Este domingo se llevará a cabo la entrega del Oscar, seguramente ante la mirada de millones de ojitos negros (de contrabando) mexicanos, pues Roma, película del director Alfonso Cuarón protagonizada por la maestra normalista oaxaqueña de raíces triqui-mixteca, Yalitza Aparicio Martínez, es gran favorita para llevarse varias de las diez estatuillas por las que contiende.
El fenómeno ha rebasado lo que seguramente todos esperaban, aun Cuarón y el propio Netflix, medio por el que se exhibió la cinta en una arriesgada estrategia de distribución que se apartó del sistema tradicional dominado por las salas de cine.
Aunque de todas formas la cinta fue exhibida en algunas salas una vez que comenzó la recolección de premios en el Festival de Cine de Venecia, con el primer empujoncito mediático (no es que lo necesitara) cortesía de Galilea Montijo.
De lo que me ha tocado en tiempos recientes, antes ya se ha generado expectativa nacional alrededor de la premiación de la Academia estadounidense. En 2000, Amores Perros provocó emociones con su nominación a mejor película extranjera (aunque perdió ante El Tigre y el Dragón) y en 2006 lo hizo El Laberinto del Fauno (también perdió, ante La Vida de los Otros).
Posteriormente, las obras de los paisanos Alfonso Cuarón, Alejandro González Iñárritu y Guillermo del Toro: Gravedad, Birdman, El Renacido y La Forma del Agua, hicieron lo propio en 2013, 2014, 2015 y 2017, respectivamente, ya con nominaciones a mejor película (que ganaron Birdman y La Forma del Agua). Sin olvidar, por supuesto, las tres estatuillas que tiene bien limpiecitas en su repisa Emmanuel ‘El Chivo’ Lubezki (reverencias).
Sin embargo, ninguna de esas ocasiones hubo, ni cerquita, tal revuelo mediático alrededor de la entrega del Oscar. Como todo fenómeno, la causa es multifactorial; sin embargo, es insoslayable el hecho de que uno de esos factores es la participación primeriza en pantalla de Aparicio Martínez.
Pero la calidad interpretativa de la oaxaqueña apenas se asoma desde el segundo plano al que ha sido relegada, obligada a levantarse de puntillas por encima del hombro del gran protagonista encumbrado por la opinión popular: su origen social. “¡¿Ya viste?! Una pinche india está nominada a mejor actriz”.
Su extracción indígena es la gran revolución alrededor de Roma y las razones, una vez más, son diversas. Que si reivindica al sector, que si rompe con estereotipos, que si su triunfo es inmerecido, que si qué hermosa, que si qué fea; vaya, hay de todo, como en botica, diría mi madre.
Por supuesto el escenario muy poco común en el que una mexicana de origen indígena está en el centro de la opinión pública mundial, sí: mundial, ha provocado las más diversas reacciones, entre las cuales destacaron por su mezquindad las de Sergio Goyri (que llamó “pinche india” a Yalitza) y la de una supuesta conspiración de actrices nacionales para excluir a la ahora estrella oaxaqueña de la próxima entrega del Ariel.
Considero positivo que la opinión popular condenara una y otra expresión de rechazo para Yalitza; no obstante, me parece necesario comprender que existen mecanismos estructurales que dan forma a la manera en que pensamos, tanto de un lado como del otro.
Sabemos (o deberíamos) que en México somos tremendamente racistas. Motivos por los que discriminamos a las personas tenemos pa’ventar pa’rriba, por eso no es extraña la declaración de Goyri. Es la voz de muchos otros que no fueron exhibidos o de quienes abiertamente (bueno, bajo el anonimato y relativa seguridad) denostan a la actriz en redes sociales.
En defensa de Yalitza aparecieron, innumerables también, personas que acusaban racismo, malinchismo, clasismo y otros similares en los ataques para Aparicio. Lo malo, me parece, es que muchas de esas voces reclamaban y reviraban la discriminación con más discriminación.
Por ejemplo, en el caso del supuesto chat de actrices, menudearon las descalificaciones hacia la premiación del cine mexicano. Sin considerar la validez artística que tiene o no tiene el Ariel, el descrédito general era por su carácter nacional; es decir, como es un premio de mexicanos, para mexicanos que hacen obras mexicanas, entonces no vale la pena, y todos los que participan y tienen que ver con él, tampoco. ¿Qué pasó? No que entre mexicanos nos echamos porras, ¿o cómo es?
Parece que Yalitza cobró valor e importancia, para todos, a partir de que logró colocarse en un contexto que no es el mexicano. Pudo salir de la mediocridad en la que está sumido el país y sus habitantes y se codea con los famosos y exitosos.
Vaya, su éxito consiste en haber salido del pueblito en el que vivía dando clases a niños indígenas, como si tal cosa fuera indigna. Ahora es exitosa y por eso despierta envidias, eso es lo que dicen los que la defienden e implica que antes no lo era. Quién quiere ser maestra de kínder, ¿no?
Además, también pulularon las críticas al físico, apariencia y condición tanto de Sergio Goyri como de las actrices que, otra vez: SUPUESTAMENTE querían bloquear a Yalitza del Ariel.
La oaxaqueña atraviesa por un momento derivado del trabajo que hizo en la obra de uno de los mexicanos más reconocidos en el mundo. Si eso le gusta, qué bien por ella, que lo disfrute, se lo ganó. Los demás, podemos y seguiremos haciendo lo que sea que nos parezca de acuerdo con nuestra forma de pensar. La bronca es que habríamos de pensar en qué es lo que sustenta nuestras opiniones, ¿qué hay debajo de ellas?
No creo que haya mucha diferencia. A fin de cuentas, repito: somos un país tremendamente racista.