Como si fueran un rosario de lágrimas de Virgen, la orquesta inglesa Britten Sinfonia sirvió este Viernes de Dolores una elocuente velada servida a cucharadas pequeñas en el Teatro del Bicentenario.
Aunque no alcanzó el lleno rotundo conquistado en su primera visita al recinto hace dos años, la Britten logró ocupar más de tres cuartos de los asientos del Bicentenario, saliendo avante de la difícil fecha de inicio de periodo vacacional.
Pero la opulencia que no hubo en las butacas, estalló sobre el escenario, pues el conjunto dirigido en esta ocasión por Jacqueline Shave exhibió la misma factura refinada, sólida y expresiva con que había sellado una las páginas musicales más memorables de 2009.
La Britten, que cumple su vigésimo aniversario este año, vino a León para celebrar el centenario del insigne compositor al que honran con su nombre y cuya invocación acompañaron además con obras de Peter Warlock, Béla Bártok y Pyotr Ilych Tchaikowsky.
La velada se caracterizó por obras divididas en secciones breves: danzas, variaciones, serenatas y pasos de suite, siendo la primera la “Suite Capriol”, quizá el trabajo más célebre del malogrado compositor y crítico anglo-galés Peter Warlock (o Philip Arnold Heseltine, su nombre real).
Basado en un manual de danzas renacentistas, aunque compuesto en 1926, este rápido conjunto de seis movimientos exuda la gracia rítmica del baile cortesano, con un aliento reposado y bullicioso bien contenido y atemperado, ejemplar en cuanto a su lectura de patrones antiguos.
La desenvoltura producto de la disciplina, pero además un evidente entusiasmo por lo que hacen, caracterizaron el trabajo de los 21 instrumentistas del conjunto inglés, bien encaminado por el pasional estilo de Jacqueline Shave, quien tomó asiento junto a sus compañeros para las “Variaciones sobre un tema de Frank Bridge”, precoz ejemplo de genialidad que Benjamin Britten (1913-1976) escribió a los 14 años de edad y en donde, en rápidas pinceladas, explora diversos matices a partir de una melodía de su mentor.
“Las danzas folclóricas rumanas”, muestra del célebre trabajo de búsqueda y reinterpretación que hizo Béla Bartók (1881-1945) a partir de la música tradicional de su país, con su picaresca y vivacidad casi gitanas y la afamada “Serenata para cuerdas op. 8”, de Piotr Illich Tchaikowsky, cerraron el festín sonoro servido por
la Britten Sinfonia.
Shave y sus cómplices, sin embargo, reservaron una última y exquisita sorpresa a su audiencia en forma de encoré: una versión para cuerdas de la ya de por sí bella canción mexicana “Mi ciudad”, de Guadalupe Trigo.

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