Todo mundo ha estado aquí.

Ese debería ser el lema oficial para atraer visitantes a Akko. No solo es cierto (las paredes de esta ciudad al norte de Israel han visto pasar a judíos en busca de refugio, cristianos entre cruzadas, otomanos durante el imperio y británicos durante su mandato) sino que también introduce un elemento de duda en la mente de los visitantes potenciales: ¿puede uno darse el lujo de perderse algo que el resto de la humanidad ya vio?

Sin embargo, aunque por sus costas mediterráneas y su posición geopolítica estratégica, Akko ha sido una ciudad históricamente disputada, se trata de un hueco turístico discreto que no figura entre los planes de quienes deciden visitar Tierra Santa. 

He ahí un error tremendo.

Un viaje a Akko desde Tel Aviv no toma más de dos horas en un tren de primer nivel, que de paso ofrece unas vistas únicas del litoral israelí.

La recompensa es un sitio magnífico, de catálogo de la UNESCO, con una historia milenaria, restaurantes tan buenos como sus puestos callejeros, un mercado donde un judío vende telas frente a un árabe que vende especias, a unos pasos de un mar esplendoroso, y calles laberínticas donde vale la pena perderse caminando.

Un buen punto para iniciar es el Centro de Visitantes, situado adecuadamente bajo la sombra de unos ficus enormes a la entrada de la ciudadela.

He aquí 8 mil 300 metros cuadrados de un complejo perfectamente conservado, construido en el siglo 13, que lo mismo albergaba un enorme hospital para los caballeros templarios que una sala de banquetes para Ricardo Corazón de León. 

Es, por efecto de la naturaleza cebollesca de Akko, una ciudad entera, con sus calles y paredes, debajo de la capa de la de ahora. Hay que descender unas escaleras para entrar, literalmente, a otra época.

En algunos puntos del recorrido es posible, incluso, asomarse a una capa inferior: la de el período árabe, del siglo 7.

Uno puede pasear tranquilamente por los estrechísimos pasillos de lo que solía ser el drenaje en tiempos de las cruzadas y salir directamente al bazar turco de la ciudad. 

Akko es una joya local, visitada principalmente durante los fines de semana por los israelíes que saben que aquí se come bien, es más barato que Tel Aviv o Jerusalén, y lo mismo se puede disfrutar de un día de playa que de un paseo romántico por el casco antiguo. 

Además de la ciudadela, en Akko, un puerto antiquísimo, vale la pena recorrer el muro que rodea la ciudad vieja y los cañones británicos que la defendían. También es imperdible visitar la mezquita de Al-Jazzar, dejarse atrapar por los olores del mercado central y beberse un café turco con cardamomo molido en una de las terrazas cercanas al puerto. 

Una vez ahí, se puede tomar un recorrido en lancha por la bahía o dejarse seducir por unas piedras milenarias que se ofrecen como bancos para captar la mejor vista de la ciudad: la muralla infranqueable contra la que chocan las olas, los minaretes de las mezquitas en el horizonte y la caravana de veleros que descansan frente a ellos.

Ahí mismo, una serie de restaurantes tienta a los viajeros con las delicias locales: pescado fresco y mariscos, de buen color y tamaño, acompañados por otros alimentos casi obligatorios: humus, ensalada, pan pita, papas fritas en aceite, pepinos, aceitunas y pimientos. 

Satisfecho, uno contempla en la sobremesa un fragmento del muro devorado por los cañonazos o por el paso del tiempo.

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