Para Alberta, Teresa y Jacinta, que la Procuraduría General de la República (PGR) haya reconocido su inocencia y les pidiera disculpas por encarcelarlas injustamente es una victoria.
Sin embargo, frente a Raúl Cervantes, titular de la PGR, senadores, representantes de organismos internacionales, defensores de derechos humanos, víctimas de otros delitos y funcionarios federales, aclararon que el acto no las hizo felices.
“Estaría yo contenta el día que se acabe la injusticia, estaría contenta cuando seamos respetadas y nos respeten como indígenas”, expresó Jacinta, provocando el aplauso unánime de los asistentes al auditorio Jaime Torres Bodet, del Museo Nacional de Antropología e Historia, que lució abarrotado hasta en los pasillos.
Alberta, al tratar de narrar lo que vivió en prisión, tuvo que detener sus palabras porque el llanto se le venía encima. Al final dijo que su esperanza era que los colaboradores de la PGR ya no se equivoquen.
Teresa consideró que con el acto de este martes daba cierre a 11 años de lucha, desde que fueron detenidas en 2006, acusadas falsamente de secuestrar a seis agentes federales.
“Quisiera pedirle, señor Procurador, que se comprometa a que ya no va a volver a suceder, que las autoridades no fabriquen pruebas”, comentó.
La más crítica fue Estela Hernández, hija de Jacinta, quien reconoció que lo vivido con el arresto de su madre cambió su forma de ver el mundo, pues comprendió que las injusticias de unos se pueden convertir a futuro en el sufrimiento propio.
“Hoy se sabe que en la cárcel no necesariamente están los delincuentes, están los pobres que no tienen dinero, los indefensos de conocimiento, los que los poderosos someten a su voluntad; los delincuentes de mayor poder, los delincuentes de cuello blanco no pisan la cárcel”, aseguró.
Para ella, quien dentro de su familia fue de las más cercanas al proceso que seguía su madre, la victoria del día iba más allá de un triunfo cualquiera.
“Hoy, como dijo una compañera (maestra) cesada en Querétaro, por la represión de lo sucedido el primero de mayo, maestra Rosa María, hoy nos chingamos al Estado”, lanzó, y no se hicieron esperar los plausos, gritos y consignas pidiendo libertad a los presos políticos.
“Al Procurador General de la República le decimos que no estamos contentos ni felices por este acto de disculpas, pedimos el cese a la represión de los pueblos indígenas, a la persecución de defensores sociales y la liberación de nuestros presos políticos”.
Agregó que no le daban las gracias, sino que exigían a los funcionarios que, si no saben hacer su trabajo, renuncien, como lo pidió en su momento Javier Sicilia en el Castillo de Chapultepec, frente a Felipe Calderón.
“Por los que seguimos en pie de lucha por la justicia, la libertad, la democracia y la soberanía de México, para nuestra patria, por la vida, para la humanidad, quedamos de ustedes, por siempre y para siempre, la familia Jacinta, hasta que la dignidad se haga costumbre”, se despidió.
Para Alberta, Teresa y Jacinta, que la Procuraduría General de la República (PGR) haya reconocido su inocencia y les pidiera disculpas por encarcelarlas injustamente es una victoria.
Sin embargo, frente a Raúl Cervantes, titular de la PGR, senadores, representantes de organismos internacionales, defensores de derechos humanos, víctimas de otros delitos y funcionarios federales, aclararon que el acto no las hizo felices.
“Estaría yo contenta el día que se acabe la injusticia, estaría contenta cuando seamos respetadas y nos respeten como indígenas”, expresó Jacinta, provocando el aplauso unánime de los asistentes al auditorio Jaime Torres Bodet, del Museo Nacional de Antropología e Historia, que lució abarrotado hasta en los pasillos.
Alberta, al tratar de narrar lo que vivió en prisión, tuvo que detener sus palabras porque el llanto se le venía encima. Al final dijo que su esperanza era que los colaboradores de la PGR ya no se equivoquen.
Teresa consideró que con el acto de este martes daba cierre a 11 años de lucha, desde que fueron detenidas en 2006, acusadas falsamente de secuestrar a seis agentes federales.
“Quisiera pedirle, señor Procurador, que se comprometa a que ya no va a volver a suceder, que las autoridades no fabriquen pruebas”, comentó.
La más crítica fue Estela Hernández, hija de Jacinta, quien reconoció que lo vivido con el arresto de su madre cambió su forma de ver el mundo, pues comprendió que las injusticias de unos se pueden convertir a futuro en el sufrimiento propio.
“Hoy se sabe que en la cárcel no necesariamente están los delincuentes, están los pobres que no tienen dinero, los indefensos de conocimiento, los que los poderosos someten a su voluntad; los delincuentes de mayor poder, los delincuentes de cuello blanco no pisan la cárcel”, aseguró.
Para ella, quien dentro de su familia fue de las más cercanas al proceso que seguía su madre, la victoria del día iba más allá de un triunfo cualquiera.
“Hoy, como dijo una compañera (maestra) cesada en Querétaro, por la represión de lo sucedido el primero de mayo, maestra Rosa María, hoy nos chingamos al Estado”, lanzó, y no se hicieron esperar los plausos, gritos y consignas pidiendo libertad a los presos políticos.
“Al Procurador General de la República le decimos que no estamos contentos ni felices por este acto de disculpas, pedimos el cese a la represión de los pueblos indígenas, a la persecución de defensores sociales y la liberación de nuestros presos políticos”.
Agregó que no le daban las gracias, sino que exigían a los funcionarios que, si no saben hacer su trabajo, renuncien, como lo pidió en su momento Javier Sicilia en el Castillo de Chapultepec, frente a Felipe Calderón.
“Por los que seguimos en pie de lucha por la justicia, la libertad, la democracia y la soberanía de México, para nuestra patria, por la vida, para la humanidad, quedamos de ustedes, por siempre y para siempre, la familia Jacinta, hasta que la dignidad se haga costumbre”, se despidió.