¿Podrá ser cierto que las conductas de los abuelos al envejecer frente a sus nietos se acerquen a lo que puede llamarse una segunda infancia? Si ese asunto tiene algo de verdad bien debiera calificarse como un suceso de verdadera bendición. La adustez, imagen tan ligada a los quehaceres propios de la vida activa, debiera de tirar por la borda, si las condiciones lo permiten, lo áspero y lo desapacible cuando el retiro del trabajo llega. En verdad, más que saludable es dejar a la vera del camino las páginas y enjambres de números y letras que acompañaron el tiempo de labores, para abundar con ligereza el paso de la senda que queda por andar.

Rodearse de infantes familiares nacidos en una tercera generación, mueve el ánimo para a pasear por el Parque Irekua, ver cuentacuentos o títeres en la Plazuela Miguel Hidalgo, alimentar de mano animales no carnívoros del Zooira, caminar con cuidado las calles chuecas que albergan aún bellos y enigmáticos rincones y acariciar de vez en cuando a un perro callejero. Y claro, también es posible, en el seno de los hogares, dedicar tiempos al juego ligero, a la charla anecdótica y a hablar entre preguntas y respuestas ocasionales cuestiones de valor. Lo cierto es que sin llegar a los extremos de una encuesta china reciente publicada por la Federación de Mujeres de Shanghái, que mostró que en la mitad de las familias sondeadas los abuelos asumen la mayor parte de las responsabilidades a la hora de criar a los pequeños, los padres de los padres nacionales se otorgan, a veces, responsabilidades más allá de los límites de lo conferido.

Un entretenimiento sensacional entre abuelos y nietos es, sin duda, la lectura. Mientras el abuelo lee y recuerda, por ejemplo, la épica batalla de la ballena blanca, Moby Dick, contra el tesón del capitán Achab, los nietos toman un primer contacto con la bella obra literaria que escribió en 1851 Herman Melville. Los nietos siguiendo con azoro los nombres de Ismael el narrador y el arponero Queequeg suben, en su imaginación, a bordo del barco ballenero Pequod que navegaba por los mares del sur. Con una tripulación experimentada el Pequod sufre el trágico ataque de la famosa ballena y, ésta, al final, vuelve a perderse en la inmensidad del océano llevando muchos arpones clavados en su cuerpo y sogas enredadas que endosan a su lomo el desdichado cadáver del capitán Achab. Pero más aún, dentro de las facilidades tecnológicas caseras, el contenido del libro puede recrearse a través de un video de YouTube y el encanto llega a merodear el nivel de lo siempre memorable.

 

Comentarios a: [email protected]

 

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *