Hay un nuevo restaurante en la colonia Panorama de León. Un chef joven apura a explicar su menú francés. Estuvo en Burdeos cinco años y aprendió a cocinar. A pesar de que su esposa acaba de dar a luz, atiende con entusiasmo las tres o cuatro mesas que tiene.
En un murete exhibe varias botellas vacías de vinos blanco y tinto.
Preguntamos si tiene algún tinto para acompañar la comida y dice que sí, pero lo guarda dentro de su casa porque no tiene licencia. Le digo que ni se preocupe, que venda vino y de ser posible licor y luego pida permiso.
Es inimaginable el problema que hay en Guanajuato para obtener un permiso de venta de alcoholes. En otro tiempo era motivo de tráfico de influencias, concesiones entre amigos o entrega de mordidas. Hoy no tiene sentido. Quien quiera abrir un restaurante podría llenar una forma en internet con sus datos y domicilio para vender vino, cerveza y licores con la comida.
Es un ejemplo sencillo de la burocracia impuesta por generaciones a los emprendedores. Sabemos que en algunos países de Europa del Este se libraron de la mayoría de los trámites y ahora todo se hace por internet. Sólo los casamientos, los divorcios o las compras de bienes raíces necesitan la presencia de las partes. Suena lógico. Nadie puede casarse o divorciarse por internet (tal vez en un futuro).
Otro ejemplo sencillo de la estupidez burocrática que nos rodea es la obtención del número oficial de la vivienda para hacer el contrato del agua. El “papelito” es indispensable o no hay servicio.
Desarrollo Urbano entrega el “número” después de recibir copias de la escritura, de la credencial de elector y de un recibo de algún servicio con el nombre del solicitante.
A corta distancia está Sapal, y ahí para el contrato del agua hay que llegar con el “papelito” expedido por Desarrollo Urbano y otras copias de la escritura, de la credencial de elector y del recibo de un servicio.
Puras estupideces. Si un vendedor de agua Ciel o Bonafont llega a casa a vender agua, lo único que pide es un billete que cubra el monto. Sapal puede imaginar que nadie quiere engañar sobre el servicio. ¿Quién pagaría el contrato del vecino?
Luego el contrato cuesta unos 6 mil pesos y hay que esperar la conexión.
Pero, ¡ojo!, la cuadrilla de Sapal deja lista la toma pero aún falta la intervención de un fontanero contratado por el particular para que se haga el milagro de tener agua en casa.
Podría divertirme toda la tarde en escribir las decenas de trámites absurdos.
El último que hice fue el de mi tarjeta del Inapam, antes Insen. Para verificar que soy sexagenario y tengo derecho a los beneficios que recibimos los adultos mayores fuimos a Guanajuato capital porque ahí es más rápido. Una señora linda y educada escribió a máquina nuestro nombre en un papelito con nuestra foto, previa entrega de un acta de nacimiento y dos fotografías. El Estado Mexicano reconoció a mi señora y a mí como dos “adultos mayores”.
El trámite tardó unos 20 minutos pero nos comentaron que la gente iba de León a Guanajuato porque en León las fichas se acaban pronto. Un trámite pintorescamente absurdo. En el RFC está anotado el año de nacimiento, con eso sería suficiente para acreditar que somos llegamos a los sesenta. Otro trámite que puede ser llenado en línea. (Continuará)