Nadie dijo nada de aeropuertos en la reunión del Primer Ministro de Singapur, Lee Hsien Loong, con el Presidente Andrés Manuel López Obrador.
En el sueño de muchos empresarios y profesionistas se esperaba que Singapur propusiera el rescate de Texcoco: sueños solamente.
Había razón para que el Gobierno de México escuchara mucho sobre la experiencia de Changi, el mejor aeropuerto del mundo durante ocho años consecutivos, según las encuestas especializadas del mundo turístico.
Se habló de puertos, la fortaleza primera de la ciudad-Estado, donde se distribuye la carga naviera que va del sur de Asia al resto del orbe.
México planea, con la ayuda de Singapur, unir el Atlántico con el Pacífico con un tren de carga que detonaría toda la región sureña del país.
De hecho es el único proyecto sensato de todos los que ha presentado en infraestructura la nueva Administración.
Santa Lucía es una broma aeronáutica y una sandez económica; el Tren Maya es impagable y un lastre cuyas posibilidades de realización se reducen cada día que pasa; la refinería de Dos Bocas arrancaría, si bien nos va, justo en los años de la explosión del uso de autos eléctricos en el mundo.
Si se nos llena la boca de baba buena cuando hablamos de Singapur es por sus resultados económicos.
Ahí no hay una economía moral, sino un fiero mercado libre, compensado con la presencia económica y social de su gobierno.
Con la debilidad por los números, hablemos de su puerto.
Singapur procesa con grúas robot unos 36.7 millones de contenedores al año, pero la empresa que lo administra es tan eficiente que da servicio en varias naciones.
Un negocio muy rentable para la isla que completa la logística de 80 millones de contenedores en otros puertos del mundo.
Triste comparación con nuestro país, que apenas maneja 6 millones de contenedores por año en todos sus puertos.
El fondo de inversión soberano de Singapur, Temasek, tiene la propiedad de la empresa de urbanismo y desarrollo llamada “Surbana Jurong Private Limited“, encargada de proyectos en 40 naciones y ahora establecida en México para lo que sería la obra más trascendente del sexenio: un corredor interoceánico que compita con Panamá.
Considerado el mejor puerto marítimo del mundo por su logística por cuarto año consecutivo, Singapur puede aportar la experiencia y tecnología para convertir el proyecto en un éxito. Sobre todo significa un modelo económico rentable que transformaría a México.
Salina Cruz en Oaxaca y Coatzacoalcos en Veracruz se convertirían en los puertos más importantes del país en pocos años.
Los 300 kilómetros del recorrido ferroviario transformarían una región sedienta de inversión y empleo.
Aún así, el beneficio de esa obra palidece contra la magnitud del aeropuerto hub de Texcoco.
A un año de la decisión de destruirlo, pesa como la peor medida económica en la historia reciente.
Capricho convertido en bloqueo para el crecimiento.
Si en un gesto de humildad lo reconociera la nueva Administración, México podría pasar de 47 millones de pasajeros a 70 en pocos años y tendríamos infraestructura para llegar a más de 100 millones, como se planea en Singapur, donde pasarán de 65 millones de pasajeros en Changi a 130 en 25 años, previendo el futuro luminoso de su crecimiento y verdadero desarrollo.
La mejor moral económica del neoliberalismo.
Texcoco sería el gran detonador del crecimiento y el regreso a la confianza empresarial como lo sugirió Carlos Slim.