Millones de personas fueron educadas en la religión del miedo. Sí, un terrible miedo a las llamas del infierno y a los dantescos suplicios de los diablos, que seguramente marcaron su vida para siempre. Freud advierte que el miedo penetra como la humedad y se apodera de nosotros, transformándose en una pesada y agobiante carga que asfixia e impide moverse.
El recurso del miedo ha sido utilizado desde antaño por instituciones autocráticas que buscan imponer sus dogmas a sangre y fuego, a fin de inhibir a las personas en la búsqueda de nuevos paradigmas y ejercer plenamente su libertad.
Entonces, cuando se deja de lado la libertad se abandona la conciencia crítica, se guarda silencio ante los desmanes del poder y se acobarda ante la búsqueda de nuevos horizontes, bajo el lema: “Es mejor, malo por conocido que bueno por conocer.” Pero, los políticos y las oligarquías económicas y religiosas aprendieron los perversos mecanismos del miedo como medio de control.
El miedo es una de esas sensaciones incómodas, con sus variantes de angustia, fobias y demás dispersiones psíquicas, que están siempre presentes en nuestra existencia y, de manera directa o indirecta, todos padecemos sus consecuencias en la vida diaria.
En la historia de la humanidad, la utilización política, religiosa y económica del miedo está bien documentada, se implementó para insertarlo hasta la médula del ciudadano con el objeto mantenerlo bajo control. El miedo paraliza, retrae e impide reaccionar para avanzar y, como consecuencia, ser dominado para el servicio de los intereses de otros.
El ex presidente Felipe Calderón conocía de estos artilugios del poder; por lo tanto, en la campaña presidencial del 2006, contrató al español Antonio Sola, maestro de la ficción del miedo en campañas políticas, para sembrar el terror contra AMLO.
También, lo utilizó el conservador Consejo Mexicano de Negocios, los 50 más ricos de México, pagando millones de pesos para hacer el documental “Populismo en América Latina,” como parte de la campaña negra para impedir por tercera ocasión el triunfo de López Obrador, pero ya sin resultados.
En el devenir del ejercicio y conservación del poder, el mundo está lleno de ejemplos de sometimiento por miedo, con fines políticos, económicos y religiosos.
El Rey de Francia, Felipe el Hermoso, solía decir: “Con la espada de Francia y el apoyo papal de las llamas del infierno, nadie nos podrá vencer.”
En otras ocasiones, el manejo es tan sutil que es difícil darse cuenta del hilo fino con el que te sujetaron al miedo. Por lo general, para el sometimiento se deben aprovechar momentos de contingencia, de vulnerabilidad circunstancial, para provocar una parálisis social y evitar movilizaciones o cambios exigidos por la población; entonces, el miedo ayuda para tomar el control y la subordinación.
El temor, difundido por el poder, gracias a la dispersión socavadora de murmuraciones, chismes y calumnias, es un arma efectiva de destrucción letal, muy conocida y socorrida en política.
El miedo esparcido puede invadir todas las capas de la sociedad hasta instalarse en el inconsciente colectivo, presto a actuar al servicio de intereses creados. El miedo se convierte en pánico y éste en terror; y, es así, que se instaura en la sociedad la cultura del terror.
Recuerdo una anécdota de un avezado político, con vasta experiencia en socavar las funciones de los adversarios: “Se debe empezar por deslizar los serpenteantes rumores, con afirmaciones como que el gobernante está muy enfermo y que seguramente renunciará; acto seguido, en caso de no funcionar ese borrego, es menester afirmar que el sujeto es muy pendejo, que no está haciendo las cosas bien; si lo anterior no caló hondo, entonces se deberá continuar con el rumor de que, ¡es muy ratero&!
Y, si por alguna razón, toda la anterior labor de desprestigio no causara los efectos deseados, habría que sacar el As de la manga y acusar a la víctima de ser homosexual; en ese entonces, era un señalamiento escandaloso, que escandalizaba y reprobaban las buenas conciencias. ¡Pero, eso sí, pedían discreción y no divulgar los rumores&!
La cultura del miedo es inherente al autoritarismo para mantener el statu quo, es el arma intimidatoria que mantiene secuestrado el ánimo de cambio; porque, el miedo es la pópela de la imaginación catastrofista que paraliza y supera toda realidad. Entonces, ¿es posible cambiar? ¿Hay salidas? Sí, sin duda las hay, tienen que existir posibilidades de sacudirse el miedo insertado.
Las mejores vacunas son la razón y el pensamiento libre para poder participar en la cosa pública libres de atavismos. Pero, el campo de batalla está en uno mismo; es ahí donde debemos empezar a actuar, la revolución comienza a nivel personal.
Recientemente, en México, pese a la cultura de la manipulación del miedo, más de treinta millones de mexicanos ya lograron liberarse de sus atavismos hincados hasta la médula por la cultura del miedo y así liberaron en las urnas toda su frustración y coraje, sacaron el genio creativo atrapado en el inconsciente y lo transformaron en una nueva conciencia cívico-ciudadana.
Esta rebelión pacífica, casi extermina a los partidos que hibernaban en su zona de confort, alternándose en un tête a tête el poder, apoltronados en los abusos.
La decisión de 33 millones de mexicanos fue decirle “no” al miedo, “no” a los agoreros de la tragedia, “sí” a abrazar una esperanza, sin que esto impida criticar lo malo y aplaudir lo bueno de lo que es y será el gobierno en turno.
Participe en lo público sin miedos, ejerza su ciudadanía, rechace los rumores, entérese objetivamente de los acontecimientos del país, porque: “Entre el Gobierno que lo hace mal y un pueblo que lo consiente, hay cierta complicidad:” Víctor Hugo.
P.D. Excelente ejercicio el de la marcha cívica de protesta, ejercitando así la ciudadanía por medio de la crítica y exigencias al Gobierno de la República.
La crítica sería a los políticos oportunista que bajaron de la nube en que andaban para darse un baño de pueblo y llevar así agua a su molino.