Como ha sido ya tradición o costumbre, durante la Semana Santa, cuando no salimos de viaje, pues en casa dedicamos tiempo a la lectura y en esta ocasión que así lo hicimos, les comentaré estos textos.

1.- “Pobre Patria Mía”, Edit. Planeta, 2010, autor: Pedro Ángel Palou. En nueve capítulos y 185 páginas, la voz de don Porfirio Díaz nos habla. A partir precisamente de su exilio al abordar el Navío Ypiranga el 31 de mayo de 1911. 

Durante su travesía de 20 días en esta ficción histórica (si pudiera así llamarse), Don Porfirio relata sus motivos para retirarse del poder y huir o autoexiliarse en una embarcación alemana.

Expresa sus demonios, delirios, preocupaciones, angustias y porqué no, también sus obsesiones y miedos; miedo que enferma, que hace ver en los ojos de quienes te rodean, a un enemigo que al menor descuido te asesinará. Por eso me voy, dijo para sí. 

Así relata su llegada a La Habana, Cuba, después de seis días; su arribo al Puerto de Vigo, luego a El Havre y finalmente a Francia.

En París, por fin, ya en casa de su amigo Eustaquio Escandón, y otros amigos, sintióse como si siguiera siendo presidente. En sus reflexiones, recordaba a Benito Juárez y lo criticaba, en cambio él se ensalzaba por sus más de 30 años de “prosperidad, orden y progreso” para México.

Ya en Francia se sentía muy halagado por compatriotas residentes y por oficiales del gobierno francés, principalmente militares en retiro que lo reconocían y adulaban. Se describe en primera persona y siempre en su propia referencia sus pasos por el sur de Francia y estancia en Madrid; hasta allá le llegan las noticias de las debilidades de Francisco I. Madero, sabe que pronto caerá.

En fin, Pedro Ángel Palou se adentra en la mente del desterrado patriarca y consigue darle nuevamente voz en la primera y única novela del dictador en el siglo del Bicentenario.

Recomendable para quienes guardan todavía añoranzas de aquel periodo de 34 años de gobierno de un solo hombre; y para quienes ahora jóvenes y maduros, sin añoranza de aquél, logran admirarse con las pláticas sobre los logros económicos de esa época: el ferrocarril con más de 27 mil kilómetros de vías, el petróleo, la riqueza, la tranquilidad de muchos, el acero, las construcciones seculares, la modernidad, la industria, el agro progresista. 

O para quienes aún disfrutan de su caída y su ostracismo hasta su muerte en 1915.

2.- “Divorcio en Buda”. Autor Sándor Márai. Edit. Salamandra. Año 2002. 8ª Edición. 2006. La obra del sensible novelista húngaro Márai muerto en 1989, tras suicidarse en San Diego, California, Estados Unidos; a donde emigró después de la Segunda Guerra Mundial, se nos presenta a manera de un gran rescate literario después de su desaparición. 

Puede leerse de corrido y no soltarse el pequeño texto de 18 breves capítulos o apartados con 190 páginas que no cesa uno de devorar, por su contenido, la trama, el lenguaje exquisito y la gran confusión y detalle de los sentimientos de los protagonistas que en un triángulo amoroso, quizás sólo platónico, inicia en su relato con la actuación de un Juez, a quien se plantea una demanda de divorcio, pero no de cualquier pareja, sino de un ex compañero de bachillerato quien finalmente estudió medicina y el propio Juez la carrera de Derecho, y de una señora de la alta sociedad de Budapest, a quien también conoció de muy joven, bella y atractiva.

La mezcla de principios éticos, sentimientos y deseos, descritos, nos llevan por caminos muy humanos, pero difíciles de entender y aceptar, en este drama, de pasión y tragedia amorosa que Sandor Márai nos obsequia con su genialidad descriptiva hasta un desenlace inusitado digno de Shakespeare.

Para quienes estamos inmersos en los temas del ejercicio profesional del Derecho y la Judicatura nos es más familiar y deslumbrante comprender los recovecos de esta trilogía de vidas enlazadas, por el deseo, el amor y la pasión, con una pizca de conciencia social, conveniencia e interés y frustraciones por falta de sinceridad y autenticidad de afectos.

Bien vale la pena disfrutar estas lecturas con un buen café, un licor preferido y, para quienes gusten de fumar, un buen puro o cigarrillo.

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