Marchamos de forma inexorable hacia los fúnebres oficios del libre mercado. Después de nadar en las turbulentas aguas de la globalización por unos 30 ó 40 años, ahora exhaustos, parece ser que tendremos que abandonar, con pena,  el término acuñado en los ayeres para el planeta Tierra: el de “La aldea global”.

Mucho hubo que leer y releer a Kenichi Ohmae para entender sus libros: “El poder de la triada” y “El mundo sin fronteras”. Mucho hubo también que hacer para cambiar el sentido del trabajo hacia la universalidad. Y ahora, sin más,  resulta que los señores del inconmensurable y exorbitante dinero (pocos en el orbe) quieren girar ciento ochenta grados para ir de vuelta a atrás. En “El poder de la triada” Ohmae predecía, si mal no recuerdo, el control  científico, tecnológico y económico de tres países sobre sus principales áreas de influencia: Estados Unidos sobre América, Japón sobre Asia y Oceanía y Alemania sobre Europa y África. El caso es que, pasado el tiempo, los tres pilares no se concretaron a ejercer su poder sólo entre sus vecindades y agredieron comercialmente el orbe, usando la trastienda con detalles que Ohmae, parece,  no contemplaba. Si en vista panorámica observamos lo que en México se ha dado, como ejemplo, diremos que se situaron armadoras y autopartes europeas y asiáticas aprovechando mano de obra barata, aranceles bajos, cercanía con el gran mercado de los Estados Unidos y, desde luego, la lógica y desmedida complacencia de autoridades nacionales. Y se hizo justo en el centro vital del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México. El suceso tiene dos maneras de interpretarse: una, la positiva aquí y, otra, la no tanto  de los países al norte del continente. 

Por lo anterior, pues, parece ser que “El mundo sin fronteras” pasará a ser un ensayo de fallido que terminará como papel ajado en el más próximo bote de basura. Claro, anunciar su defunción no corresponde a los grandes impulsores de la estrategia globalizante. Más bien le corresponderá a un equipo bárbaro, grosero y radical el “componer” el entuerto. Un equipo como el que se está armando allende al Río Bravo. No sobra tener precauciones. Bien lo escribió Friedrich Nietzsche en su libro “Humano, demasiado humano” (463. Ilusión de la teoría de la Revolución). –“Hay soñadores políticos y sociales que gastan calor y elocuencia para reclamar un cataclismo en todos los órdenes, en la creencia de que por efecto del mismo se levantaría bien pronto el soberbio templo de una bella humanidad”… “Desgraciadamente se sabe por experiencias históricas que todo convulcionamiento de ese género resucita de nuevo las energías salvajes, los caracteres más horrorosos y más desenfrenados de las edades anteriores”.

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