Buenos Aires, Argentina.- Más allá que muchas veces se piensa que el futbolista no tiene problemas graves o que no es un trabajador común y corriente, la historia de Ramiro González es un ejemplo de superación, de sobreponerse a adversidades, como la de jugar en un equipo de tercera división y vivir solo en un hotel de un pueblo de tan solo tres mil habitantes, donde poco había para hacer.

Nacido hace 28 años en Rosario, este defensor se formó en la Academia “Jorge Griffa” de su ciudad natal. Luego de haber sido observado por un famoso cazatalentos, estuvo un año en inferiores de Boca, pero no pudo consolidarse allí. Después, pasó por varios clubes del ascenso, entre ellos dos de la tercera división.

Hoy valoro mucho donde me encuentro porque me tocó, con el perdón de la palabra, comer mierda en mi carrera. Estoy en un fútbol competitivo y en una institución donde no me falta nada”, cuenta.

Sin embargo, no siempre tuvo tiempos felices.

Después de irme de Boca, fui a Atlético de Rafaela (segunda división de su país) y firmé contrato. Pensé que venía la etapa de crecimiento. Pero no pude debutar en primera y, encima, el contrato era por un valor inferior al sueldo mínimo. Varias veces pensé en dejar el fútbol y ponerme a trabajar de otra cosa, pero siempre me ayudaron mis amigos y mi familia”, manifestó.

Luego, le tocó pasar a Alvarado de Mar del Plata, de la tercera división, pero con la ventaja de vivir en una de las ciudades turísticas más lindas de Argentina.

Cobraba un sueldo bajo, y no siempre pagaban en tiempo y forma. Siempre fui titular y tuve la suerte que un compañero me recomendó para jugar en Unión Aconquija (también de la misma división) y ni lo dudé”, dijo.

 

Todo quedó atrás

Sin embargo, se ríe hoy a la distancia de esa situación.

No sabía donde quedaba sinceramente. Al llegar, veo que era un pueblito (3,000 habitantes) de la provincia de Catamarca. Vivíamos todos los futbolistas en un hotel. En el lugar, no tenía dónde comprarme una remera. Apenas había una estación de servicio y algún almacén para comprar comida. A veces no teníamos materiales para entrenarnos. Y si llovía, cuando entrenábamos de tarde, lo hacíamos con una luz tenue. Encima, en ese momento estaba alejado de la que hoy es mi pareja. A veces la llamaba a mi mamá y le decía: “Vieja no sabés dónde estoy, también estuve a punto de largar todo. Pero por suerte me arreglé con mi esposa y ella estuvo un año y medio conmigo en Aconquija”.

Paradójicamente, a él y al equipo le fue bien y estuvo dos veces muy cerca de lograr el ascenso a la B Nacional, la segunda categoría del futbol argentino.

Yo sentía que estaba para dar el salto a una categoría superior y por suerte me contactó José (Scozzari, su actual agente) y me consiguió un club en esa división”.

Desde entonces, su carrera no paró de crecer: firmó en Juventud Unida, pasó por Instituto Atlético Central Córdoba, ambos de segunda división, hasta que Martín Palermo se lo llevó a Unión Española, en donde se destacó y terminó llamando la atención del León.

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