Estamos en la verdísima Tegalalang, una de las icónicas terrazas de arroz escalonadas en terreno montañoso.

A través de una técnica de irrigación llamada “subak”, aquí el alimento (que los indonesios consumen en desayuno, comida y cena) puede crecer.

Una joven se arriesga a estropear su vestido al caminar entre tierra encharcada. 

Mira el paisaje, respira hondo, y dice: “Esto es paz”.

Quizás busque, como otros, la bendición de Dewi Shri, la diosa del arroz según la mitología balinesa.

Este Bali, no el de las playas, sino el profundo, genera un especial magnetismo entre quienes buscan brújula existencial, amorosa, o simple tranquilidad y sosiego.

Ha seducido a figuras como la escritora Elizabeth Gilbert (“Comer, Rezar, Amar”) y el fallecido ícono pop David Bowie, quien pidió que sus cenizas descansaran en esta isla.

Habitada por aproximadamente 4 millones de personas, en Bali se practica el hinduismo, a diferencia del resto del archipiélago indonesio, en donde predomina el islam. La espiritualidad se respira a cada instante. 

Al salir del aeropuerto en Denpasar, la capital, lo sagrado asalta a los sentidos, lo mismo que el ronroneo de miles de motocicletas que colman las vialidades.

En casi cada cruce de caminos hay dwarapalas, estatuas de guerreros de libros épicos como el “Mahabharata” que dan balance al mundo espiritual.

Si a Bali se le llama “Isla de los Mil Templos” hay razón en ello: Brahma, Vishnu, Shiva y otras deidades son ofrendadas en casas, negocios o mercados. Flores, fruta, incienso y café causan una explosión olfativa.

Y los rostros de los balineses durante sus rezos son difíciles de olvidar.

Viajar solo y mochila al hombro es casi la norma en Bali. Hay quienes acuden para practicar yoga, entregarse a masajes, realinearse los chakras o aprender a tocar música de gamelán.

La contemplación y la reflexión no tienen desperdicio se profese la religión que sea.

Vestidos con sarongs de batik (una suerte de pareos), los visitantes intentan olvidar sus pesares en espectaculares templos como Tanah Lot, sobre una formación rocosa, o Uluwatu, sobre un acantilado.

Eso sí, con sus pertenencias bien firmes, pues a los monos salvajes les gusta robar.

Bali alienta al viajero a intentar encontrarse. O a perderse, para no salir de aquí.

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