; obscena al hartarse a sí misma y a sus basureros mientras envenena y quema las escasas materias alimenticias en los escenarios de su agresión; obscena en las palabras y sonrisas de sus políticos y sus bufones.

La llamada de atención de Marcuse, filósofo y sociólogo alemán ya fallecido, bien pudiera después de casi 50 años escandalizar a las sociedades actuales, pero no habría razón porque en ese sentido las cosas parecen ir de mal en peor. Echemos de curiosos una pequeña ojeada en el entorno: un estrato de personas compra automóviles, sin necesitarlos, por el simple hecho de tenerlos, mientras otros roban el maíz del ferrocarril recogiéndolo entre la tierra y basuras existentes; otras gentes, sin recato, adquieren y desechan materiales electrónicos por consejo noticioso, cuando las escuelas rurales no tienen ni decorosos lugares para impartir sus clases; se cuenta con una mayor facilidad, en algunas zonas urbanas del país, el tomar coca cola que el beber agua potable.

También hay que decir que entre una y mil formas directas o indirectas, el avasalle capitalista sigue asediando al mundo. Se ven las batallas que derrumban historias como las de Bagdad o Damasco, ocupaciones de control militar como las subsaharianas y otras más delicadas y sutiles: yo invierto en tu país, te pago poquito, pero compras lo que a través de ti produzco. No, en definitiva, parece que en los imperios modernos no leyeron la dramática reflexión de Marcuse.

 

Comentarios a: [email protected]

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *