La noche del 13 de enero de 2012, un capitán llamado Francesco Schettino, al mando de una mole de 17 pisos y 114 mil 500 toneladas, con 4 mil 200 pasajeros a bordo -entre ellos 3 mil 216 turistas de 60 nacionalidades-, tuvo la ocurrencia de acercarse a la isla toscana del Giglio para que los paisanos de su jefe de comedor disfrutaran de un espectáculo único, pero calculó mal y la nave Costa Concordia encalló, 32 personas murieron y dos continúan desaparecidas.
Después de 21 meses de trabajo y de 600 millones de euros gastados, el lunes 17 de septiembre iniciaron las labores para reflotar el buque.
La isla fue cerrada y hasta los vecinos necesitaron una acreditación especial para acercarse al puerto.
Después de que el último transbordador saliera hacia Porto de Santo Stefano, la navegación quedó suspendida. También se cerró el espacio aéreo.
Unas 500 personas de 26 nacionalidades -las mismas que han trabajado por turnos 24 horas al día, incluidas fiestas y fines de semana- estuvieron atentas a las órdenes que se fueron dando desde una de las 28 embarcaciones situadas a unos metros del Costa Concordia.
La pequeña isla toscana -apenas un millar de habitantes que se multiplican por 20 durante las vacaciones- contuvo la respiración. El desafío no era sólo enderezar 65 grados la nave hasta que recuperara su verticalidad, sino también evitar que el combustible y las aguas negras que aún puedan quedar en los tanques contaminaran la costa. Se colocaron también barreras absorbentes para frenar el posible vertido.
Nadie permaneció a bordo de la nave accidentada durante la operación. “Por los datos que tenemos”, explicó Franco Gabrielli, jefe de Protección Civil y delegado del Gobierno para las operaciones de rescate, “el riesgo de que se parta el casco es mínimo, pero es verdad que la principal interrogante es la capacidad de aguante de la estructura después de dos inviernos al vaivén de las olas. Por eso no podemos esperar otro Invierno”.
Gabrielli explica con pasión el trabajo desarrollado. Sólo un éxito rotundo -retransmitido en directo a todo el mundo por los más de 300 periodistas acreditados- podría ayudar a borrar la nefasta imagen que Italia dio de sí misma por culpa de la temeridad del capitán Schettino y, sobre todo, de su cobardía al abandonar la nave cuando todavía la tripulación y los pasajeros luchaban por ponerse a salvo.
La visión del Costa Concordia recostado sobre estribor, a escasos metros de la costa y del puerto de la isla del Giglio, siempre fue impresionante. Pero ahora lo es más si cabe, porque por el lado de babor se colocaron unas gigantescas cajas de acero a modo de flotadores. Dos de ellas tienen la altura de un edificio de 11 plantas y pesan más de 500 toneladas. Las siete restantes alcanzarían los nueve pisos. Junto al barco se pueden observar ahora seis plataformas desde las que se han ido organizando las distintas fases de la operación.
La primera, que terminó en noviembre de 2012, consistió en estabilizar el barco para evitar que se desplazara hacia aguas más profundas. A continuación se construyó un fondo marino artificial, sobre el cual tendrá que reposar el Costa Concordia después de la rotación.
El fondo artificial está compuesto por mil 180 sacos de cemento -alrededor de 12 mil metros cúbicos- que fueron colocados por un equipo de 120 hombres rana.
Una batería de gatos hidráulicos empujaron la parte sumergida del barco, mientras 56 cadenas -cada una de ellas de 26 toneladas- jalaron del casco lentamente.
La maniobra se llama parbuckling, un término que procede del sistema que se utilizaba en el Siglo XIX para hacer rodar los barriles con una doble cuerda y que luego ha sido incorporada al lenguaje de las operaciones de salvamento naval.
Según Franco Gabrielli, el jefe de Protección Civil, “jamás en la historia se realizó una operación de reflote tan grande, no sólo por las dimensiones de la nave -300 metros de larga y 114 mil toneladas- sino también por la situación tan delicada en la que se encuentra; por su cercanía a la población”.
Cuando la nave fue puesta en vertical y estabilizada sobre el fondo artificial -una operación que se extendió 20 horas y a la que ayudaron los nueve gigantescos flotadores que se encuentran llenos de agua-, el próximo paso fue colocarle otros flotadores sobre la parte de estribor que estaba hundida.
Tras ello se extrajo el agua de ambas filas de flotadores y el Costa Concordia, en teoría, volvió a flotar.
La temeridad y, desde luego, la cobardía del capitán Schettino marcaron para siempre la historia de la isla del Giglio.
El lento resucitar
Desde su naufragio, el Costa Concordia parecía un gigantesco juguete abandonado en la orilla, con su lado izquierdo intacto al viento y algunas hamacas todavía en la cubierta junto a una de las piscinas azules.
Las huellas terribles del drama -el pánico de los 3 mil 200 pasajeros y el millar de tripulantes, las 32 personas muertas, las otras dos todavía desaparecidas- sólo empezaron a verse el lunes 17 de septiembre, cuando los gigantescos gatos hidráulicos y las 36 cadenas que izaron la nave revelaron su lado oculto.
“El costado de estribor está destrozado por el propio peso del barco y por su contacto con las rocas del fondo”, advirtió el ingeniero Sergio Girotto, “y eso complicó la colocación de los gigantescos flotadores fijados a babor”.
No sólo eso. La operación, también devolvió inevitablemente a la memoria aquella noche del 13 de enero de 2012 y a la maniobra absurda -letalmente absurda- del capitán Francesco Schettino.
De alguna manera, la sombra de su incompetencia aún permanece, amenazante, junto al buque. El reflote de los restos del Costa Concordia, que ya va por los 600 millones de euros, fue precedido de una gran puesta en escena. La naviera Costa Cruceros, y también la imagen de Italia, se jugó mucho.
El objetivo era borrar, o al menos difuminar, mediante un alarde tecnológico sin precedentes, la chapuza puesta en escena por el capitán Schettino. Más de 350 periodistas de todo el mundo -entre los que se encontraban las grandes cadenas de noticias estadounidenses con su programación en directo- acudieron para dar buena cuenta del espectáculo. Pero el espectáculo se hizo del rogar.
La rotación del buque -primera fase de las maniobras- que tuvo que haber empezado a las 6 de la mañana se retrasó tres horas por culpa de una gran tormenta.
Tanto que, sobre el mediodía, el barco ya se había enderezado sólo tres grados de los 65 que necesitaba para alcanzar la verticalidad.
El ingeniero Girotto, responsable del rescate por parte del consorcio de salvamento Titan Micoperi, informó de que todo iba según lo previsto: el barco se había despegado de las rocas del fondo, ya no reposaba sobre el flanco de estribor sino sobre su base y no se habían detectado vertidos.
Las aguas alrededor del casco -una de las grandes preocupaciones de los habitantes del Giglio- seguían siendo tan transparentes como las del resto de la isla. “Las cosas están yendo como pensábamos”, resumió el ingeniero, “pero el partido aún no ha terminado”.
De hecho, no iba a terminar en todo el día. Y el espectáculo se resentía. Tanto que las siguientes comparecencias de los responsables del rescate se centraron en una pregunta: ¿cuándo? Unos problemas con parte de los cables que estaban sirviendo para izar la nave obligaron a parar la operación durante una hora.
“Era un problema que habíamos previsto que podía suceder”, explicó Gabrielli, “y lo hemos solucionado. Eso sí, tendremos que trabajar toda la noche”. La rotación del barco era aún del 10%.
La isla siguió, por tanto, aislada. Nadie podía entrar ni salir, salvo, claro está, el ministro de Medio Ambiente, Andrea Orlando, quien declaró que, aunque no se produzcan vertidos, “se dan todas las condiciones para pedir compensaciones por daños ambientales a Costa Cruceros”, la naviera propietaria del buque, que según la versión oficial corre con todos los gastos del rescate. 600 millones de euros para llevar al desguace un barco que en 2006 costó 450 millones.
Aquella llamada perdida
Desde hace 21 meses, Elio Vicenzi mira su teléfono móvil y ve una llamada perdida. La que le hizo la noche del 13 de enero de 2012, su esposa, Maria Grazia Trecarichi, y que él no atendió porque ya se había ido a dormir.
Maria Grazia Trecarichi, italiana de Siracusa, es una de las dos personas que aún continúan desaparecidas tras el naufragio del Costa Concordia. El otro es un camarero indio.
“Maria Grazia amaba viajar”, cuenta Elio Vicenzi, un profesor de matemáticas de 64 años, durante una entrevista al diario La Repubblica, “me enteré de una oferta de un crucero por el Mediterráneo y se lo regalé por su 50 cumpleaños. Se fue con nuestra hija Stefanía y su novio. También iba otra amiga, Luisa”. Todos se salvaron, menos Maria Grazia.
El relato de Elio Vicenzi comienza con aquella maldita llamada perdida: “No escuché la llamada de teléfono porque ya estaba dormido. Quién sabe cuántas veces he mirado la pantalla del móvil con esta llamada perdida, cuántas preguntas me he hecho sobre el destino y sobre por qué suceden ciertas cosas. Nunca me duermo antes de ver el telediario, y en cambio el 13 de enero me fui a la cama pronto… Y el día siguiente, al salir hacia el colegio, olvidé el teléfono en casa”.
El esposo de Maria Grazia Trecarichi ha vuelto para buscar sus restos.
El profesor de Matemáticas no se enteró del naufragio hasta la hora del almuerzo. “Me llamó un amigo nuestro, Pippo. Al no lograr hablar conmigo, Maria Grazia lo había llamado a él desde el barco. Le había dicho que Stefanía estaba ya en una lancha de salvamento y que ella estaba esperando la llegada de otra. La llamada se interrumpió después con un ¡Dios, Dios, nos estamos resbalando hacia el agua!”.
Dice Elio que su mujer no embarcó en la misma lancha de salvamento que su hija porque, en aquellos momentos de confusión sobre la nave a la deriva, había regresado al camarote para encontrar un abrigo que ponerse sobre el vestido “elegante y ligero” que llevaba puesto. “En aquel caos”, sigue su relato, “Stefanía consiguió embarcar y llegar al Giglio. Mi mujer la llamó y le dijo una mentira para tranquilizarla: “estoy ya sobre una lancha”. Pero lamentablemente no era verdad. Al principio, por error, el nombre de Maria Grazia apareció en la lista de los supervivientes, pero cuatro días después los carabinieri aceptaron la denuncia por desaparición. No estaba en los hospitales y no teníamos noticias suyas. Estaba claro que le había sucedido algo grave…”.
Era su mujer, la que perdió la lancha de salvamento porque fue por un abrigo.