Era el siglo 18 cuando en Estados Unidos, la joven república, tuvo una segunda enmienda a su Constitución. Los ciudadanos tendrían derecho a tener y portar armas como “milicias” para defenderse de una posible tiranía. 

Los derechos del ciudadano para protegerse y evitar a un déspota tenían sentido en 13 colonias que se convertirían en los primeros estados de la Unión. También tenían razón de ser en una sociedad agrícola donde los productores vivían aislados en medio de la nada. Los pioneros, los colonizadores necesitaban armas para su defensa. 

Hoy las armas son fuente de crimen y dolor en Estados Unidos y en México, a donde llegan de contrabando. Donald Trump pregunta a México en qué nos puede ayudar para aniquilar el narcotráfico. 

La primera respuesta es eliminando el tráfico de armas hacia México y conteniendo el consumo de drogas que también mata a 60 mil cada año por sobredosis. La segunda ayuda ya se da: la información que proporcionan la DEA y el FBI a la Marina, por ejemplo, es invaluable para saber qué pasa en realidad en México. Sabemos que los drones norteamericanos de altura se han paseado por los cielos nacionales sin problema. Con la tecnología satelital, Estados Unidos puede “ver” cada metro cuadrado del territorio nacional. Dónde hay sembradíos, cómo se mueven los grupos armados de narcotráfico y dónde residen. Los norteamericanos tuvieron la sangrienta idea de sembrar armas en México para rastrear el narcotráfico, sin importar las víctimas que causó esa “siembra” de muerte. Por tanto saben mucho, incluso más que la propia inteligencia nacional. 

Lo que hará Estados Unidos por México será aumentar la presión y cuestionar la estrategia actual frente al crimen organizado. 

El crimen de la familia LeBarón sensibiliza a la opinión pública de los dos países. Cuando se asesina impunemente a familias completas como ha sucedido ya en muchos estados, incluido Guanajuato, sabemos que la barbarie debe parar ya. 

Cualquier otro tema es secundario frente a la seguridad de las personas, sus familias y sus bienes. Si el verbo que siempre es el principio de la nueva administración no cambia, las palabras de “abrazos y no balazos, fuchi guácatela, los acuso con su mamá” se convertirán en los epitafios de la nueva política de Morena. Al tiempo.

Digamos que el desastre en seguridad comenzó en el sexenio de Felipe Calderón y que con Peña Nieto, la frivolidad y corrupción impidieron un freno en la criminalidad. Podemos culpar siempre al pasado que no tiene regreso ni podemos cambiar. Pero la responsabilidad de lo que sucede hoy es de quien gobierna hoy. 

La angustia social escala en varios estados donde la corresponsabilidad también es de los gobernadores y las policías municipales. Cargar con todo a la Federación no ayuda ni resuelve las cosas. La unión y coordinación de policías ha sido un sueño roto por las infiltraciones, la desconfianza mutua y la disparidad de competencias entre corporaciones. La Guardia Nacional puede ser la solución a mediano o largo plazo, pero hoy se necesita actuar con lo que se tiene y no batirse en retirada. 

Otro “Culiacanazo” sería la debacle nacional. Por eso hay que escuchar al Ejército y a los generales que se sienten ofendidos por la estrategia de atarles las manos para que no “exterminen”. El verbo abundante y retórico debe dejar paso a la efectividad, al cumplimiento de las promesas de campaña. La nueva administración tiene que caer ya en cuenta de ello y cambiar. Urge. 

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