Rocío González dedicó su vida a enseñar las bases de la educación, teniendo no alumnos sino cientos de hijos durante 30 años.
A pesar de que ser maestra no fue su primera opción, encontró en esta profesión su pasión y vocación, viendo en cada uno de sus alumnos un hijo más a quien amar y educar.
Rocío quería estudiar medicina, sin embargo, en ese entonces su papá no le permitió, asegura ella que por temor a que algo le pasara y como sus tías eran maestras, esa fue la opción que le dieron para estudiar.
Aceptó el reto y se formó como maestra normalista, durante su carrera enseñó en varias escuelas de San Francisco y Purísima del Rincón, siendo las que guarda con más cariño, la primaria de la comunidad San Bernardo donde dio por primera vez clases y la primaria Lic. Manuel Doblado, donde trabajó por muchos años.
“Son tantas las experiencias que he pasado y me han tocado niños que traen muchos problemas a los que adopté como mis hijos”, comentó la maestra.
Primer y segundo año de primaria fueron sus predilectos, por lo que durante todo su magisterio se dedicó a los niños de esa etapa.
Entre todos sus alumnos recuerda a los que le hicieron enfrentarse a grandes retos, el primero de ellos fue Fabián, un niño sordomudo, que a pesar de no tener los conocimientos para enseñarle, logró sacarlo adelante.
“Me movió el corazón porque yo no tenía conocimientos para enseñarle, pero lo veía tan entusiasta que el mismo niño me motivó, así que tomé capacitaciones de educación especial, aprendí el alfabeto, a leer y los números, así que yo tenía que preparar dos clases, una para él y otra para los otros niños”, recuerda la maestra.
Uno de los momentos más especiales fue cuando preparó a Fabián para un bailable de la escuela, bailó la “Danza del Venado” y aunque el niño no escuchaba la música, comprendía el significado y lo hizo a la perfección.
Otra de sus “hijas” fue una pequeña que venía de una familia disfuncional, a sus 6 años la menor era grosera y testaruda, pero con la paciencia y la orientación, la menor cambió su carácter y salió adelante.
Y también hubo momentos difíciles, como el caso de un pequeño que lamentablemente perdió a su mamá por el cáncer y el Día de las Madres el pequeño de primer año regaló a la maestra el perfume que pertenecía a su mamá.
“Ahí te quiebras porque sabía que la señora murió y el pequeño me veía como una mamá, nunca lo usé, tengo guardado el perfume porque significa mucho para mí, luego escuché una reflexión de una situación similar y no pude evitar llorar porque yo lo viví”, recordó la maestra con un gran sentimiento.
“Cuando empecé los niños eran más inocentes, más limpios, cumplidores y respetuoso con los maestros y ya los últimos años sí había mucha diferencia, ya no había respeto por el maestro hasta se burlaban de uno, sí han cambiado las generaciones.
“Ahora estamos viviendo en una época que no hay disciplina, el hijo gobierna a los padres y hay que trabajar mucho para que no siga habiendo personas en malos pasos”, dijo.
La maestra Rocío agradece a Dios por haberla puesto en ese camino y esa carrera, pues sirvió a la sociedad y una gran cantidad de niños, describiendo su vida en el magisterio como un disfrute total.
“Incluso mi hijo me llegó a decir que yo no iba a trabajar que yo me iba a disfrutar, siempre les cantaba, les contaba cuentos y me disfrazaba, así los niños aprendían mejor”.
Y además de ser una mujer entregada a su vocación también se entregó por completo a su familia, teniendo 4 hijos, de los cuales dos, también son maestros, Jafed, de secundaria, y Ana, de primaria.
Y es que la labor de la enseñanza es de familia, pues de los 8 hijos de sus padres, 6 fueron maestros, además de su sobrino y sus tías.
 

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