La manifestación pacífica de miles de estudiantes de todas las universidades, de todos los rincones de Celaya, es demostración de hartazgo, miedo y desesperación. La inseguridad se extiende a todas las capas sociales y cobra vidas inocentes.
Humildes empleadas de tortillerías son acribilladas por extorsiones no pagadas; estudiantes mueren por asaltos infames; empresas con 50 años de tradición como la Ford Montes, tienen que cerrar porque balacean sus instalaciones.
Todo es grave; policías honestos pierden la vida, desde mandos y policías de locales, hasta el fiscal investigador de los delitos de narcotráfico.
Celaya es tierra de nadie y llega al punto de ebullición social porque la crisis no se forjó en 12 meses, ni siquiera en dos o tres años.
La estrategia fallida en el sexenio de Miguel Márquez Márquez fue culpar a la Federación de todo o el reclamo a los alcaldes porque no “cuidaban su ciudad”. Jamás un alcalde podrá contener la violencia generada con los recursos que se tienen.
Imposible imaginar a Apaseo el Grande o El Alto con una fuerza capaz de contener la inseguridad: ¿qué pueden hacer las alcaldesas de Salamanca y Celaya ante un tsunami de ejecuciones, asaltos y extorsiones? Ni siquiera tienen la preparación para entender lo que sucede, pero tampoco encuentran a quién recurrir.
Elvira Paniagua, la alcaldesa, debe vivir en una pesadilla, cuando imaginaba que gobernar sería fácil con el apoyo del estado, cuando no tenía la menor idea de lo que es cambiar a un cuerpo de policía insuficiente e infiltrado.
Cuando Miguel Márquez trajo una brigada militar a Irapuato, la criminalidad aumentó. Los militares no pudieron contener el vendaval porque nunca les delegaron, ni las facultades de mando total ni la coordinación del esfuerzo. Su tarea era distinta.
Si Márquez no escuchó, llega el tiempo de un cambio verdadero. Los ejemplos de éxito están ahí, en Nuevo León de hace 9 años, cuando se invirtió en una fuerza policiaca estatal; en La Laguna, después de la pesadilla de Los Zetas, con un mando concentrado en un general de experiencia. También Aguascalientes pudo y Tamaulipas, a pesar de todo, avanza atemperando una crisis que parecía imposible de aminorar.
Los ciudadanos, atenidos a la narrativa oficial, no sabemos lo qué pasa ni por qué pasa. Esa narrativa decía que “se están matando entre ellos”, una explicación por demás vergonzosa por parte de un gobernante. En Guanajuato a nadie se debía de matar. Ningún ser humano debe ser prejuzgado ni estigmatizado.
Ahora vemos que no son sólo los “malos” quienes mueren, sino estudiantes inocentes, policías honestos y empleadas humildes. La fragilidad de Celaya debería de cambiar a partir de la manifestación de ayer.
Los celayenses reclaman a su alcaldesa, pero ella no tiene la menor posibilidad de restaurar la paz en la ciudad porque no sabe cómo ni tiene los recursos con qué hacerlo. Hay versiones sobre su intención de renunciar por la terrible tensión que vive. Cualquiera en su lugar ya lo hubiera hecho.
Para el gobernador Diego Sinhue Rodríguez resulta un reto formidable que puede resolver con su enjundia y buena fe, pero necesita con serenidad saber que se puede, creer que se puede, con un cambio radical en la estrategia. Celaya no puede hundirse más, debe volver a vivir en paz.