Es bastante frecuente escuchar esto. Algunas personas afirman que para “salir adelante” únicamente hace falta voluntad; citan ejemplos de personas, antes sumidos en pobreza y ahora con un alto nivel económico. ¿Será la voluntad crucial en ello?
Primero, pensemos cuáles son los privilegios con los que hemos nacido. No sólo el estatus económico, sino cuestiones que a veces olvidamos y que pueden marcar la diferencia. Sexo, color de piel, lugar donde nacemos y crecemos, son solo algunas de las variables que hay que considerar. Preguntémonos si han influido en las “oportunidades” que hemos tomado a lo largo de nuestras vidas. ¿Alguna vez lo habíamos considerado?, ¿sería igual si hubiéramos nacido en la montaña de Guerrero?, ¿si nuestros padres tuvieron o no acceso a la educación? ¿si somos indígenas? ¿si somos hombres o mujeres?
De acuerdo al Colegio de México y a su informe “Desigualdades en México 2018”, existe profunda asimetría entre las oportunidades laborales y educativas dependiendo del territorio; en efecto, el estrato socioeconómico al nacer y el lugar donde eso ocurre, marcan el destino de las personas. El estudio refiere que únicamente 2.1% de quienes nacen en hogares con menor acceso a bienes y servicios, tiene la posibilidad de escalar a un estrato con mejor acceso; por el contrario, la población con mejores posibilidades, tiene altas probabilidades de mantenerlas; 76% de los nacidos en hogares menos favorecidos, se mantendrán ahí cuando sean adultos. Así, nacer en una zona rural en el medio de la selva, sin servicios de educación de calidad, sin bibliotecas, agua potable, instalaciones sanitarias, entre otros, son factores que bien podrían ser determinantes.
Todo se complica si agregamos el hecho de nacer mujer: los estereotipos que pesan sobre estas y el trabajo de cuidado, impactan prácticamente en toda “oportunidad” que tendrán en la vida. Cuando dejan de ser cuidadas se convierten, casi de inmediato, en cuidadoras. Lo anterior, sin mencionar la diferencia de salarios respecto de los hombres y los tipos de trabajo a los cuales tendrán acceso. Si sumáramos el hecho de ser indígena, el idioma sería otra de tantas barreras.
Para la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos, un niño nacido en situación de pobreza, necesitaría al menos cinco generaciones para alcanzar un nivel medio de ingresos; asimismo, uno de cada tres niños cuyo padre percibe un bajo ingreso, tendrá bajos ingresos. Nuestro país cuenta con el nivel más bajo de movilidad social -paso de un nivel socioeconómico a otro- en Latinoamérica; el análisis arroja que 60% de personas en el nivel económico más bajo, permaneció en el mismo, como ocurrió con el 70% con más recursos, que permanecieron en dicho estrato.
México es altamente desigual. Mientras unos concentran, otros enfrentan carencia. Las disparidades se agravan por la pertenencia a ciertos grupos marginados y, además, se replican tras generaciones. Entonces, ¿será la voluntad factor determinante para abandonar círculos de pobreza? Creemos que no, es uno de tantos. Para lograrlo, deben implementarse políticas públicas para erradicar desigualdades, que atiendan necesidades puntuales de las personas y de los grupos especialmente afectados. No se trata sólo de mejorar el nivel económico, sino de lograr condiciones equivalentes a través de la educación de calidad, la salud, la cultura, el acceso a servicios, entre otros. Sólo así es posible vislumbrar un escenario donde la voluntad sea un factor de mayor peso a pesar del origen social de las personas.
Amicus, “Derechos Humanos por el cambio social”
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