Según dijo el secretario de Hacienda, Arturo Herrera: “El presupuesto no es populista ni neoliberal”. En su presentación del lunes, el funcionario volteaba de un lado a otro, trataba de balancear las preguntas de los reporteros con una metáfora de equilibrio. 

Su postura fue decir: los números no son de izquierda ni de derecha. Después bautizaría su trabajo como pragmático. Eso hubiéramos querido, un presupuesto realista con la mayor productividad para el país. 

Los expertos lo califican de un optimismo exagerado, con cuentas alegres respecto a las metas de extracción de petróleo (más de 1.9 millones de barriles diarios). Pudiera ser funcional si fuera realista, si estuviera impulsado por las verdaderas palancas de desarrollo. Si no tuviera prejuicios ideológicos e ideas peregrinas sobre el desarrollo. Un presupuesto pragmático tendría colores muy distintos al grisáceo objetivo de tal vez llegar al 2% de crecimiento.

Pragmático sería comenzar por eliminar Santa Lucía y regresar al magnífico proyecto de Texcoco. De inmediato el ánimo volvería a los inversionistas, condición indispensable para cualquier aspiración de crecimiento y desarrollo. Luego omitiría la construcción de la refinería de Dos Bocas por su bajo rendimiento económico. Un presupuesto objetivo y sensato invitaría a todos los agentes económicos a participar en una gran gesta nacional de producción de petróleo, gas, e infraestructura. Abriría los campos del norte del país para iniciar la explotación de hidrocarburos a través del llamado “fracking”, bajo el ejemplo del éxito de Estados Unidos en Texas y otros estados. 

Un presupuesto pragmático no regalaría a tontas y locas dinero a jóvenes, sin el compromiso de un trabajo productivo a cambio. Sabemos del reparto indiscriminado de “becas” de 3 mil 600 pesos.

Regalar dinero sin compromisos es la peor lección para las nuevas generaciones. Deforma el carácter de los jóvenes, distorsiona nuestra cultura basada en el esfuerzo, el ahorro y la corresponsabilidad ciudadana. 

El presupuesto puede y debe ser un instrumento para entusiasmarnos a todos, no sólo a los perforadores de petróleo. De por sí los compromisos del Gobierno son enormes y están marcados por la inflexibilidad como las pensiones, con crecimiento mayor a la economía e incluso a la inflación. Ese tema debería discutirse ya para el futuro. ¿Cómo enfrentaremos el compromiso de pagar más y más pensiones? Hoy representan el 15% del presupuesto (900 mil millones de pesos). Pronto pueden convertirse en 25 centavos de cada peso, eso sin sumarle a cientos de municipios, universidades y entidades con compromisos no contabilizados. 

La expectativa de vida creciente infla números de los actuarios; revienta la economía del Seguro Social, la CFE y Pemex. Con el capital político de la presente administración podrían aumentar la edad de jubilación un par de años para disminuir la presión sobre el presupuesto. Eso salvó a Brasil en la época de Ignacio Lula Da Silva. 

Tan solo los intereses de la deuda son 700 mil millones y aumentan todos los días. Algo imposible de pagar si el país no crece mucho más. 

El presupuesto está lejos, muy lejos del pragmatismo estratégico utilizado por países como Corea, Singapur, Taiwán o China. Ahí el ahorro y la inversión logran verdaderos milagros económicos. Ahí nada es gratis.

La salvación vendrá del T-MEC, eso lo veremos con otra perspectiva. (Continuará)

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