El otro día estaba en una cena, de esas donde el 80% de las personas no conocen tu nombre pero se contentan con sonreírte cuando haces contacto visual. Como es de entender la conversación viró a tópicos como: qué harías si te ganaras la lotería.
Unas horas de debate y cada uno tenía sus 10 gastos principales. La mayoría teníamos entre 25 y 30 años y casi todos hablaban de viajes a las Maldivas, retiros en el Tíbet, una moto, un año sabático, un vuelo al sureste asiático, etc.
No es que pudiéramos pagar algo parecido, simplemente la palabra “lotería” nos llevaba a pensar en muchos ceros juntos y en gastos que por el momento no podíamos permitirnos.
Y lo simpático del asunto es que, hace unos meses, tuve una conversación similar con una pareja que tendría la edad de mis padres.
Sus deseos eran completamente distintos: ayudar a unos amigos a pagar su hipoteca, pagarle a sus padres una casa sin escaleras, regalarle a una hermana el viaje que tanto había querido. Sus etcéteras eran mucho más cortos pero mucho más significativos.
Eso me hizo pensar en la hipermetropía que tenemos a veces los jóvenes. Esa incapacidad para ver de cerca. En nuestras ansias de querer comernos el mundo no vemos las necesidades de los que nos rodean. En nuestra búsqueda de nosotros mismos en otro lugar, olvidamos las personas que tenemos justo a lado.
A mis 20 y pocos quería una moto y un viaje de un año por todo el mundo, un master que me ayudara a prepararme mejor para mi trabajo soñado… y aunque son sueños válidos, no son parte de una necesidad básica. Sé que me haría feliz obtenerlos pero creo que más bien me haría más feliz ganármelos. A fuego lento y con esfuerzo.
En cambio, una entrada de dinero con sólo un boleto de lotería y sin más esfuerzo que las neuronas que me dejaría pensando en la perfecta combinación del cumpleaños de mi madre, el mes de mi padre, el número de hermanos que la vida se empeñó en darme y mi número de la suerte, que es el 13 (ya ven ustedes que no tengo muchas posibilidades), sería una buena oportunidad para ver más allá.
Ahora bien, que conste por escrito que nunca compro boletos y si me lo regalan siempre los guardo tan bien que se me olvida el lugar donde los dejé. Soy un caso perdido. La cuestión es: una vez leí que si la juventud, que es la época más generosa del ser humano, no piensa en los demás, la sociedad tendrá problemas.
Esas dos conversaciones y una simple pregunta me hicieron replantearme si en realidad… mis 20 y tantos son un simple caso de hipermetropía social y lo que necesito son unos mejores lentes que me ubiquen en la realidad.
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