Ángela llevaba 6 años en Twitter antes del incidente. La biotecnóloga había hecho uso de la herramienta con satisfacción: para informarse, entretenerse, opinar… Pero nunca, hasta el pasado mes de octubre, había bebido del jugo más amargo de la red. 
Ocurrió tras el reciente fallo de los premios Nobel. Ella solo aportó un dato: “Los Premios Nobel de este año han reconocido a siete científicos, dos economistas, un político y un músico. Once galardones = cero mujeres”. 
Tras darle al botón de ‘tuitear’, entró a una sala de cine a ver un documental. Al terminar y encender el móvil, su cuenta, de algo más de 4 mil seguidores, echaba humo. 
Entre las notificaciones, amenazas de muerte y violación, burlas machistas e imágenes intimidatorias. Decenas, cientos de ellas, emitidas desde el anonimato pero para un público masivo (en Twitter hay 500 millones de usuarios). La joven, abrumada, hizo fotos a cada uno de los mensajes e imprimió los más inquietantes. Con una pila de diez folios, se dirigió a la comisaría para poner una denuncia. 
“El policía que me atendió no daba crédito”, cuenta. El caso está siendo investigado. Y Ángela no se ha marchado de Twitter: “Sería dejar ganar a este grupo de indeseables”.

Arruina odio la red

La velocidad con la que prende el odio es uno de los grandes problemas que están arruinando la Red, un invento maravilloso que nació con la pretensión de poner el mundo patas arriba, para convertirlo en un espacio más creativo, participativo, igualitario y mucho mejor. 
Andy Stalman, autor del libro “Humanonffon” y ponente en las últimas jornadas de El Ser Creativo, asegura que estamos en un momento crítico donde todo aún es reconducible:
“Internet es una herramienta neutra. De nosotros depende que sea de destrucción o construcción masiva. De momento, parece que hemos tomado el camino erróneo, al optar por la distracción y la comodidad. Es el miedo al cambio de paradigma. Hay que hacerse nuevas preguntas. El hombre se bambolea entre trascender y la insignificancia. 
“Debemos decidir qué legado queremos dejar”, cuenta el experto en márketing humanista. 
Estes es uno de los puntos clave que toca resolver con urgencia.

Los trolls nos invaden

El caso de Ángela no es un incidente aislado, sino el estatus quo del actual mundo ‘online’, según defiende Jaron Lanier, escritor e informático, autor del ensayo “Contra el rebaño digital”. 
Un estudio del Centro de Investigaciones Pew (Washington, EU) publicado en 2014 desveló que el 80% de los sujetos de entre 18 y 24 años habían sido avergonzados en algún momento en la Red, mientras que el 26% de las mujeres de esa edad se habían sentido acosadas en el mismo entorno. 
Las féminas son un blanco fácil y muy recurrente, hasta el punto de que escritoras feministas como Amanda Hess, de The New York Times, han llegado a declarar que las mujeres ya no son bienvenidas en Internet.
La causa de este auge podría ocultarse tras un estudio de 2013, realizado por la Universidad de Beihang, en Pekín (China): la emoción que se propaga con mayor rapidez por las redes sociales es la ira, seguida, con mucha distancia, por la alegría. 
A juicio del profesor de psicología Ryan Martin, de la Universidad de Wisconsin, el odio es viral “porque somos más dados a compartir con desconocidos la indignación que la dicha”.
El anonimato es clave para que prenda la mecha. Olga Jubany, antropóloga e investigadora de la Universidad de Barcelona, que ha coordinado un estudio sobre el discurso de odio en la Red para varias instituciones europeas, afirma que si bien esta ocultación de la identidad ha permitido la complicidad positiva de muchas personas, es también una coraza de otros sujetos para disparar palabras sin responder por ellas: 
“El discurso de odio es un delito y el perpetrador no debería poder esconderse bajo un seudónimo”, afirma.

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