La idea del presidente Andrés Manuel López Obrador de ser inmune ante los riesgos de su cargo es muy peligrosa para el país. Quedó demostrado el fin de semana con un pequeño grupo de manifestantes en San Luis Potosí.
Después de una jornada larga de trabajo y con el inclemente calor del día, López Obrador quería descansar en Ciudad Valles cuando la turba lo acosó haciendo peticiones que nada tenían que ver con él ni con sus funciones.
En México creemos y queremos que el Presidente de la República resuelva todo. Así que los vallenses vieron pintada la oportunidad cuando supieron que pernoctaría en su ciudad y a base de gritos y empujones quisieron meterse en el hotel donde AMLO pasaría la noche.
El Presidente, molesto, comenzó una discusión que sólo traería mayor encono porque ni estaba en sus manos arreglar un tema laboral local ni la gente tenía pinta de ser mala. Hasta que por fortuna el ánimo encontró serenidad. En el video donde se ven los hechos notamos a un mandatario desprotegido, víctima de la falta de seguridad en su entorno. Los ciudadanos pudieron ser maleantes con encargo de hacer daño. El Presidente dijo que él no necesitaba guardias. Que lo dejaran descansar.
En lo más álgido del desencuentro dijo que había mano negra en el reclamo, que ya sabía de dónde venía el tema. No queda claro lo de la mano negra, lo que sí pudimos ver es la vulnerabilidad física a la que se expone si en verdad surge un ataque orquestado.
Quien primero debería de aconsejarle y cuidarlo es el General Secretario de la Defensa Nacional. Proteger al Presidente es proteger al Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas y al representante de la Nación.
Si alguien atenta contra él sería una tragedia para todos, incluso para sus detractores. Todos sufriríamos; las instituciones tendrían una catástrofe peor que la de Luis Donaldo Colosio, quien era apenas candidato. Un magnicidio mandaría al país al infierno del enfrentamiento social, al caos de la ingobernabilidad.
López Obrador tiene una sensibilidad política extraordinaria. Debe usarla para protegerse y proteger al país. Si después de lo sucedido en San Luis Potosí pretendemos que no necesita la protección de las fuerzas del Estado por su carisma, nos jugamos el destino. Lo ponemos en manos de cualquier aventurero, de cualquier loco como Aburto o de una mano negra perversa que capitalizaría la anarquía nacional.
Hay que repetirlo: la responsabilidad es compartida. El Ejército, la Marina, la Secretaría de Gobernación y los servicios de inteligencia deben crear un círculo de seguridad para que ningún oportunista, ningún contingente desaforado ni nadie pueda llegar a increpar al Presidente como si fuera un simple ciudadano. No lo es y además tiene derecho a la privacidad, al descanso y a la protección de su integridad física.
Muchos críticos ácidos le recuerdan su bloqueo en Reforma. Otros se regocijan del conflicto. Sé que a la mayoría de bien, les enerva que nuestro Presidente no goce de la protección indispensable, incluso a muchos nos indigna. Lo más grave: nos perturba que sus allegados sean tan incompetentes que ni siquiera pueden brindarle la seguridad de pasar una noche en provincia en santa paz. Sí, el antiguo Estado Mayor Presidencial tenía sentido, a pesar de sus excesos y corrupción.