Sonaba “The Story” en la habitación, esa noche era el primer día que me hospedaba en su casa. Recorrí cada rincón de lo que él me permitió ver y me percaté de un clavo en la pared.

– ¿Qué quitaste de ahí?, pregunté.

-Una foto.

-¿Por qué?

-Porque ya no me gustaba.

-Era una chica, ¿verdad?

-¿Siempre preguntas todo?, dijo.

Sonreí y me dirigí al desayunador donde ya estaban listos dos tés calientes.

-El vuelo fue largo, te ayudará a relajarte.

– Espera, ¿a dónde vas? Aún no termino mi cena.

– Estás de turista y yo mañana trabajo, no todos somos tan afortunados como tú, me dijo y sin vacilar cortó con la música para encerrarse en su cuarto.

Emití un chasquido y seguí sorbiendo. Él era mi amigo hace algunos años, nos conocimos en segundo de preparatoria y como toda gran amistad nos caímos mal de primera instancia. Nuestros apellidos iniciaban con la misma letra y era frecuente que realizáramos actividades escolares: exposiciones, concursos de matemáticas y deportes mixtos tales como: competencias en natación y lectura los jueves en la biblioteca. La muerte nos reunió cuando casi muero ahogada después de aventarme un clavado en plataforma de 5 metros, sin saber nadar. Ok, quizá exageré. ¿Él me salvó? No. Él rio toda la clase y cuando me encontraba en los pasillos inflaba los cachetes simulando quedarse sin aire.

En último de prepa, ambos faltamos a la clase de orientación vocacional para tomar cursos de piano y violín en el salón de música. Supongo que de haber entrado sabríamos que queríamos hacer de nuestras vidas. La primera melodía que aprendimos fue: “The Story”, no había letra puesto que ninguno de los dos cantaba y no era necesaria cuando desgastábamos los instrumentos. Llegó el momento de elegir Universidad, él se guió por las ciencias exactas y yo por la fotografía. Mi escuela me brindó la oportunidad de conocer otras ciudades, el primer año nos escribíamos casi a diario, hablábamos por Skype y poníamos apodos a los nuevos profesores. Para segundo año le ofrecieron un intercambio en Japón, la despedida fue telefónica antes de abordar el avión. Lloramos y seguido de un -idiota, eres un suertudo. Le dije: te echaré de menos.

En nuestros mensajes un ¡Buenas noches! equivalía a un: ¡Buenos días! Con él comprendí el significado de: calidad en tiempo. Puesto que, por la diferencia de huso horario, teníamos un breve lapso para charlar. Con la cantidad de actividades presentes, comenzaron a hacerse menos frecuentes las video-llamadas, los mensajes y las fotos de los lugares que ambos íbamos conociendo, hasta que pasaron semanas y no sabíamos el uno del otro.

  • Hola.
  • ¡Hola! Me tomas por sorpresa, que gusto saber de ti, respondí.
  • ¿Qué haces despierta?
  • Un tipo llamado insomnio no me deja dormir
  • Veo que fotografiar a tantos tipos de pectorales falsos no te ha robado tu sentido del humor.
  • También entrevisto políticos y no soy un mequetrefe. Pero tú, dijiste que estarías un año y ya perdí la cuenta del tiempo que llevas, parece que alguien se enamoró por allá.
  • Leí que vendrás a una conferencia y me sorprendió haberme enterado por una red social, ¿ya tienes dónde hospedarte?
  • Te lo hubiera dicho si no tuvieras una guapa, pero psicópata novia. Una familia hospedará a un grupo de 5 personas, entre esas yo. Así que básicamente mi única preocupación es tomarle el gusto al arroz.
  • Bárbara, te dije que se llama Bárbara y terminamos. Poco tiempo después de la graduación de tu hermano, el menor. Puedes quedarte aquí, un par de días nos pondremos al tanto de nuestras vidas.

Y así fue como llegué aquí. Probablemente la familia japonesa hubiera sido más amable conmigo y quizá no estaría cenando sola. Ensayé una y otra vez cómo sería este momento, encontrarnos después de tantos años, incomunicados el uno del otro y por alguna razón me sentí nerviosa al verlo, mi corazón se aceleraba y cuando identifiqué su silueta quise correr a abrazarlo, pero su mirada me frenó en seco.

-Bienvenida, dijo. Tomó mis maletas y se dirigió al auto.

Definitivamente, ese no fue el momento para decirle: te amo.

Camino a mi dormitorio veo una luz encendida, curiosa me acerco a la puerta entreabierta, sigo caminando guiada por esa tenue luz que me lleva al cristal de trofeos y medallas obtenidas en concursos de física. Junto a ellos, una pequeña vitrina con fotos nuestras y un cd colocado en el centro, el mismo que le di de obsequio como cumpleaños. Sonrío, el silencio se esfuma y se torna de acordes en un bien ejecutado violín. “The Story” retumba nuevamente en mi piel y ese sountrack se convierte en el parteaguas de mi vida…

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