Me abstenía de escribir fuera de mis tiempos pero Jorge Castañeda lo hizo posible. Su artículo publicado hoy; Colombia: desastre, para referirse a la victoria del No en el plebiscito para el acuerdo de paz en Colombia, me animó a pergeñar algunas consideraciones que me parecen pertinentes.
Confieso que fui uno más del 37% de colombianos que depositó su voto en esta elección, y que voté por el Sí. Es decir, hago parte del 49.78%, de los más de seis millones de votantes, que avaló los acuerdos de paz firmados por el gobierno y las FARC. Perdimos, pero por poquito.
Si nos vamos a las cifras duras, el único desastre que queda a la vista es la escasa participación, poco más de uno de cada tres colombianos capaces de votar lo hizo, y esto facilitó que una zona que votó masivamente por el No, el estado de Antioquia, inclinara la balanza de forma decisiva, pues aportó más de 400.000 votos en contra. La diferencia entre las dos posturas es tan corta, menos de 54.000 votos, que sólo con la tercera parte de los votos anulados (170.496) o con los votos no marcados (86.243) el resultado pudo ser positivo.
Contrario a lo que escribe el ex-canciller y candidato independiente a la más alta dignidad en México, Jorge Castañeda, el plebiscito fue muy importante, porque permitió dejar claro que una parte importante de la población se siente fuera del proceso de paz. Sin importar el costoso despliegue publicitario que hizo el gobierno a favor del Sí, quienes votaron por el No lo hicieron a conciencia, no es justo descalificarlos necesariamente como guerreristas o irresponsables, pues votaron en contra de un acuerdo, para muchos demasiado generoso o poco claro. Eso jamás será exceso de democracia, porque si el resultado hubiera sido afirmativo, así fuera por un margen tan estrecho, se estaría cantando a los cuatro vientos que la paz (y no un acuerdo por realizarse) habría triunfado. Lamento que un candidato independiente a la presidencia de México califique esto de exceso cuando en nuestro país, hablo de México, ya quisiéramos un poco de esa medicina democrática y un sistema abierto y competitivo como el colombiano.
A pesar de la victoria o del tropiezo, ambas partes dieron una señal extraordinaria de madurez en sus declaraciones, tanto Uribe como Santos se reunirán para discutir los pasos a seguir. El país no ha colapsado, y ambos bandos han arropado a sus líderes porque saben que lo que viene es una excelente oportunidad para lograr una paz con bases más amplias y legitimable, de nuevo, por ese exabrupto que a Castañeda le parece la vía del referéndum. Las FARC también han podido probar una muestra de que el daño infligido a la sociedad colombiana no es tan fácil de restañar y que deben ser más proactivos o ceder en algunas de sus victorias, en particular los pagos que recibirán sus hombres, la justicia transicional o su negocio del narcotráfico, algunos de los puntos más controvertidos por los partidarios del No.
Desastre el de las encuestas previas a la elección, pues algunas daban vencedor al Sí con dos terceras partes de los votantes. Desastre el del sistema electoral mexicano, incapaz de tener los datos tan claros y veloces como la Registraduría Nacional de Colombia, y que nos cuesta varias veces más que su homóloga. Desastre tener candidatos independientes presidenciables tan soberbios, fatuos y amigueros que ven desastres en todos lados.