La vocación industrial de la comunidad San Agustín es la corsetería.
En Guanajuato existen 12 unidades económicas dedicadas a la confección en serie de ropa interior. 
El auge de los talleres corseteros se vivió en la comunidad hace 30 años, en los que se maquilaba para grandes empresas de la Ciudad de México. 
San Agustín pertenece al municipio de Cortazar, sus casas bordean parte del canal de Coria, el paisaje lo remata el cerro del Culiacán.    
Los mejores años de producción han quedado en los recuerdos de quienes hasta la fecha continúan armando piezas, tratando de conservar el poco mercado que les deja la importación de ropa interior.
Seis comunidades se dedican a la fabricación de corsetería, como Caracheo, San Isidro y Cañada, en los que se conjuntan 100 productores. 
La historia empresarial de Eva Trejo Vargas inició hace 30 años, cuando la necesidad por sacar a sus hijos adelante la acercó a la maquila de corsetería. Eva formó parte del auge corsetero de San Agustín.
El taller lo inició en 1983 cuando tenía 32 años, dos cuartos eran toda su casa. Ahí era cocina, cuartos y taller. Metió tres máquinas, pidió un préstamo de 10 mil pesos y se asoció con una de sus hermanas.
Cuando se acercó por primera vez a pedir maquila, admite que no sabía nada de hacer corsetería, y como no la conocían, tampoco le querían dar trabajo; sin embargo, otro maquilero de Celaya abogó por ella para que la contrataran.
Un costal de maquila fue su primer pedido. Durante tres años, trabajó haciendo maquila para la marca Royer Bra ubicada en México.
“La necesidad nos hacía ponerle el pie a la máquina, llegaban toneladas de tela”. Su jornada de trabajo iniciaba a las cuatro de la mañana, para terminar a las once de la noche y cumplir con la maquila. 
Con los años empezó a comprar tela para hacer sus propios productos, en 1995. En ese entonces, recuerda, cortaban en la mesa del comedor con tijeras. Compró una camioneta y comenzó a vender fuera del municipio. 
Zamora, Colima, Manzanillo, Monterrey, Guadalajara y San Luis Potosí eran los destinos de su producción. 
De los dos cuartos que tenía, con su trabajo levantó su casa teniendo hasta 60 máquinas y cuatro cuartos para el taller. 
Actualmente elabora 500 docenas por semana, un estimado de seis mil piezas. Admite que le falta mano de obra, y de ese auge del taller ahora tiene tres muchachas para coser. 
De las fracciones que necesitan las prendas, ahora sólo hace el refilado que consiste en agregar el resorte al brasier. El resto lo hacen sus empleadas.  
Al reflexionar y verse con 65 años, dice que de dejar el taller le gustaría tener un negocio de comida. “Me acostumbré a no estirar la mano para pedir dinero”.

La importación los desnuda
“Hace diez años, eran talleres grandes”.
Con la llegada de ropa interior china, perdieron terreno en la elaboración de brasier con varilla, moderno y juvenil, explicó Ricardo Rodríguez Trejo.
Para los corseteros guanajuatenses, la opción que quedó fue la elaboración de brasier reforzado para señoras y la fabricación de pantaletas de algodón. “En esto los chinos no quisieron entrar, por ser más laborioso”. 
La industria automotriz les ha quitado manos jóvenes para continuar con la corsetería, a una hora de distancia rumbo a Salamanca está ubicada la empresa Fujikura. 
Para contrarrestar esto, Ricardo ha propuesto incluir el taller de corsetería en los planes de estudios de los bachilleratos, con la idea de que al terminar sus estudios puedan tener trabajo en la comunidad. 
Algo cotidiano que ve Ricardo es que los consumidores finales no aprecian la ventaja de usar prendas de algodón, contra fibras sintéticas que están por debajo de lo que se produce en México. 

De ayudante a propietario    
Arrastrar bolsas y apilar prendas fueron su primer trabajo, en el taller de su mamá. 
Recuerda que cuando tenía ocho años, su trabajo consistía en arrastrar el costal con prendas terminadas, para llevarlas a la Ciudad de México. “Era un martirio llegar al camino de Caracheo”. Al casarse, hace 18 años, heredó tres máquinas de coser. Con ello inició su taller.
Con los años, ese taller de su casa se convirtió ocho maquilas externas, creando talleres familiares en las que trabajan 25 personas.
Los maquiladores pueden hacer las piezas desde su casa, con horarios propios, sin descuidar a los hijos, involucrando a toda la familia.  
Ricardo entrega las piezas para armar, junto con el material necesario, resorte, hilo, argollas para finalmente recibir la pieza terminada.
Entre sus planes a futuro está hacer nave para generar trabajo paralelo a las maquilas. El 90% de la maquinaria que tiene distribuida es de su propiedad. 
Semanalmente el grupo de talleres fabrica 600 docenas semanales; es decir siete mil 200 piezas entre brasier, pantaletas y coordinados. 
El mercado al que va dirigido es medio y bajo, pero sus productos pudieran abarcar las exigencias de todo el mercado. 
Guanajuato, Guadalajara y Querétaro son los puntos donde comercializa su marca, boneterías y tianguistas son su principal distribuidor. Cuenta con ocho clientes fuertes.
Si bien el conocimiento que tiene en la industria corsetera es empírico, ha tomado cursos de trazado, costos y tiempos. “Soy patrón, soy empleado. Esto no se construye de la noche a la mañana, son procesos largos”.    

Del campo a la corsetería    
Desde el año 80, Joaquín López Flores aprendió a coser, junto con su familia, trabajan en un taller de corsetería que instalaron al lado de su casa. 
Un cuarto y cinco máquinas conforman el patrimonio del taller en el que semanalmente procesan 150 docenas. 
Antes de tener el taller, Joaquín trabajaba en el campo. Cuando se casó, pensó en integrarse a esta industria. 
Con tres máquinas inició su proyecto, sabe que de no haberlo hecho actualmente no tendría trabajo. 
Con sus 56 años, sabe que en el campo ya no tiene oportunidad. El taller es un anexo de su casa y diariamente trabajan 10 horas, cada uno de los integrantes tiene una fracción en asignada.
Cuando inició sólo era él y su esposa, trabajaban en jornadas extensas “bien fregado”, dijo. Actualmente son 10 horas por día; el trabajo, señaló, se resiente en la espalda. 
“Si no tuviera mis máquinas, no tendría trabajo”.

 

PROCESO

Primer paso. La tela se dobla en ocho láminas a todo lo largo, sobre ellas se coloca un cartón con la figura de la pieza.
Segundo paso. Se corta con una caladora bordeando la figura, pasa al proceso de costura en el que se va armando la pieza.
Tercer paso. Se revisa, etiqueta y empaca.

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