El tránsito de vehículos en las calles de nuestra ciudad ha aumentado considerablemente de unos cuantos años a la fecha, comenzando a ser más molesto y complicado de lo que estábamos acostumbrados. Nada todavía, por supuesto, comparable a lo que sucede en la Ciudad de México, pero ni siquiera a otras urbes como son Monterrey, Guadalajara o quizá León que es la referencia que tenemos más cercana para nosotros. Pero lo que sí se está presentando cada vez con mayor frecuencia es la desobediencia a las leyes y reglamentos de Tránsito por parte de quienes conducen o conducimos vehículos de motor,  ahora conocidas como de Movilidad. Infracciones que se cometen de una manera tal que revela en quienes las realizan un absoluto despego a los más elementales deberes impuestos en esos ordenamientos. Pero no sólo eso, sino que  no tienen el menor respeto a los peatones ni a los demás conductores y mucho menos a las autoridades de Tránsito. Es más, en muchas ocasiones se puede interpretar una actitud de “me vale” llevada al extremo por esos choferes, quienes abusan de los peatones y también de otros conductores que procuran sujetarse a las normas de tránsito. Incluso, podría decirse, que hacen gala de su actitud y empleando aquí un lenguaje coloquial, se portan como verdaderos gandallas.
Me refiero, pues, no a quienes ocasionalmente y sin abusar, más bien con un comportamiento que pudiera ser calificado de simple descuido, violan algún mandamiento de tránsito. En fin no quiero referirme a este tipo de situaciones, sino en especial a aquellas que revelan una conducta que bien vale ser calificada pues, como ya lo he hecho líneas arriba de “gandalla”.
Algunas de estas formas gandallescas son verdaderamente peligrosas, otras simplemente molestas. De las primeras destacaría aquellas consistentes en pasarse deliberadamente los altos de los semáforos cuando ya la luz roja está encendida, comprendiéndose los casos en que cuando ya se ha encendido la luz amarilla, sin embargo, se acelera para pasar a sabiendas de que se cruzará ya con la luz roja. También representa peligro incorporarse a la circulación de una vía transversal con vuelta continua no obstante que se aproxime otro automóvil por esa calle. También inconveniente y peligrosa la que consiste en no respetar el paso de los peatones para hacer precisamente la maniobra señalada inmediatamente antes. Dentro de las que son verdaderamente molestas pero mínimamente peligrosas, están el estacionar el automóvil arriba de las banquetas ocupando gran parte del espacio de éstas o incluso la totalidad, situación que se da con frecuencia cerca de las sucursales bancarias o tiendas comerciales. Estacionarse en lugar prohibido, obstaculizando el paso de peatones en el cruce de las bocacalles es también algo frecuente. Podría agregarse el caso de burlar la vigilancia de los agentes de Tránsito cuando piden que mueva el vehículo a quien se ha estacionado indebidamente; pues entonces si aquel se va del lugar, se para unos metros adelante o da vuelta a la manzana y se vuelve a estacionar en el lugar prohibido.
Ahora, bien, lo anterior pone de manifiesto algo que, sin exagerar, podría decirse que en Irapuato todos sabemos, la incapacidad de las autoridades de Tránsito para suprimir o en su caso sancionar ese tipo de infracciones. No sé si eso sucede porque a la autoridad vial le falta personal o porque éste no está debidamente instruido ni distribuido en la ciudad de forma tal que pueda abarcar los puntos en los que con frecuencia se dan los hechos que he venido mencionando, los que por demás son claramente identificables. Pero es también indudable que lo que falta es energía para que la infracción sea sancionada. Llegar a un punto de cero tolerancia sobre todo en los casos que impliquen mayor peligrosidad es necesario.
Si actitudes como las que menciono no se sancionan oportunamente las mismas se vuelven un hábito y después difícilmente se podrán erradicar. Pero lo que es más trascendente, es el peligro de que esas faltas propician que puedan cometerse otras de mayor trascendencia e incluso delitos, pues el respeto a la ley es algo que debe exigirse en el ámbito cívico y su violación debe traer consecuencias jurídicas. Reprimir, pues, transgresiones menores como pueden ser algunos aspectos de la Ley de Tránsito resulta un auxiliar valioso para la educación cívica, y por qué no, para la prevención del delito que es uno de los aspectos en que nuestro sistema penal siempre ha estado fallo, con las nefastas consecuencias que ahora estamos experimentando, incluida el auxilio de ciertos conglomerados sociales a grupos delincuenciales y un rechazo a la autoridad.
¿Habrá que crear un poder antigandalla ciudadano, al estilo del equipo de Arne aus den Ruthen para tratar de poner remedio? Ojalá no se tenga que llegar a eso. La autoridad vial tiene la palabra.

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