Podría usar metáforas, pero es más sencillo decir que para vivir y crecer, lo más pragmático es jugar el juego del oponente, aunque con tácticas y estrategias remozadas, avanzadas e innovadoras.
Aplica para la política, el ejercicio de gobierno, el periodismo y cualquier actividad a la que guste aplicar una ideología identificable incluso con una de las frases que se atribuyen al emperador Napoléon Bonaparte: nunca interrumpas a tu enemigo mientras comete un error.
México juega ahora, o no sabemos desde cuándo, al vaivén de lo que dicta Estados Unidos, en materia económica y migratoria, en función de lo que el hombre que despacha desde la Oficina Oval, Donald Trump, un ególatra desubicado, psicótico e inusitadamente hambriento de poder, instrumenta desde su cuenta de Twitter, e irradia hacia una pléyade de lo que más bien parece un grupo de seguidores o aduladores, y no un gabinete.
De este lado de la frontera, López Obrador, infructuosamente, trata de cruzar el pantano de los retenes migratorios en la frontera sur y el discurso del desarrollo centroamericano buscando ensuciarse lo menos posible, cargando la responsabilidad a uno de sus hombres más leales: Marcelo Ebrard, quien es más priísta que moreno, más obradorista que cuartotransformacionista, más neoliberal que austero, más tecnócrata que franciscano.
Estamos a mediados de 2019 y falta mucho aún para la elección presidencial de 2020 en Estados Unidos, por lo que Ebrard es la mejor de las cartas que puede jugar AMLO en la desgastante negociación que significará la campaña presidencial de Trump, en la que México será el objeto de los ataques de su intento por reelegirse, así como China y Huawei, como símbolo de amenaza para lo que llaman “America”, y no por las descompensaciones en los costos de la mano de obra o los vínculos de Xi Jinping con Vladimir Putin, sino por lo que representaría para Estados Unidos la sacudida tecnológica del gigante asiático con la implementación de la tecnología 5G, desarrollada precisamente por Huawei, y no por Apple o Microsoft.
La primera potencia perdería su condición como tal y eso no se lo puede permitir el expropietario de Miss Universo, y menos cuando tiene a la mano la posibilidad de llenar de mensajes de odio y proteccionismo a las clases más bajas de la Unión Americana. ¿Si puede agarrar a México de su “puerquito” y extender la lucha comercial con China, por qué no hacerlo si es el presidente de EU?, ¿entonces de qué serviría tanto poder?