“Nada es más fuerte que la fe”. Dictado de la Razón

La Semana Santa tiene elementos profundamente espirituales pero a la vez de gran signo sociológico. Veamos cómo diversas ceremonias congregan a las comunidades y las hacen partícipes de las vivencias que no sólo por tradición, además por devoción, el pueblo rememora.
Todos los actos entrañan un significado en donde el pueblo, sin distingo, participa.
Para penetrar en la entraña de ese misticismo, silente aveces, pero contagioso y activo, basta observar la forma cómo los fieles se involucran en los eventos sea como actores o espectadores.
Las Tres Caídas en Chapalita, El Calvario, la Montaña de Cristo Rey, atraen a miles de personas de todas las edades y puede decirse que a familias enteras que constituyen parte del escenario.
Los actores, en muchos casos, son sencillos y sus atuendos nada oropelescos; pero su devoción, por el mínimo impulso que se manifiesta, alienta ese ejemplar apego al bien y rechazo a la maldad porque socialmente se lleva a cabo una convivencia humana que moviliza a los pueblos con cristiana tradición.
Hace cinco décadas al encontrarme en Guatemala para analizar una revolución que pretendía derrocar al presidente Miguel Idígoras Fuentes, me sorprendió que sin previa declaración de tregua, en la Procesión del Silencio  (y toda la semana), cesaron las hostilidades.Ni un disparo. Ni toque de queda. 
Y el viernes Santo, el propio Presidente cargando pesadas andas con imágenes. Sus funcionarios igualmente encapuchados y en la ceremonia. 
José Calderón Salazar, uno de los intelectuales más brillantes en su tiempo (amigo de Maritain y León Bloy), formado y con humildes sandalias; congresistas y políticos de todas las tendencias alineados con capucha o cucurucho en la cabeza dando pasos al ritmo de los tambores y las trompetas.
Luego se esa semana Idígoras fue “derrocado” por Peralta Asurdia, quien personalmente lo llevó al aereopuerto La Aurora, para que se exiliara en Panamá; pero esa es otra historia.
Ese hecho resulta oportuno para reflexionar en la urgencia de que la armonía social, la paz y una sana convivencia, broten de esos actos y se prolonguen por los días, meses y años siguientes para que nos reencontremos con el respeto a la vida, la ley, el orden y los bienes de los demás.
Una de las Procesiones del  Silencio que mayor impacto y significado  tiene en León actualmente, es la del barrio de El Coecillo. Va en su trigésima primera edición. 
Es de un impacto religioso y social que une, amalgama a los participantes. Cuarenta cofradías o más en donde cada quien hace sus gastos para vestimenta, imágenes, adornos, andas, flores; nadie les da nada, cada participante aporta hasta el cirio o lámpara que llevará. 
Es un evento de paz, convivencia, armonía espiritual y social; hay que insistir. Familias completas que se unen para practicar, opinar y darle sentido a esa Procesión con la que agigantan su fe y fomentan la sana convivencia. Gran promoción franciscana. 
En un acto de esta índole, los amigos se rencuentran, los vecinos conviven, las personas sin distingo estrechan sus vínculos de amor.
Por eso observo que no es puramente ese acto, -ni los los demás de Semana Santa- una rutina, formulario, costumbre, sino que se trata de cimentar en la fe la convivencia social con el respeto de unos a otros, en su ser y trascender.
Mi reconocimiento a todos cuantos, en Taxco, Guerrero; Morelia; San Luis Potosí; Ixtapalapa y muchos lugares más, hacen un gran esfuerzo para con la abundancia del bien, tratar de ahogar el mal que a la sociedad agobia actualmente.
El cargar una pesada cruz, subir un empedrado descalzado el penitente, llevar a hombros un gran trozo de madera, azotarse todo el camino hasta Santa Prisca o el Cerro de la Estrella, tiene un signo de fe; es algo que rebasa lo meramente humano.
Un evento que tiene también su sentido y que lleva ya muchos años es la “quema se judas en la Llamarada”. Se le prende fuego a la figura de cartón de malos personajes. Es como un tribunal popular que manda al suplicio a quienes de la perversión hacen conducta cotidiana. 
Creo que la Unesco algun día reconocerá estos actos como “bienes intangibles de la humanidad”.
Nota marginal: se antoja grotesco, ridículo, por no decir otra cosa, que le den las autoridades tanto “vuelo” al uso de carros deportivos o supercaros, como patrullas. ¿Qué se busca, el exhibicionismo, la presunción?. Con tales actitudes  la seguridad no mejora y, eso sí, se convierte a los policías en actores distorsionando su verdadera función. ¿En dónde la razón del Secretario policial o del señor Alcalde?
Díganmelo lectores y lectoras.

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