¿Sabes esa sensación de pánico total ante un nuevo proyecto? ¿Conoces el sentimiento de un millón de mariposas en el estómago? ¿Has sentido que tus pulmones no dan más y no puedes respirar?
Recuerdo que desde pequeña me gustaban las películas donde la protagonista desastre decidía enfocarse y trabajar hasta conseguir la meta. Recuerdo que siempre me incomodaba la parte del fracaso. Hija de la generación VHS y DVD me tomaba la libertad de evitar justo esos minutos en los que todo salía mal. Pero eso sí, repetía incansables veces el logro conseguido, el trofeo ganado, la calificación deseada. Era pequeña e ilusa, pero tenía el control (literalmente hablando) de la vida.
Cada domingo, cada mañana tenía una cita con mi padre. Él me pedía las películas que había visto en la semana para pasarlas por una máquina mágica que regresaba toda la cinta hasta el comienzo. Yo lo hacía puntualmente; en parte por dejar dormir un poco más a mi madre y en parte porque me encantaba ese momento en el que tenía a mi papá para mí solita.
Y ese regresar y adelantar se volvió un juego que no pude aplicar en la vida real. Seré hija de Disney, quiero pensar.
Ahora, a mis 26 años, no puedo negar que hay días que quisiera adelantar la película hasta que me salga el resultado; que me cuesta ver los momentos difíciles a la cara y que no puedo dormir de solo pensar que me quedan muchas caídas sin poder apretar un botón que me lleve al final.
Estos últimos meses se me han cerrado tantas puertas que he comenzado a pensar en cambiar de profesión de periodista a cerrajera. Se han abierto algunas ventanas que hacen que me duela el estómago de sólo sentir el vértigo.
No sé si lo que venga saldrá como final de película. No sé si tendré esos minutos de gloria con música de los 80 de fondo. No sé si bailaré como en Flashdance, festejaré en lo alto de las escaleras al estilo Rocky o si llegaré la primera en la fila y tendré un lugar en el podio.
Supongo que lo único que queda es vivir con esas nauseas del comienzo de un proyecto. Seguir caminando sin tener la certeza del éxito. Continuar, aunque el miedo paralice todos mis miembros. Enfrentarme a la página en blanco, a un nuevo trabajo, a una reunión con gente extraña, a un nuevo idioma, a un país que no acaba de abrirse del todo.
Y solo me queda repetir: “el éxito es ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”. Solamente a Churchill se le podía ocurrir semejante filosofía. Algo sabrá él…
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