Los analistas de temas de seguridad se refieren a ellos como “la base social” de los cárteles. Pero también se puede hacer alusión a ellos de otras maneras.
Imagine usted un municipio con pocos recursos para invertir en cualquier cosa y que además es cuna de una poderosa organización criminal.
Imagine que esa organización criminal se aprovecha de las condiciones de pobreza en las que viven los ciudadanos de las comunidades más pobres de ese municipio y les ofrece tres, cinco, ocho mil pesos al mes, por decir algo, para formar parte de una estructura delictiva en la que lo único que tienen que hacer es participar de una bien sincronizada red criminal en la que el objetivo primordial es exprimir lo más posible los ductos de Pemex.
Imagine lo que pasa por la cabeza de jóvenes, mujeres y hasta adultos mayores, cuando ven ese dinero, en efectivo, que no llegaría a sus manos de otra manera, salvo por lo que algún familiar en Estados Unidos podría enviarles, si es que los tienen o si es que esos familiares del otro lado del río no se han olvidado de ellos.
Por tanto, imagine lo que están dispuestos a hacer esos jóvenes, mujeres y hasta adultos mayores, cuando las fuerzas policiales estatales y federales ingresan a su ciudad con el objetivo único de cazar al hombre y los subalternos que les proveen esos tres, cinco u ocho mil pesos al mes (evidentemente estas cifras son hipotéticas, podría ser menos o más dinero).
Pues efectivamente, sucede lo que ha ocurrido en las últimas semanas: bloqueos y autos quemados en las carreteras; se impide el paso de las fuerzas federales estableciendo bloqueos humanos con mujeres, niños y personas de la tercera edad desafiando el paso de convoyes militares o de la Marina.
En resumen: el desafío al Estado por parte de la llamada “base social” de un grupo criminal.
Esto no es nuevo.
Hace años, Osiel Cárdenas Guillén, quien fuera líder del Cártel del Golfo, ahora preso en Estados Unidos, acostumbraba a regalar refrigeradores y otros tipos de electrodomésticos en Tamaulipas el Día de la Madre. Otros capos tamaulipecos realizaban acciones similares el Día del Niño.
En Colombia, Pablo Escobar hasta construyó fraccionamientos en Medellín, hogar del cártel que inventó el negocio de la droga en el mundo.
No es nuevo que los criminales construyan en torno a ellos una “base social” que les guarde gratitud y esté dispuesta a hacer cualquier cosa por ellos. El típico cuento distorsionado del Robin Hood.
Algo parecido a las clientelas inventadas por los partidos políticos.
La diferencia es que en este caso, hay ejecuciones, decapitaciones, secuestros, balaceras, robo de hidrocarburos y muchos delitos más.
Sí, desde mi punto de vista, si los partidos políticos tienen sus clientelas, también existen los “acarreados del narco”.
No es nada nuevo, pero sí parece perfeccionado. Y las autoridades deben ejercer su autoridad en aras de aplicar el Estado de Derecho.
El autor es Director Editorial de Quinto Poder.
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