La humedad es también abrumadora. De inmediato se siente uno como dentro de un invernadero, en donde si se arroja una semilla siempre cae en tierra fértil.
“Por eso somos tan huev…”, me confiesa Tomás, mientras me vende un suculento tamal de masa colada a orillas de la carretera entre los poblados de Paraíso y Comalcalco.
De manera similar, casi metafórica, estoy en el Edén para participar en un congreso dedicado al Turismo Sustentable, lo cual me parece un oxímoron. Mi audiencia son jóvenes estudiantes de turismo y gastronomía, así como algunos curiosos. De hecho, cientos de ellos, convocados a la sombra del pabellón en el vestíbulo del sitio arqueológico de Comalcalco.
La “casa de los comales” fue la ciudad maya más occidental. Lejos de las canteras de piedra caliza, tuvieron que lograr sus edificaciones religiosas con una infinidad de ladrillos decorados con modelados de estuco pintados de colores. Su acrópolis me pareció aún más hermosa que la de Atenas. Una familia de monos aulladores y todos los mosquitos del planeta se reunieron allí para darnos la bienvenida.
Llegué temprano. Ya hacía calor, pero la emoción lo pudo todo acompañada con la fuerza natural otorgada por un helado de coco y un exquisito pozol, aquel elíxir creado con maíz y cacao molidos en agua. Es probablemente lo que beben todos los días todos los dioses de todos los cielos e infiernos allá.
Ésta región produce casi todo el cacao del mundo. Primero se realizaron las formalidades de la inauguración. Luego mi amigo Vicente Ferreyra dio una lúcida ponencia junto con su esposa Ángela. Llegó mi turno. No me dio tiempo de preparar algo sofisticado. Basaría mi plática en anécdotas y reflexiones inspiradas por la energía del momento.
“No vengo a enseñarles nada nuevo”, comencé, recordando las palabras de mi madre, “sino para ayudarles a recordar. Recordar que viajar es una fiesta para los sentidos, y un descanso para la razón. Recordar que viajar no es tan complicado como la física cuántica. De hecho, creo que a cualquier le sale de manera natural una vez que supera sus miedos iniciales, como dónde voy a dormir, qué voy a comer y cómo me voy a comunicar…”.
Y así nos fuimos durante casi dos horas, seguidas por otras más de selfies, preguntas y reflexiones que me devolvieron la fe para con el futuro de la industria en México, ya que todos los que vivimos para hacer del turismo una herramienta para el resguardo de la diversidad estamos nerviosos. O, al menos, deberíamos estarlo.
De noche comimos los frutos de un río cerca del mar. Las plataformas petroleras en el horizonte me recordaron que en aquella zona sus pobladores se dedican primordialmente al petróleo, de manera directa o indirecta. De eso sobrevive México, junto con las remesas, pero con la crisis en el precio de los barriles y la incertidumbre política el turismo se presenta como la salvación.
Sin embargo, la manera en la que se suele percibir y explotar su potencial es lo que me genera nerviosismo. La Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la designación del año 2017 como el Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo.
La resolución busca que se tome una mayor conciencia de la riqueza del patrimonio de las diversas civilizaciones y llevar a una mejor apreciación de los valores inherentes de las diversas culturas. Debemos fortalecer una cultura de responsabilidad y congruencia en la industria turística y gastronómica, fomentando la originalidad y la congruencia en el ejercicio y la promoción de un consumo responsable para generar una mayor derrama económica, pero con un menor impacto sociocultural y ambiental.